El 21 de abril se va a realizar la Marcha de Mujeres Originarias frente al Monumento de Julio Roca para proponer un Consejo por el Buen Vivir. Las mapuches, wichí, qom y guaraníes, entre otras, denuncian violencias que terminan en feminicidios a ancianas y adolescentes para callar sus tradiciones y demandas y las consecuencias de la contaminación de empresas trasnacionales en sus cuerpos y territorios, además de las ligaduras de trompas sin su consentimiento. La activista mapuche Moira Millan denuncia estas y otras atrocidades contra las mujeres (a las que dice que en el imaginario ni siquiera son consideradas mujeres) y presenta una propuesta en donde las indígenas no son víctimas a las que asistir sino personas con sabiduría para escuchar.
El 56 por ciento de las argentinas desciende –total o parcialmente– de ancestros indígenas, según un estudio del Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la Universidad de Buenos Aires. Pero la mitad más seis por ciento se desprende de sus raíces para desarraigar el futuro.
Moira Millan podría pasar indiferente por la Ciudad de Buenos Aires. No hay casi nada que la diferencie de otras tantas mujeres. Nada que no sea su decisión de hacer brillar la diferencia. No hay tan pocas que tengan rastros, como ella, de rasgos indígenas entre su rostro. Pero es Moira la que decidió que su identidad sea orgullo y no quede solapada sino enmarcada en los ojos negros enmarcados para mirar el mundo. Por eso su cuerpo se mueve nómade –como sus antepasados– entre la ciudad, el mar y la montaña. Y es su escudo plateado, macizo, noble y plata el que le enmarca el cuerpo custodiado por sus ancestras en forma de polleras sobre su pecho y en los eslabones que la hacen mujer y madre y la esperan para ser abuela. Moira es docente de mapuche que, en lengua propia, es mapudungun y, entonces, las palabras se pueden vestir de propias, antiguamente nuevas y exactamente bellas. Su vestido es küpan, su faja triariwe, los prendedores tupu y la platería que la cubre y refleja es rütram.
Su abuela materna era tehuelche, que en realidad es lengua aonikash, pero quedó fichada como Margarita Burgos para que el documento no dejara rastros de pertenencia. Su abuela paterna era mapuche y su apellido asienta que Selmira fue Prafil. Su primera hija, Violeta, vislumbra el color que cambia la mirada y ahora ella estudia Historia en La Plata. Juan, de 19 años, tiene nombre sencillo y complejiza el lenguaje con poesías, rap y activismo. Sus dos últimas hijas son fruto de su decisión de nombrarse y nombrarlas: Llanka tiene 16 años y Raintuy 14 y viven, ahora como ella, en Puerto Madryn. Pero saben que vivir no es quedarse sino moverse, como su madre, y auguran un año mirar al mar y otro, el que viene o lo que vendrá, volver a la montaña.
Aunque hay un lugar al que Moira ya no puede volver, ni su hija mirar, ni sus nietxs conocer. Moira parió a Llanka al pie del lago Futalaufquen, frente a un árbol frondoso que ya no está. El fuego arrasó con el árbol la historia, la placenta palpitante de los pujidos en el aire. Los incendios en los bosques patagónicos, que Moira atribuye a intereses financieros para desproteger las tierras y favorecer negocios de trasnacionales, son parte de las razones que la trajeron a Buenos Aires.
Desde hace dos años ella organiza la marcha de mujeres originarias que se va a concretar el 21 de abril junto a participantes de las treinta y seis naciones originarias de Argentina. La cita es a las 13 horas, frente al Monumento a Julio Roca (Perú 104) y el objetivo es llegar, a las 16 horas, al Congreso de la Nación para entregar un proyecto de ley para la creación de un Consejo de Mujeres Originarias por el Buen Vivir.
“La idea surgió hace tres años en un encuentro del barrio toba de Rosario; las hermanas qom me contaban que sus hijos adolescentes no pueden estar en el centro a una hora determinada porque la policía los persigue, y el lugar en el que las colocaban sus propios hombres indígenas. Y cuando les pregunté cómo las ven los hombres blancos me dijeron: ‘No nos ven ni siquiera como mujeres’. Me di cuenta de que ni somos mujeres en el imaginario de los argentinos. ¿Somos animales de carga?, ¿qué somos? Ahí surgió hacer una marcha no de protesta sino de propuesta del buen vivir.”
Moira es la coordinadora de la marcha, pero no se siente parte de una ciudad que la desinvita a sentirse parte: “A los condicionamientos sociales se sumó un condicionamiento físico de cuánto tienen que medir tus senos y tu cola. La cosificación llegó a la demencia más terrible y violenta. Entristece mi espíritu que muchas mujeres en vez de interpelar las cadenas salimos a la maratón para lograr lo que pretenden físicamente de nosotras. Afortunadamente hay mujeres que le dan una cachetada al patriarcado y empiezan a desandar ese camino”.
