La académica y defensora de los derechos de las mujeres afganas, Zainab Momeny, debería encontrar refugio en Chile por estas horas, si las gestiones bilaterales con la Argentina lograran trasladarla desde Pakistán, donde pudo ingresar a mediados de agosto, tras huir de Kabul. Pide por ella su hermana, Zahra Habibi, una estudiante de Medicina que hace unos años reside en Chile y fue expulsada de la comunidad afgana en este país por haber denunciado a su ex esposo violento. Zainab también es divorciada, pero el terror que aún la atraviesa es la criminalidad del castigo por su estado civil. Zahra abogó por la hermana y por las mujeres de Afganistán en una reunión virtual con las diputadas de la Comisión de Mujer y Equidad de Género de Chile. Les dijo llorando durante toda su exposición que los talibán “no deben callar a las mujeres, deben respetar su derecho de expresar lo que opinan y lo que desean. Siempre deben estar protegidas. Deben asegurar que lo que hicieron en su primer gobierno no se vuelva a repetir”. Su voz se hizo eco de las marchas de mujeres en diferentes ciudades afganas, para reclamar por derechos, educación y participación política, pese a que este martes se anunció el nuevo gobierno, que no incluirá a otras fuerzas, minorías ni a mujeres. “No nos quedaremos calladas ni nos encerraremos en las casas”, declaró una de las organizadoras de las movilizaciones, Samira Khairkhwa. El objetivo es claro: “Pedir a los talibán que les den a las mujeres una participación significativa en todos los aspectos de la vida, incluida la toma de decisiones y la política”.
Chile, México y Costa Rica fueron los primeros países de la región que ofrecieron visados para ciudadanxs afganxs, principalmente a mujeres, niñas, profesionales y a activistas de derechos humanos. El presidente chileno, Sebastián Piñera, comunicó que se dará refugio a una diez familias, y en particular a académicas, periodistas y a defensoras de los derechos de las mujeres, pero la iniciativa volvió a instalar el debate sobre los modos salvacionistas de los estados hacia mujeres y diversidades migrantes, y pone en tensión las agendas feministas de acompañamiento, o cómo imaginar una sororidad que no reproduzca lógicas hegemónicas y coloniales. “Es complejo con este gobierno pensar en estos procesos, que en realidad son más que nada una limpieza de imagen antes que apuestas genuinas respecto de generar refugio a mujeres afganas”, sostiene la académica y activista feminista chilena Ana Luisa Muñoz García, doctora en Cultura Educativa, Política y Sociedad.
¿Cómo podemos pensar entonces las redes feministas de apoyo?
-Creo que, en paralelo a establecer red de apoyo, se requiere reflexionar sobre ese apoyo. En primer lugar, siempre posicionarse en contra de toda forma de violencia y opresión, en territorio afgano o en cualquier otro territorio. Segundo, es relevante situar los apoyos en un contexto que, junto con Lelya Troncoso y Hillary Hiner, mencionamos en la columna “No necesitamos ser afganas para solidarizar” (El Mostrador, 20-8-2021). La situación de inestabilidad, violencia y violaciones de derechos que viven nuestras compañeras afganas tiene una historicidad marcada por el colonialismo, el imperialismo y la ocupación que ha involucrado, por ejemplo, que se sostenga toda una industria armamentista a nivel global. Habiendo reflexionado eso como base, creo que es importante pensar apoyos que no sean pedir más intervención militar, por ejemplo. La historia nos ha enseñado que cualquier ocupación militar siempre afecta más a las mujeres, incluso aquellas intervenciones de paz, y Chile tiene historia con ello en Haití.
Y poner la escucha como punto de partida.
-Esa red de apoyo debe ser siempre escuchando y visibilizando la voz de las mujeres afganas, o amplificando esa voz. Asimismo, apoyar procesos de refugio y asilo, y resguardar que sean dignos y seguros, sin una instrumentalización política de esa ayuda. La columna que escribimos con Hillary y Lelya enfocaba mucho este punto, cómo suspendemos la instrumentalización de un apoyo solidario, o cómo focalizamos nuestro dolor y preocupación por sobre el de las propias mujeres afganas. La idea de cuotas, de pensar en diez familias, como es el caso chileno, debe ser tensionado. ¿Por qué diez? ¿Son solo diez familias que están en peligro? Las familias afganas están sufriendo cierre de fronteras, y es ahí donde debe apuntar nuestra reflexión sobre solidaridad y apoyo.
¿De qué modos imaginar una solidaridad feminista internacional que no reproduzca lógicas coloniales?
