NICARAGUA otra vez en las barricadas




Nicaragua: Desenterrando memorias de la Revolución sandinista
Por Sylvia R. Torres
(poneloya@hotmail.com) Managua, septiembre (SEMlac).- Con un libro que fluye como una buena novela y que también parece una película de acción, la periodista Gabriela Selser presentó sus memorias, tituladas Banderas y harapos, el pasado 8 de septiembre en Managua.
Selser fue corresponsal por siete años de una sangrienta guerra financiada por el gobierno de Ronald Reagan, que enfrentó a la población nicaragüense y culminó con miles de muertos e incontables discapacitados de los bandos en pugna.
Gran parte del público asistente era lector de la Chela, apodo de aquella joven menuda y rubia en los años en que era considerada la mejor reportera del país, cuando laboraba en Barricada, diario oficial del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Tiempo de periodismo militante y lleno de peligros, pues quienes cubrían la guerra en ocasiones también harían de protagonistas y, en algún momento, tuvieron que soltar la cámara para rescatar heridos, como ella misma narra, refiriéndose al fotógrafo Carlos Durán.
Más de 600 personas acudieron a la presentación, la cual, según esta cronista, tuvo el seductor savoir de la vela que precede al funeral, donde algunos lloran a la persona extinta, pero la mayoría aprovecha para saludarse y ponerse al día con los asuntos del resto.
Lo bonito de la ocasión es que esta vez no había occiso. Aunque para algunos, sí. El occiso era el proyecto revolucionario, con una mayoría de protagonistas hoy alejados del gobierno de Daniel Ortega, que se saludaba, recordaba, reía y lloraba, en la medida en que avanzaban los comentarios del escritor Sergio Ramírez y de la sicóloga Martha Cabrera, doctora en filosofía y reconocida especialista en terapias de constelación para procesar los duelos.
En la presentación también había un público joven, intrigado por conocer lo ocurrido en esa época denominada "la década perdida". Ramírez preguntó sobre temas del libro a Gabriela y a Martha, y luego se realizó un intercambio con el público.
En los libros oficiales, la década de los ochenta alcanza en dos páginas. Esto impide conocer los hechos a la juventud. No hay cifras oficiales, salvo las obtenidas de la Stasi, la agencia de inteligencia de la desaparecida República Democrática Alemana, cuyos archivos, analizados por el diario La Prensa, registran que el grueso de la Fuerza Armada Sandinista era de 64.000 hombres, mientras que los muertos entre militares, campesinos y otros civiles, hasta diciembre de 1986, alcanzarían casi los 19.000. Por su parte, la Resistencia reconoce 13.000.
La mayoría de la población nicaragüense tiene menos de 30 años y desconoce cómo se vivió la guerra o qué papel jugaron en ella sus padres y familia.
Martha Cabrera lleva más de una década trabajando el duelo a través de constelaciones, pero también insistiendo en que hay que hablar sobre lo que pasó y sacar los dolores que, a pesar de la distancia en el tiempo, siguen causando enfermedades, rupturas familiares y violencia.
Harapos y banderas es un libro agridulce, que empieza narrando la llegada a Managua de Gabriela, exiliada argentina en México cuando tenía 18 años, encargada a un fundador de la Dirección Nacional del Frente y su familia, Germán Gaitán, quien se apartó de la organización y fue borrado de las fotos, y de la historia oficial también.
La primera parte cuenta de su adopción por la familia campesina a la que ayudó a alfabetizar, sus peripecias de muchacha urbana y extranjera. También, la frustración de que los libros del pedagogo Pablo Freire (1921-1997) no le indicaran cómo tratar con la resistencia de la jefa de la familia para continuar aprendiendo a leer.
Y de repente, casi sin notarlo, lleva al lector a la vorágine de los combates, a los mil roces con la muerte, a la aparente impasibilidad frente a la muerte, a las bromas de esos días camino a la zona de guerra y la pregunta silenciada: ¿y si nos matan?
De las páginas brotan combates, muertos, heridos y hasta el fogonazo en el sombrerito militar de la narradora, que por poco la convierte en héroe y mártir, y homenajeado colgando su foto en algún baño de la redacción del diario, según le decían con sorna sus colegas.