¿Cómo te recibe Buenos Aires frente a tu identidad mapuche?
–Sufro mucho racismo y mucha mirada que me desprecia y me discrimina. Cuando estoy bien de espíritu me hago las trenzas y siempre trato de usar ropa con identidad. Las trenzas en Buenos Aires se han convertido casi en algo subversivo. Para los porteños somos todos bolivianos. ¿Cómo le explico a un comerciante que mi espíritu cabalgó y fue feliz en el mismo territorio en el que él tiene su negocio? Yo manejo el idioma del conquistador, el castellano, y he ido con las hermanas qom, que están acampando, y he vivido la mirada despreciativa. Hay un imaginario racista donde no sólo han borrado a los pueblos originarios sino que lo han afeado. La mujer originaria significa fea, pobre, salvaje, bruta, sucia, ignorante, desalineada. Todo lo bello y armonioso lo representa una mujer blanca y cuando aparece un cartel de Caritas estamos nosotras. ¿Qué saben si no tengo plata o que no puedo ser una consumidora?
¿Por qué estás viviendo en Puerto Madryn?
–Es una ciudad que se está construyendo dándole la espalda a la naturaleza, se ha triplicado el aluminio y se ha modificado la temperatura del agua y por eso podrían no ir más las ballenas. Hay una lucha por dar. Yo conocí a una ancianita que recordaba el canto de las ballenas en aonikash (idioma de los aoniken`k o tehuelches). Se juntaban todas las tribus e iban al mar y bailaban para un costado y para el otro durante varios días y, cuando terminaba la ceremonia, el mar arrojaba una ballena muerta y ellos la trozaban y la repartían. Ni siquiera invadían el mar. Esa ancianita estaba en un asilo y murió.
El buen vivir
Si la historia la escriben los que ganan y se corea que hay otra historia, entonces, también, hay murmullos que no escriben, ni cantan ni graban su propia historia. La cuentan. La historia de Moira Millan como activista empezó a los 21 años y está retratada en la película Pupila de mujer, mirada de la tierra, de la que fue guionista. El 20 de agosto va a cumplir 45 años y ahora tiene 44 que, en mapuche, es el número perfecto. Aunque su vida no se mide por años sino por ciclos: la menstruación, la maternidad, la abuelidad marcan cada etapa vital. “La menopausia las indígenas la viven con alegría y las blancas lo sufren. En Lawentrufe, Chile, hablé con las conocedoras de hierbas medicinales para saber cómo prepararme para la ancianidad. Las mujeres se invaden el cuerpo con lifting, siliconas y creen que es una forma de cultivar la belleza y, en realidad, es propiciar la atrocidad. Hay saberes que te preparan espiritualmente para que el tránsito a la ancianidad sea con alegría y plenitud.”
¿Cómo es la propuesta del buen vivir?
–Restablecer la reciprocidad con los pueblos y con la naturaleza. El Estado nos despojó de nuestro territorio y se manejó de la misma manera con la naturaleza. Los ecosistemas conservados amorosamente por los pueblos originarios fueron arrasados en el nombre del progreso. Hay más de 40 mil hectáreas de bosque quemados porque las mineras quieren ese lugar. La naturaleza no es sujeto de derecho. Los bosques nos dan abrigo, medicina, fuerza espiritual, aire puro, nos abrazan amorosamente: ¿Cómo le hemos pagado? Con la devastación bajo fuego. Esto no pretende un enfrentamiento con el pueblo argentino. No nos preguntaron cómo queríamos cohabitar. Se nos impuso un solo modelo hegemónico. Queremos repactar. ¿Cuántos saberes tenemos que podemos trasmitir? Hay que construir una relación de reciprocidad.
¿La idea es refutar la imagen de una mujer indígena como carenciada?
–Claro. Hay treinta y seis naciones en este país y no todas venimos de los barcos. Habemos quienes venimos de los cerros, de la cordillera, de las pampas, de los lagos. Está la Argentina con ese imaginario europeísta y la otra Argentina de raíces milenarias que puja por nacer y tiene mucho para aportar. Las mujeres originarias estamos cumpliendo un rol fundamental en el territorio invadido por las trasnacionales porque los hombres abandonan los territorios para trabajar. Por eso estamos sufriendo todo tipo de violencia. Las hermanas guaraníes de la comunidad ysiri, en Misiones, hacen tres kilómetros para lavar la ropa porque el arroyo que ellas tenían quedó para la empresa forestal Alto Paraná y la seguridad privada dispara contra niños y mujeres. La cultura guaraní es del agua y no tienen agua. La comunidad Fortín Boreré, en Iguazú, tiene cuarenta familias que se abastecen de un pozo de agua y alrededor está el Hotel Hilton, que tienen hasta cascadas artificiales.
