ARGENTINA: mujer del pueblo y luchadora? VAYA PRESA. MI REPUDIO



La otra parte de la historia

 Por Sandra Russo
¿Quiénes somos, compañeros? –le pregunta Milagro a la multitud desde un pequeño escenario. Los que la escuchan son cabecitas negras en el más literal sentido de la expresión. Son los cabecitas negras y ojos quechuas de lo que entonces, cuando ese acto fue filmado, era un territorio de los que diez años antes, en los ‘90, habían sido declarados territorios inviables por las políticas neoliberales de Menem y Cavallo. El documental Milagro en Jujuy es de principios de la década pasada, y fue dirigido, las vueltas de la vida, por quien acaba de ser nombrado al frente de Canal 7, Miguel Pereira, director, antes, de La deuda interna. Por ese entonces, mientras este país estallaba, en Jujuy había una organización que ya tenía diez años de vida, y de vida agitada, convulsionada, de pelea y lucha permanente. Desde el primer día Milagro había estado al frente.
–¿Quiénes somos, compañeros? –grita ella.
–¡Tupac Amaru! –le contesta la multitud.
–¿Quiénes somos, compañeros? –vuelve a preguntar ella a las largas columnas profusamente embanderadas de blanco que colmaban el centro de San Salvador.
–¡Tupac Amaru! –vuelve a gritar la multitud.
–¿Qué queremos, compañeros? –sigue Milagro su rito entre los suyos.
–¡Trabajo, educación, salud! ¡Trabajo, educación, salud! –se escucha el bramido popular desde la plaza.
Había visto el documental de Pereira, pero él fue muy gentil al cederme el material en crudo para que yo pudiera observar más. Fue en 2009, cuando comencé el trabajo que me llevó varias veces a Jujuy para escribir un libro sobre la historia de la Tupac Amaru (Milagro Sala, Jallalla), una organización enorme que a pesar de que ya tenía una larga historia, había crecido en silencio, ignorada, no reflejada en los medios de comunicación. Necesitaba rastrear ese tipo de materiales, de los que había muy pocos, porque Milagro casi no hablaba. Poco antes había llegado hasta su casa de Cuyaya, la misma donde ayer la detuvieron, creyendo que me encontraría con una dirigente dispuesta a narrar los hechos que la habían colocado en ese lugar, al frente de esa organización, pero no.
Esa tarde Milagro no bajaba. Tomábamos mate, y más mate y más mate con su marido Raúl y algunos compañeros, y ella no aparecía. Cuando ya era evidente que algo pasaba, vino ella y me encaró. “Si querés hacé el libro. Andá, mirá, conversá con el que quieras. Pero yo no quiero hablar. No soy mediática”, me dijo. En uno de los viajes posteriores finalmente me dedicó una hora de grabación, pero eso fue todo. Así que el material en crudo de Pereira me permitió ver escenas del pasado, cuando la organización recién se consolidaba, y cuando miles y miles de jujeños de los bolsones de pobreza más duros del país ya empezaban a darle forma a lo que Milagro los empujaba: la organización social.
Todo vuelve, todo es circular, todo es espeso. Aquel libro surgió después de una denuncia contra Milagro del entonces senador radical Gerardo Morales, el gobernador que ahora prohíbe por decreto la protesta. En ese momento estas cartas ya estaban echadas: Morales denuncia a Milagro por crear un “estado paralelo”. Justamente él, un miembro del gobierno de la Alianza, uno de los promotores del Estado ausente para los pobres.
Todo vuelve, todo es circular: el núcleo original de la Tupac Amaru, empezando por la propia Milagro y los primeros que pusieron en marcha la organización, habían sido empleados públicos a los que los ajustes neoliberales habían dejado en la calle. Esos ex miembros de ATE se habían quedado sueltos y solos. A principios de los ‘90 el hambre corroía sus estómagos. Nadie se movía del barrio porque al centro de la ciudad no tenían ni cómo ir, ni a qué. La pobreza profunda había quedado escondida, y una de las irreverencias de Milagro fue exponerla, mostrarla, organizarla, darle cauce, en un movimiento solitario durante muchos años en los que en este país había una grieta, pero los que estaban del lado oscuro eran invisibles.
Milagro pudo tener otro destino, porque fue abandonada por su madre y adoptada por una familia de clase media. Tenía padre, madre y hermanos. Pero no pudo soportar que le hubiesen ocultado su origen, y cuando se enteró, adolescente de catorce años, se fue de esa casa a vivir en los barrios. La primera noche cuando se fue de su casa la pasó durmiendo en una camilla en el Hospital Pablo Soria, que era donde la habían abandonado.
