ERNESTO CHE GUEVARA : una lectura de sus inquietudes literarias.

Resumen: El artículo explora la relación de Ernesto Guevara con la literatura. Analiza su papel en tanto lector activo que en un ejercicio crítico, desarrollado por él desde muy pequeño, configuró una forma de entender la vida a través de la literatura. Asimismo, examina la correlación de su pensamiento político con su lectura del mundo y la forma en la que ésta se convirtió en un elemento fundamental de su proyecto revolucionario.
Palabras clave: poética, lectura, literatura, pensamiento político, proyecto revolucionario.

El habitus lector
Una carta, con letra algo tosca y no bien definida, fechada el 27 de noviembre de 1936, va dirigida a Beatriz Guevara Lynch, está firmada por Ernestito. El niño, de apenas ocho años, escribe “Recibí tu carta ya llegaron los libros de Salgari y los de Vigil”, y hace una petición “Mandame los otros cuatro libros de la colección”. El pequeño es Ernesto Guevara de la Serna, Tete como le apodan sus familiares. En una segunda carta, de mayo de 1937, a un mes de cumplir diez años, solicita nuevamente a su tía “Cuando pases por la calle Santa Fe averíguame si tienen ‘Los misterios de la India’ de Emilio Salgari”. [2] La petición en ambas cartas dibuja una constante: un hábito de lectura ya desarrollado y un apetito por los libros. Además, ilustra no simplemente su deleite por las novelas de aventura sino también que tiene conocimiento de lo que lee: hay cuatro libros que no tiene y que necesita; sabe además cuál es el lugar en el que la tía puede adquirir el título solicitado. Ernesto es, a su corta edad, un bibliófilo cuyo afán lector se transforma en una cuestión vital. Apenas a los quince días de nacido contrajo una fuerte infección pulmonar que deriva en el asma que lo acompañará para siempre, aunque le roba ocasiones para el futbol, salir a correr y jugar a la guerra en las trincheras hechas por él y sus amigos. Tete es un trotamundos gracias a la imaginación fomentada en sus lecturas; las aventuras que no puede vivir debido al asma se hacen verdaderas a través de lo leído. Desde entonces ese será su sino: Ernesto es lo que lee. Vive lo que lee. Lee lo que vive. De acuerdo con su padre:
El asma solía obligarlo a estar quieto; él aprovechaba esta quietud física para leer y releer. Y cuando Ernesto llegó a los doce años, poseía una cultura correspondiente a un muchacho de dieciocho. Su biblioteca estaba atiborrada de toda clase de libros de aventuras, de novelas, de viajes. Allí se encontraba a Salgari, a Stevenson, a Julio Verne y Alejandro Dumas […] Abundaban en su biblioteca los libros de viaje y especialmente de expediciones a regiones desconocidas (Guevara Lynch, 1981: 181).
Del testimonio del viejo Ernesto, sobresalen tres elementos significativos. El primero de ellos se refiere a la quietud física de su hijo; la inmovilidad física es aprovechada en el plano imaginativo. Para Guevara, la quietud obligada no representó un freno para la imaginación, nacida y cultivada, en gran medida, por la literatura. Aunque la enfermedad lo orilla a estar postrado en una cama, existe un movimiento originado, paradójicamente, por la inmovilidad física: el que proviene de las aventuras que lee. La quietud lo lleva a la aventura. De ello se desprende el segundo elemento, es decir, la experiencia vital como lector. Para Ernesto, leer no es sólo la apropiación de la obra sumergiéndose en lo narrado sino también una manera de estar en el mundo. La lectura no es un elemento complementario para la vida, resulta, en realidad, parte imprescindible de su existencia. (Manguel, 1999). Leer se convierte en el filtro por el que entiende la vida. Si como dicen Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (2006) “un texto no existe más que porque existe un lector para conferirle significado”, en el caso de Guevara ese significado se torna vivencial y vital para su presencia en el mundo. Porque lee existe, se