Gabriela recrea las dificultades para abastecerse de bienes básicos, situaciones que se vivían con enojo, pero que no importaban porque eran la ofrenda a la construcción de una sociedad libre de desigualdades y súper democrática, aunque ya se resentía a sotto vocce que la dirigencia viajaba en camionetas lujosas y se abastecía de productos exclusivos extranjeros en la Diplotienda, donde solo se compraba en dólares.
Mientras, el sueldo mensual de una maestra era de cinco dólares y con la inflación, por cada dólar se tenían que pagar 23.000 córdobas; esta fue la época en que, con sorna, la gente se autonombraba millonaria. Antes un billete antes de cinco córdobas se reselló para valer 50.000.
Luego vinieron las preguntas y, finalmente, la derrota electoral del FSLN. Como miles y miles, Gabriela se quedó atónita preguntándose qué pasó. Y en su caso, ante la falta de respuesta, comenzaron las pesadillas, el insomnio y todos los síntomas del estrés postraumático que nunca se trataron abiertamente, porque la preocupación por la sobrevivencia se impuso, mientras la dirigencia, con cucharas bien distintas, se repartió los bienes nacionalizados.
Con su libro, Gabriela procesa su duelo y, de paso, el de muchas personas que se han desahogado en las redes sociales riendo, llorando y volviendo a reír, haciéndose la pregunta clave: ¿por qué pasó lo que pasó? Y con la pregunta, se va creando ontología del ser, es decir, teorías sobre los acontecimientos sociales y el lugar en ellos de la persona.
Sergio Ramírez ha organizado unos encuentros anuales llamados Centroamérica Cuenta, en los cuales la memoria es el hilo conductor.
Tanto Sofía Montenegro, una intelectual feminista, como la sicóloga Martha Cabrera han insistido en que se necesita procesar nacionalmente el duelo, o seguiremos repitiendo patrones de violencia de género y social que se viven.
Para Angie Largaespada, feminista, lo importante de esta memoria es que el desencanto no contamina la memoria y permite que nuevas generaciones conozcan la mística y la ilusión con la que generaciones pasadas vivieron aquellos años, en oposición a la visión de que todo el sacrificio solo sirvió para enriquecer a unos pocos.
En los capítulos finales se reproduce íntegro un reportaje sobre las casas donde vivió el fundador del FSLN, Carlos Fonseca, escrito que dulcemente repasa esa mística a la que se refiere Largaespada, y culmina con la derrota electoral del Frente Sandinista y, sobre todo, con el encuentro con su familia alfabetizada, niños hoy profesionales.
Con la memoria de Gabriela Selser, aumenta el número de mujeres que se han atrevido a hablar de su experiencia. Primero la formidable Gioconda Belli, con El País bajo mi piel, desnudó el uso de su sexualidad para moverse dentro del poder, y el escándalo que causó fue mayúsculo, tanto por su honradez desfachatada como porque, siendo mujer y sin experiencia militar, se atreviese a ubicarse como protagonista.
Luego está Leticia Herrera con su libro Guerrillera, mujer y Comandante, a quien mostrar lo misógino dentro de la resistencia urbana, la obligada subordinación de las mujeres de esa generación, y los abusos machistas y de poder en la guerrilla antes del triunfo, le costó ser despedida de un cargo público y condenada al ostracismo.
Rosa Carlota Salaverry, la Cuta, hizo con sus memorias Rosa Salaverry, Una vida es una historia para contar, publicada el año pasado, el recuento de la familia que, atravesada por las relaciones de clase y el machismo, sostuvo la participación política de sus integrantes, sin que a las mujeres se les reconociera su lugar. La de doña Cuta es la historia heroica de muchas mujeres sin las cuales ningún cambio hubiera sido posible.
Gabriela Selser habla del trauma de la guerra, a diferencia de la narrativa masculina, que destaca la gloria y las hazañas guerreras, y oculta los sentimientos y la cotidianeidad. Al final, estas nuevas perspectivas sobre la historia están sacando a luz el barro que sostenía las estatuas de los héroes, pero a la par rescata frutos de aquella historia, los campesinos alfabetizados convertidos en exitosos profesionales que acudieron a la presentación y agradecieron.
Ojalá que otras historias que inician con minúscula sigan contribuyendo a escribir, como dijo Ramírez, la historia con mayúscula.

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