PERU: el acoso sexual en los lugares públicos

EL ACOSO SEXUAL EN LUGARES PUBLICOS: ENTRE LA INVISIBILIDAD Y EL SENSACIONALISMO

Por Ximena Salazar

Desde hace unas semanas el tema del acoso callejero, en todas sus modalidades, sigue siendo tema principal en la agenda. El caso de acoso sexual experimentado por la actriz Magaly Solier en el Servicio Metropolitano de Lima, ha generado las más diversas reacciones en las autoridades (y candidatos), tanto nacionales, como locales, sobre un problema cotidiano del cual, hasta el hecho en cuestión, poco o nada de importancia se le había dado. Las principales propuestas para combatirlo han sido un tanto efectistas y poco aportan a lo que miles de mujeres, en todo el Perú, viven cotidianamente. Que las mujeres nos defendamos con armas punzocortantes ante el acoso, traslada la responsabilidad de su erradicación a las propias mujeres; y que existan buses “especiales” sólo para mujeres desconoce el hecho de que peruanos y peruanas debemos convivir en igualdad y respeto.

Poco se conoce en realidad sobre el acoso (sexual) en lugares públicos, poco se habla de sus causas y consecuencias a nivel social y sobre su origen. Y nuestras autoridades, más allá del efecto, no indagan para buscar mejores soluciones para prevenirlo.

El acoso sexual en lugares públicos ha sido y sigue siendo una práctica cotidiana en el mundo entero, y adopta formas muy variadas (piropos, ofensas verbales, tocamientos, exhibicionismo, entre otras). En nuestro país, hasta el caso de Magaly Solier, ha venido siendo un fenómeno invisible que, de hecho, forma parte de las interacciones cotidianas que afecta la vida de muchas mujeres. El acoso sexual en lugares públicos es un evento transitorio, disimulado, oculto y silencioso pero también tan normalizado que es muy difícil de asir, a menos que se denuncie a viva voz en el momento en que ocurre. Si bien se dirige, en la mayoría de los casos, a las mujeres adultas, también lo experimentan niñas, niños, adolescentes, varones homosexuales y mujeres transgénero.

Resulta obvio que, debido a esta invisibilidad, las políticas públicas peruanas para prevenirlo y sancionarlo no estén suficientemente desarrolladas, lo que ocasiona, entre otras cosas, su permanencia y el silencio de quienes son afectadas/os. Tampoco ha recibido interés por parte de la Academia. Se trata de un fenómeno poco investigado. Y si no conocemos el fenómeno no sabremos las formas que este delito adopta, los efectos que ocasiona, y la magnitud de su existencia; así las propuestas de prevención y eliminación continuarán siendo tan generales y poco efectivas como las que hemos escuchado hasta el momento. Únicamente importantes iniciativas ciudadanas como “paremos el acoso callejero”, o testimonios de artistas afectadas, e incluso opiniones absurdas como las de Joyce Guerovich, generan un interés efímero por el tema; pero no llegan a concretarse en legislaciones para castigarlo y aminorarlo.

A propósito del tema, un estudio realizado en la Ciudad de México, da luces sobre el tema y se presenta aquí como evidencia de investigaciones posibles de realizar en Perú que ayuden a quitarle anecdotismo al tema y se pase seriamente a la acción.

Gaytan Sánchez [1] define el acoso sexual como “una o varias interacciones focalizadas cuyos marcos y significados tienen un contenido alusivo a la sexualidad, en las que la actuación de al menos uno de los participantes puede consistir en aproximaciones sexuales indirectas (empleo de símbolos, mensajes escritos, silbidos a distancia, material pornográfico, soborno sexual, acercamientos, miradas, susurros y contactos físicos o proposiciones y comentarios sexuales que no son autorizados ni correspondidos, generan un entorno social hostil y tienen consecuencias negativas para quien las recibe. Es posible que involucren diferencias de jerarquía y estatus, y necesariamente implican un desequilibrio en las relaciones de poder entre los individuos que puede ser contrarrestado o no durante la misma situación. Ocurre en diferentes medios” (pág. 11).

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