mueve, imagina. No hace sólo la interpretación de lo leído- apropiándose de la obra materialmente hablando pero también de lo contenido en el texto-, sino que resignifica la lectura a través de lo que vive o, mejor dicho, de lo que no puede vivir. Y es que, como ha señalado Paulo Freire, “La lectura del mundo precede a la lectura de la palabra, de ahí que la posterior lectura de ésta no pueda prescindir de la lectura de aquél”. (1981). Ernesto vive un contexto que determina la lectura: el de la enfermedad, la quietud, el no poder respirar adecuadamente. Esta situación cambia no sólo el modo de entender lo que lee, también reconstruye el mundo en el que lee. En otras palabras: el mundo se le brinda de una manera diferente a raíz de la lectura, pero el texto mismo se transforma luego de ser leído. Es un doble movimiento de lectura donde el texto influye en el mundo y, de manera recíproca, el mundo influye en el texto; ambos dejan, a su vez, una marca en el lector.
De ello se desprende un tercer elemento, se trata de los textos que lee. No es un hecho fortuito el tipo de literatura por la que Guevara tiene preferencia en su niñez. Una primera cuestión remite, ciertamente, a las lecturas de un niño de 8 a 10 años bajo la influencia de una familia como la suya: con un bagaje cultural amplio, con críticas al fascismo, con una afiliación declarada por los republicanos en el contexto de la Guerra Civil española.[3] En la casa de los Guevara de la Serna, había tertulias recurrentes, cierta vida bohemia y un ambiente de discusión política con los vecinos del que Ernesto se fascinará (González Acosta, 1989).
De un cúmulo nada despreciable de libros, Guevara sentirá especial atracción por los que remiten a las aventuras; de ahí que Salgari, London, Verne, sean su autores predilectos. En ellos, la aventura, el viaje, la movilidad de los personajes, resultan fundamentales. Lee esas historias no sólo por una cuestión de gusto, lo hace también por una afinidad proyectada. Con la lectura rompe el encierro físico, traspasa las cuatro paredes de una habitación. Su afición por tales narraciones, su gusto por la aventura y el reto, representan una proyección de sí mismo, tanto en las obras como en el contexto vivido por él. Quizá por esas razones, el célebre Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra será, durante toda su vida, una de sus referencias más recurrentes y el personaje por el que tendrá un cariño particular (Llanes, 2010: 81-88)
Hay otra cuestión no menos relevante que es necesario señalar. Ernesto, desde los ocho años, va cultivando un gusto propio y con ello genera su propia biblioteca. Todos los biógrafos del Che señalan que su familia contaba con una amplia biblioteca de la que incluso sus amigos hacen uso. Pasa por alto, sin embargo, la estrecha relación que el niño cultiva con la literatura. Contar con una biblioteca basada en gustos propios muestra hasta qué grado su papel de lector está desarrollado y cómo, con el tiempo, será aún más profundo: la biblioteca de Guevara está cimentada en una necesidad casi biológica de leer. En otras palabras, Ernesto Guevara de la Serna desarrolla, muy tempranamente, un habitus como lector que no abandonará jamás.[4] Este hecho muestra una disciplina prematuramente desarrollada y una labor selectiva, es decir, un incipiente método de lectura. En la niñez y primera adolescencia, como anota su padre, lee mucho más que novelas de aventura pero las prefiere por sobre todos los demás libros. Desde las vivencias leídas, Guevara lee también el mundo. De ese modo, se construye como un lector sagaz y disciplinado.
Che, joven
Imagen 1. “Che, joven”, disponible en: http://www.xn--ch-cja.com.es/images/joven.jpg [consultado el 5 de noviembre 2015] Fuente: Pacarina del Sur - http://pacarinadelsur.com/home/huellas-y-voces/1271-ernesto-guevara-una-poetica-de-la-lectura - Prohibida su reproducción sin citar el origen.

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