¿Por qué denunciás un feminicidio contra mujeres indígenas?
–El femicidio es el asesinato de una mujer, pero feminicidios son crímenes organizados de envergadura como los que suceden en Ciudad Juárez, en México. Nosotras denunciamos feminicidios porque no son situaciones particulares de violencia machista doméstica, sino de una planificación intrínsecamente vinculada con las corporaciones extractivistas (mineras, petroleras, forestales) contra las mujeres. En el 2012 asesinaron a una adolescente guaraní de 17 años, Lieni Itatí Piñeiro, en Puerto Esperanza, Misiones, supuestamente, un grupo de hijos del poder. Otro caso emblemático es el de Esperanza Nieva (una luchadora diaguita), una anciana de 81 años que fue violada y asesinada en Amaycha, Tucumán (el 7 de junio del 2010). Las autoridades tradicionales nuestras, las machi, están siendo objeto de judicialización y persecución porque son las que alientan el espíritu de lucha contra las trasnacionales. La empresa La Alumbrera está en Catamarca y quiere avanzar a Tucumán y los diaguitas y quilmes no quieren que se toquen esos lugares sagrados. Las ancianitas están muy solitas porque los hombres jóvenes tienen el compromiso de las empresas de que les den trabajo y hay caciques que están con las mineras. También está la persecución a Relmu Ñanku, a quien le quieren dar seis años de prisión por un piedrazo que le cayó a una oficial de Justicia y que ella no tiró en medio de una notificación por un desalojo cuando estaban velando a una sobrina. Su delito es ser mapuche y madre de tres hijos que lucha contra la contaminación de Chevron. En cambio, su suegra, Petrona Maliqueo, fue salvajemente golpeada por sicarios de las petrolera Chevron y no ha tenido ningún tipo de justicia.
¿Qué pasa con las denuncias por abortos espontáneos y malformaciones producto de la contaminación?
–Los abortos continúan y son cada vez más. Va a llegar un momento en que no vamos a poder reproducirnos y tener hijos. Las mujeres se embarazan y pierden sus hijos. Es un genocidio silencioso. Mientras que en el pueblo wichí, en Pilagá, Formosa, las mujeres qom si paren en su comunidad a sus niños no les dan certificado de nacimiento y DNI, pero si paren en el hospital les hacen cesárea o ligadura de trompas sin su consentimiento.
El derecho a la ligadura de trompas se instauró para garantizar el acceso a la anticoncepción quirúrgica y nunca para avasallar una decisión íntima. ¿Cómo se llega a imponerles una barrera reproductiva?
–Si no hablás castellano no entendés. En ningún organismo público se hablan los idiomas de los pueblos originarios. Se les dice a ellas que sí fueron consultadas y ellas no entendieron. Desde la constitución del Estado las mujeres originarias hemos sido esclavizadas. Nuestro máximo horizonte es ser empleadas domésticas. Y es muy natural que una chiquita jovencita se vaya a limpiar cama adentro y vuelva con un hijo del patrón. Eso continúa pasando.
¿Qué esperan de la marcha?
–No es una marcha para adquirir derechos para nuestro sector. Es una marcha para proponer la esperanza. Los pies de las mujeres más sufridas, más afeadas, más estigmatizadas están marchando por lo más hermoso que tenemos. A Llanka la parí en el Parque Nacional Los Alerces, a orillas del lago Futalaufquen, donde había un maitén añoso, frondoso y yo le decía que ahí vivían espíritus muy antiguos. Y ahora, por los incendios, no voy a poder decirle a mi nieto o nieta que ahí nació su mamá. Ya no está. Me he llorado todo. No hay lágrimas.
¿A que atribuís los incendios en la Patagonia?
–A las empresas mineras, a la especulación inmobiliaria y a los gobiernos corruptos. Las mineras tienen dos obstáculos: las áreas protegidas y los mapuches. Si no hay nada que reservar no sería una reserva. Por eso, ahora hay que reforestar con nativas, si no va a aumentar la especulación de las empresas y van a seguir quemando selva o bosque. ¿Y cómo hacen para deslegitimar la lucha de los mapuches? Acusándolos de incendiarios y terroristas. Por eso, creemos que hay que refundar el país con una matriz civilizadora que ponga por encima del capitalismo la relación con la naturaleza.
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