Nora Strejilevich y su libro 'Un día, allá por el fin del mundo'

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Una radical originalidad. Nora Strejilevich y su libro Un día, allá por el fin del mundo

Jorge Guzmán. Universidad de Iowa, Estados Unidos

 

Hay que celebrar la aparición entre nosotros de esta excelente escritora argentina, que ya tiene algún renombre internacional. Creo que tendrá mucho más. No solo es narradora brillante, sino incansable denunciadora de los abusos del terrorismo de estado, que a ella misma le costaron la pérdida de su hermano Gerardo —motivo central de la novela— y la de sus primos, además de su propia desaparición y tortura por agentes de la dictadura argentina, y su exilio.

 

Lo primero que quiero destacar es su originalidad en muchos de los componentes narrativos. Quizá lo más visible es su originalidad estilística, muy rara actualmente. Y no me refiero a ningún retorcimiento que dificulte la lectura. A la inversa: la facilita y la hace gustosa. Un par de ejemplos: Vuela desde Vancouver a Buenos Aires para acompañar a su madre enferma; al llegar comenta “Bastan unas horas para que el espacio te ancle en un presente atiborrado de pasado, marcado a fuego por él. Un presente que se pavonea como el único reinante. Tu universo en inglés se desvanece”. Esta manera de narrar un regreso a la ciudad de origen es tan diferente de las habituales, que hace al lector, creo, ver el lenguaje, ese mismo que usamos sin verlo cotidianamente. Esta función literaria es de las que más estimo entre todas. No suele ocurrir en la prosa, pero cuando sucede, es una alegría de la lectura. La cita que acabo de hacer es una entre miles que forman la novela. Otra de ellas, sobre León, su padre: “Contiene la respiración como ante un aparato de rayos X a punto de radiografiar su tristeza”. Se puede seguir la fiesta casi en cada párrafo. Entre los componentes de lo original está el uso frecuente de textos conocidos, eso que llaman intertextualidad. De allí proviene el mismísimo título del libro, que es una variación de una cita de Fernando Pessoa “Un día, allá por el fin del futuro” (p. 82). Pero hay más en el estilo: la manera de contar, por ejemplo, un embarque en avión, reúne en un solo párrafo: lo que vivió la protagonista mucho antes en el aeropuerto JFK de Nueva York, con lo que siente en un embarque posterior. Están allí juntos los perros que olfateaban a los pasajeros entonces, el uso que ella hace de “Las cuatro estaciones” de Vivaldi como antídoto contra el miedo, todo eso mezclado con un ahora en que hay funcionarios vigilantes que rodean “este lugar donde circulamos rogando – ya sin llaves y sin materiales inflamables – que los controles nos aprueben”. La presentación de la personaje narradora, tiene la originalidad de no ser alabanciosa. De sí misma dice que es “bajita, miope, con piernas de futbolista”. Y mentalmente tampoco se alaba. Se reconoce obsesiva, distraída, desordenada, olvidadiza y casi siempre asustada, paranoide, pero con una positividad: tiene el propósito continuo de escribir. Otra originalidad es su tratamiento del sexo y de la muerte. A pesar de que tiene una vida sentimental y sexual que no oculta, no hay ninguna escena de sexo. Si figura la narración de una hermosa convivencia amorosa en Canadá con otro exiliado, un chileno, que regresa a Chile al terminar la dictadura de Pinochet, pero encuentra su país tan cambiado que no puede soportarlo y se vuelve a Canadá, donde su cuerpo no soporta y muere. Esta muerte no está descrita, apenas mencionada como una ausencia. Lo mismo la de León, su padre, que se suicida arrojándose por un balcón, pero Nora no quiere verlo y ni siquiera quiere recordar donde está su tumba. Repito, estas muertes son solo ausencias en la protagonista y también en el lector. Esta renuncia a la facilidad de estos lugares comunes narrativos (desnudeces, gozos, hospitales, defunciones, honras fúnebres, duelos) me parece uno de los muchos aciertos de la novela. Una excepción es la muerte de Sarita, madre de Nora: se cuenta su enfermedad, pero la muerte solo con: “Te vi morir en el hospital, junto a tu camilla, el brazo derecho diciéndole adiós al mundo y a mí”. A pesar de una diferencia básica, Nora es como cualquiera de nosotros lectores, cuando estamos de viaje, y ella lo está durante todo el libro. En ese tiempo hay pérdidas de objetos, muchos, que nunca recupera, relojes, paquetes, bultos con cosas, ropas, archivadores. Son tantos, que a la paciente de esos muchos extravíos Nora la convierte en personaje, María Cemepierd, su alter ego perseguido por duendes escamoteadores. Además, también pierde mucho de lo que importa para desplazarse, y justo cuando lo necesita: el pasaporte, las llaves, los permisos, las direcciones, los números de teléfono. Estas cosas siempre las recupera, aunque no siempre a tiempo. El zigzagueo por el mundo empieza en Buenos Aires, expulsada por los “guardianes del orden” de la dictadura, luego de una semana de detención, abusos y extremos malos tratos. Sigue en Israel y luego en una enormidad de lugares: Canadá, Estados Unidos, Francia, Grecia, Italia, Holanda, España, Polonia, Sudáfrica, México, Colombia, Cuba, Bolivia, Guatemala, Brasil, Paraguay, Chile, Argentina.

 

Este interminable partir y llegar para partir de nuevo se hace durante gran parte del libro intentando olvidar el día aquél que es parte del título, la fecha de la detención y desaparición forzada de su hermano Gerardo y suya. En algún momento renuncia a su propósito de olvido y acepta el recuerdo doloroso como inescapable. Y finalmente, una originalidad más. En esta novela de exilios y pérdidas, el humor es muy frecuente. “Como sabés, soy tan pacífica que lo único que mato es el tiempo” (p.253). “Holanda es tan democrática que cuatro perros se trepan a las sillas y dialogan mientras cuatro viejos los acarician” (p.175), lo cual es humor crítico ¿eso es la democracia? Pero el humor es más que frases; casi todas las situaciones de los viajes son cómicas: horarios que no se cumplen, funcionarios que no saben, respuestas equivocadas, direcciones que no existen. En suma también la novela es un refrescante surtidor de humores. Una alegría, en suma, para cualquier lector cansado de malos estilos, sexo aburrido, violencia gratuita y textos atosigantes.

Revista del CEMHAL No 200

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