Pasó unos años en la calle. Se juntó con pibes que vendían cocaína. La metieron presa junto con ellos, ocho meses, aunque después terminó absuelta. A lo largo de todos esos años se endureció, pero por un trasfondo personal más profundo que el político. Tenía la herida abierta de la mentira de su madre adoptiva, que le había inculcado que no está bien mentir. Incluso después de ser ella misma madre, cuando se ganaba la vida vendiendo cañitas voladoras en un puesto callejero, en las fiestas, se encerraba a llorar por esa herida. Se preguntaba siempre lo mismo: “¿Quién soy yo, de dónde vengo, por qué no conozco a mi mamá?”. Lloraba unas horas, y después volvía a salir, a veces a lustrar zapatos en la estación de micros, otras veces a vender helados.
Después consiguió trabajo en la administración pública, y todavía muy joven fue delegada de ATE. Jujuy ya ardía. El luchador social conocido en esos años era el Perro Santillán, que representaba a los municipales. La provincia fue un laboratorio del ajuste, una prueba de cuánto un pueblo era capaz de soportar. La conflictividad social iba en constante aumento. La pobreza allí era estructural, pero en ese momento se abrió una nueva grieta y por ella caían miles y miles diariamente en la indigencia. El desempleo había trepado en diez años del 5,8 al 16,4 por ciento. La subocupación arreciaba. Los niños se desnutrían.
Peronista desde su infancia, Milagro reencontró a Nando Acosta, un dirigente histórico de ATE que le consiguió trabajo y del que nunca se separó. Se conocían de antes, pero él militaba en una unidad básica del centro, y Milagro en una de un asentamiento. Y entonces, cuando el ajuste ya escupía indigencia a destajo y la política estaba envenenada de bipartidismo tramposo, una noche discutiendo con Nando en el local de ATE qué se podía hacer, resolvieron que él se iba a quedar en el sindicato y que ella iba a volver a los asentamientos, pero para organizar. “La ventaja era que la vagancia ya me conocía, y que me respetaba”, dice ella. En esa decisión estaba el embrión de la Tupac Amaru, que en los primeros años Milagro piloteó en esos barrios con los pibes que tenían como ella antecedentes penales. Ella sabía lo que era eso, sabía que daba vergüenza y que muchas veces esa vergüenza se volvía complejo y furia. Ninguno de esos pibes, y con algunos he hablado, esperaba que alguna vez llegara alguien a convocarlos para organizar copas de leche para los chicos del barrio.
No había un peso, así que los largos años en los que la Tupac Amaru fue desarrollándose como una organización barrial cuya principal actividad era organizar y coordinar las copas de leche para los niños de los bolsones de pobreza más duros de Jujuy, todo se hacía con pequeñas donaciones de los vecinos. No recibían donaciones como las que uno puede ver ahora que se acumulan en las catástrofes, porque el hambre de los niños en este país estuvo durante décadas naturalizado, y no se lo consideraba una catástrofe. Eran tarritos de azúcar, puñados de yerba para hacer el mate cosido, grasa o harina para los bizcochos.
Recién después llegaron los centros comunitarios, donde instalaban roperos para que los desarrapados tuvieran qué ponerse sobre el cuero duro de sus cuerpos. Peleaban por los planes que entonces sí eran indefectiblemente manejados por los punteros radicales. Peleaban por las bolsas de comida, que después se abrían en sus propios centros para distribuirlos. Y no alcanzaba nada. Los niños que habían alimentado al principio ya habían crecido y querían trabajo. No había. Los que la acusan del “Estado paralelo” no se habían olvidado de ellos: los habían contemplado así, hundidos, sometidos, como parte de la normalidad de la provincia. Para ese entonces Milagro ya había aprendido política con Germán Abdala, ya tenía en mente las cooperativas, pero pasó todavía más tiempo atendiendo urgencias hasta que un gobierno popular hizo posible el crecimiento de sus barrios, con sus casitas pintadas del color de los cerros. Hizo posible la creación de sus centros sanitarios. En uno de ellos instalaron el primer tomógrafo de la provincia. Hizo posible la creación de sus escuelas, donde desde el principio una de sus materias fue “Autoestima”.
No van a poder con ella. Milagro es fuerte, ha peleado toda su vida contra distintas adversidades, y siempre, por mujer, por colla, por negra, por pobre, por atrevida, la han repelido. Los que la van a defender son los que han crecido sanos y nutridos, instruidos y preparados, los que han nadado en las innumerables piletas que, como una fijación, Milagro ha multiplicado por todas partes. Ella les ha enseñado a nadar en la adversidad, y si hoy los juntara a todos, a los miles y miles que han tenido una vida digna gracias a su lucha colectiva, y les preguntara qué quieren, ellos contestarían lo que cualquier pobre del mundo: salud, trabajo, educación.

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