-Cuando escribimos la columna nos interesaba invitar a reflexionar sobre las lógicas coloniales que se pueden reproducir al momento de pensar o imaginar la solidaridad feminista internacional, a propósito de la situación en Afganistán, y de nuestras compañeras afganas en ese país. En otras palabras, qué significa la solidaridad transnacional con perspectiva antirracista y decolonial. La pregunta es cómo nos imaginamos una alianza feminista más allá del imaginario salvacionista, súper reflejado en las redes, más aún cuando la prensa internacional motiva intuitivamente a “salvar”, como si fuera nuestro deseo primario.
¿Qué se abre a partir de esta reflexión?
-Invitar a mirar, primero, cómo esa lógica de rescate y solidaridad es selectiva. Insisto con que no se trata de no solidarizar ni apoyar a mujeres afganas, sino más bien de preguntarnos cuándo solidarizo y cuándo miro hacia otro lado. Por caso, Chile ha tenido una de las mayores crisis de las últimas décadas, donde la violación de derechos humanos fue parte de lo que sucedió durante este gobierno. Me tocó participar en un informe sobre violencias de la policía hacia la disidencia sexual en el marco de la revuelta de octubre de 2019, y los relatos eran brutales. Muchas de esas violencias siguen siendo justificadas por el gobierno, y a gente que levanta voz para solidarizar con las violaciones en otros países, les cuesta pensar las violencias que se viven con las mujeres indígenas en el Wallmapu hoy, o con la disidencia y los presos de la revuelta, ya sea por homofobia o clasismo. La pregunta que con Lelya y Hillary intentamos instalar es ¿cómo y hacia qué cuerpos se direcciona mi solidaridad?, o ¿qué cuerpos importan?
Las contradicciones de la solidaridad que planteabas.
-Claro. Otro ejemplo, en términos de políticas migratorias, es que este gobierno se ha dedicado a expulsar a cientxs de migrantes, tanto haitianxs como colombianxs, donde parece ser que para ellxs no existe espacio de acogida en Chile, y esta expulsión ha sido bajo la lógica de “existen migrantes buenos y migrantes malos”, lo cual es bastante problemático. Y no se trata de que el gobierno no abra las fronteras para refugiar a mujeres y familias afganas, de hecho lo necesitamos más que nunca, sino de pensar el contexto en el que se realizan, en el cual sólo se postula el refugio de diez familias afganas. Es el punto importante de nuestra columna, mirar la lógica colonial que hay en la solidaridad internacional feminista.
¿Cómo pueden seguir desplazando las movilizaciones feministas de los últimos años los sentidos hegemónicos?
-Creo que las movilizaciones feministas en Chile han desplazado la idea de pensar que el feminismo se reduce a pedir solo igualdad o presencia de mujeres en determinados espacios, o mujeres en el poder, o liderazgos femeninos. De hecho, han desplazado la idea de pensar que las problemáticas que atañen al feminismo son un tema sólo de mujeres. Uno de los requerimientos de las estudiantes en las universidades durante el movimiento feminista de 2018 fue el reconocimiento del nombre social de estudiantes trans en las instituciones. Es un punto claro de cómo se desplaza el feminismo hegemónico. Ese desplazamiento, que aún no es generalizado, nos permite, además, entender los apoyos que recibe desde el feminismo la presidenta de la Convención Constitucional, Elisa Loncón, o la Machi Francisca Linconao, a propósito de las violencias racistas que viven en forma constante, que sufren en redes sociales o en la misma Convención. Si bien no siempre se nombra, paulatinamente se instala la idea de pensar las problemáticas de género desde una mirada interseccional que desplaza feminismos hegemónicos, donde reconocernos en la diferencia para establecer solidaridades. Este desplazamiento, para quienes trabajamos temáticas de género y desde perspectivas feministas, es un mundo por recorrer, sobre todo en países con alta desigualdad socioeconómica, como lo son Chile y Argentina. Mirar el clasismo en nuestra solidaridad feminista es clave, por mencionar una categoría de diferenciación.
¿Y cómo construir alianzas feministas que vayan más allá del salvacionismo?
-Es mirar la geopolítica del feminismo y cuestionar la lógica binaria del “salvador” y el “monstruo”, que tanto también se ha discutido en diferentes feminismos poscoloniales y decoloniales, y la forma en cómo construimos a las mujeres afganas desde una lente occidental, donde vemos nuestra propia forma de vida como indiscutiblemente superior, omitiendo que nosotras, sobre todo en países como Chile, estamos caladas por desigualdades estructurales e interseccionales de violencia de género. El estallido social de octubre de 2019 ha puesto de relieve aquello y mucho más, muchas otras desigualdades en las cuales, como mujeres, como seres humanos, nos vemos envueltas.
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