Cuba: Estudios identifican violencias hacia las mujeres

Cuba: Estudios identifican violencias hacia las mujeres
La Habana, marzo (SEMlac).-


En comportamientos más evidentes o sutiles, desde las palabras y también desde los actos, las diversas manifestaciones de la violencia machista siguen siendo objeto de atención de estudios e investigaciones en Cuba, constataron participantes al X Taller Internacional Mujeres en el Siglo XXI, celebrado en La Habana del 6 al 9 de marzo.
"Este es un tema emergente en debates diversos", señaló Clotilde Proveyer Cervantes, profesora de Sociología de la Universidad de La Habana, al hablar en torno a "El género de la violencia de género, reflexiones en torno al debate sobre su conceptualización".
Para la investigadora y una de las precursoras de los estudios sobre violencia de género en Cuba, en la década de los noventa, sigue siendo importante aclarar que "las víctimas de la violencia de género son las mujeres o, más exactamente, el género femenino o su esencia, pues esta no puede reducirse a la anatomía de un cuerpo sexuado".
Se trata, dijo, de una expresión de dominación patriarcal ejercida por los hombres, de la violencia del patriarcado como sistema de dominación, legitimada precisamente por los componentes estructural e histórico del patriarcado, referidos a las relaciones asimétricas de poder ente hombres y mujeres, tanto en el ámbito público como privado.
"Es una problemática compleja, estructural, cuya existencia se basa básicamente en la desigualdad jerárquica que existe entre hombres y mujeres, la cual viene construida cultualmente y es legitimada y reproducida por las propias estructuras sociales", puntualizó.
La profesora subrayó que es también un problema social, de salud y político que constituye una flagrante violación de los derechos humanos; una de las formas extremas de discriminación que ha permanecido naturalizada e invisibilizada históricamente.
Investigaciones de diversas disciplinas dan cuenta de que en Cuba existen todos los tipos y manifestaciones de la violencia machista, incluidos los micromachismos, un término acuñado por el psicólogo argentino radicado en España Luis Bonino, pero que es menos conocido y manejado en el país, en opinión de la profesora Aida Torralba, de la Universidad de Holguín, a 740 kilómetros de La Habana.
"Son una forma más sutil en que se expresa la violencia y el machismo", dijo y agregó que se trata de maniobras que, sobre todo, se enfocan en limitar y oponerse al cambio de la mujer y al hecho de que ellas ganen autonomía en la sociedad.
"Estos micromachismos tienen como objetivo excluir a la mujeres del ámbito del poder y de su derecho a la autonomía, pero no desde posiciones abiertas, sino más bien desde conductas sutiles que son mucho más difíciles de identificar", precisó la profesora.
A su juicio, se trata de formas más sutiles que se manifiestan mientras va perdiendo legitimidad el machismo duro y puro de nuestros padres y abuelos, pero al final buscan lo mismo: la dominación de las mujeres.
Entre otros ejemplos identificados en la sociedad cubana, Torralba citó el micromachismo encubierto, el que apunta a un supuesto cambio que no ocurre, realmente. Tal es el caso de las llamadas "impericias selectivas": el hombre, para no asumir determinadas tareas, se escuda en su falta de habilidad para acometerlas. Por ejemplo, dijo la profesora, no cocina, no lava ni plancha porque no sabe y lo hace mal. Así escoge colaborar en lo que le gusta hacer.
Los micromachismos de crisis, en tanto, aparecen en situaciones donde ella accede a mayor libertad y autonomía: si decide pasar un curso o debe salir de viaje, alejarse de la casa, el hombre dice que la apoya, pero tiene ella que hacerse cargo de todas tus responsabilidades más la nueva oportunidad. "No prohíbe ni se opone abiertamente, algo que podría verse mal, pero en la concreta no la apoya", apunta Torralba.
El tipo de micromachismo coercitivo supone el uso de la fuerza moral, psíquica o económica. Un ejemplo: cuando el hombre posterga o demora a propósito la llegada a la casa para no involucrarse en lo doméstico.
Estas y otras muchas situaciones cotidianas, muy naturalizadas y poco visibles, provocan una desigual carga mental y física en detrimento de las mujeres, su sobre esfuerzo psíquico y físico, la reducción de sus reservas emocionales y de la energía para sí y para el desarrollo de sus intereses vitales, señaló Torralba.
Además, inhiben su poder personal, limitan su libertad, deterioran su autoestima y autocredibilidad, aumentan su desvalorización e inseguridad y provocan malestar e irritabilidad.
Pero también el uso del lenguaje puede evidenciar maltrato, como mostró la lingüista Alina Bestard Revilla, al referirse a la violencia verbal en el trato hacia las mujeres como fenómeno socio cultural en su provincia, Santiago de Cuba, a 860 kilómetros de la capital cubana.
"Hemos identificado violencia en el trato de los hombres hacia las mujeres", advirtió Bestard luego de explorar a una treintena de mujeres y hombres de distintos grupos etarios, en el centro de esa ciudad oriental.
Como resultado, compiló 252 formas lesivas en el trato del hombre hacia la mujer, organizadas en cuatro campos semánticos: las que denotan el físico de la mujer, su parecido con animales, su poca inteligencia y su amoralidad.
Frases y apelativos como "monstrua", "fotingúa", "pisa bonito", "cuero malo", "carne de batallón", "tetúa", "cara de caballo", "fuete de cochero", "buena pa'mi gozadera", "jicotea", "ballena", "zorra" o "cabaretera" tienen de común la visión de las mujeres como objeto puro de placer, acotó la investigadora.
Entre otras conclusiones, su estudio resume que las mujeres son más conservadoras y respetuosas en el trato y menos innovadoras y productivas; emplean formas estándares y de mayor prestigio, además de que poseen mayor rentabilidad léxica en el trato a conocidos, con muestras de mayor afecto y cortesía. Emplean, definitivamente, estrategias de cortesía más complejas y ceremoniosas.
Ellos, en cambio, se toman más confianza, tutean con frecuencia a personas desconocidas, lo que Bestard explica por la primacía de una visión androcéntrica del espacio abierto de la calle, que se sigue considrando como el lugar público de los hombres; mientras se identifica a las mujeres con la casa.









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