HA MUERTO ANGEL PARRA. LARGA VIDA A SU OBRA Y RECUERDOS DE VIDA

ANGEL PARRA Y EL DISCO GRABADO EN UN CAMPO DE PRISIONEROS

Ángel Parra estuvo con las manos en la nuca después del golpe y se lo llevaron los milicos al Estadio Nacional. Así –Manos en la nuca- se llama la novela con claves autobiográficas en que cuenta esa experiencia. Su literatura fue recogiendo la memoria del cautiverio. Sin embargo, en los mismos recintos, especialmente en el campo de prisioneros Chacabuco, en el desierto de Atacama, se registraron vestigios del paso de Ángel Parra por la prisión política que reflejan una vivencia colectiva.
Estos rastros fueron plasmados en soportes materiales de un inmenso valor documental. El primer documento que recordamos es una entrevista para el diario mural “Chacabuco ‘73”. La nota, manuscrita, pegada con alfileres sobre una arpillera, se titulaba “Ángel en la pampa”. Leyéndola, el lector ajeno a la vivencia de entonces se entera de las misas cantadas y oratorios para el pueblo ya lo había hecho antes “en la catedral, en la UC y en algunas parroquias”. El periodista le pregunta por “Alma de Chacabuco”, su composición para guitarra creada en ese campo de prisioneros: “Nació de la observación, de la musicalidad cósmica de este desierto impresionante, sus noches estrelladas, sus infinitos horizontes, de la gigantesca presencia del sol, de sus tierras áridas y de los arpegios del viento, todo eso para mí es musicalidad. El variado color de los cerros distantes, tiene su tono musical Alma de Chacabuco es sencillamente un paisaje con música…”. El testimonio fue rescatado por Gerardo García y Sadi Joui, quienes transcribieron y publicaron después en un libro el material de ese precario y valioso diario.
En prisión Ángel organizó el conjunto “Los de Chacabuco”, con Ernesto Parra y Ricardo Yocelevsky con quienes ya había trabajado en la peña de los Parra; y otros compañeros, entre quienes estaban Marcelo Concha, Víctor Canto, Manuel Castro, Luis Cifuentes, Luis Corvalán Márquez, Antonio González, Manuel Ipinza, Julio Vega. El grupo, con su repertorio de folclore latinoamericano y con la “Misa criolla”, de Ariel Ramírez, contribuyó a elevar la moral de los prisioneros y se ganaron la gratitud y la admiración del público, literalmente, cautivo. Ángel, por su parte, compuso un Oratorio de Navidad y la obra La pasión según San Juan. Lo hizo Biblia en mano. Al capellán de carabineros, contó Ángel, “le pedí una Biblia y le dije que le iba a mostrar, a través de la lectura del Evangelio, que lo que nosotros habíamos sufrido no estaba lejos de la vida, pasión, persecución y sufrimiento de Cristo”. La acogida que tuvo La Pasión fue con el público aplaudiendo de pie. Además de la ovacionada interpretación, el mensaje entregaba una protesta evidente; permitida gracias al resquicio que ofrecía el hecho de que las palabras eran del Evangelio; en el pasaje de tortura y crucifixión de Cristo hay reiteradas menciones a los soldados y se escucha –a modo de intertextualidad o cita musical– la melodía del Alma de Chacabuco.
(Al respecto me permito una digresión sobre conversaciones recientes con Ángel. Fue especial cuando en su casa de Ñuñoa tenía la arpillera “Contra la guerra” en living. Nos quedamos “leyéndola”. Ángel me llama la atención sobre la cruz y la figura obispal en la culata del fusil que mata a la paloma. Y hablamos de como su madre marcaba la distinción entre la iglesia del pueblo y aquella institucional). Esa distinción está en la obra que Ángel hizo en Chacabuco. Me señaló otras claves para leer esa arpillera, trabajo que compartiremos este mes en la Universidad de Santiago).
Con méritos propios el hijo de Violeta Parra gozaba del cariño de sus compañeros y fue una alegría cuando se anunció que podría salir en libertad. Esto fue en enero de 1974. Sus compañeros de grupo lo agasajaron con un recital de despedida. En la oportunidad por primera vez Ángel cantó solo para todos los prisioneros: “Canción de Amor” y dos canciones dedicadas a sus hijos Angélico y Javiera. Por su parte los prisioneros le brindaron el aplauso más grande que –según él– había recibido en toda su trayectoria. Aplaudían al artista, pero también al compañero y amigo. Con una grabadora facilitada por un sacerdote, Luis Alberto Corvalán –acompañado de Domingo Chávez y Guillermo Orrego- registró el acto; escondidos bajo el escenario no imaginaban que estaban grabando un disco. Con la cinta, Ángel publica un disco en el exilio (“Chacabuco”, 1974) preservando así el valioso documento sonoro. No fue fácil lograr la edición, pero se hizo; y debe ser el único o uno de los pocos documentos sonoros grabados en una prisión y que dan cuenta de la resistencia cultural en esas condiciones y también de una acción de testimonio y solidaridad en el exilio. Ya en Chile, Ángel autorizó que a la Corporación Memoria, de los ex prisioneros de Chacabuco, pudiera reproducir el disco y distribuirlo en sus actividades de defensa de la memoria y promoción de los Derechos Humanos.
Recuperada la democracia, Ángel vuelve a Chacabuco; a un pueblo abandonado. En la plaza desierta, atrae la mirada un pimiento cuyas ramas, abiertas al sol, semejan un pobre cristo torturado. Tiene la cabeza inclinada, desfalleciente, como el que pintara su madre en el óleo El gavilán. Lo talló un prisionero político -Orlando Valdés, en 1974- cuando la antigua salitrera fue un campo de concentración. En segundo plano está la glorieta, el quiosco donde la banda del pueblo tocaba los domingos para la familia pampina. Es el año 2000. Ya no hay obreros del salitre ni presos políticos. Estamos grabando el documental “Chacabuco, memoria del silencio”, de Gastón Ancelovici. Ángel se aparta discretamente del grupo y de las cámaras. Desde lejos, lo sigo con la mirada. Sube al quiosco y camina en círculos pensando no sé qué cosa. De a poco, el viento trae lo que canta. Estamos en un pueblo fantasma, en medio del desierto. Y arriba quemando el sol. Cada vez más fuerte: Paso por un pueblo muerto / se me nubla el corazón / aunque donde habita gente / la muerte es mucho mayor. / Enterraron la justicia / enterraron la razón. / Y arriba quemando el sol. Repetía el último verso, a contraluz. ¿Una canción de la célebre Violeta Parra? No, pensé para mí, este hombre está cantando una canción de su mamá. O ella le está cantando a él. Era una escena muy íntima, al aire libre. Había que dejarlo solo. Al viejo y al niño. Pocas veces he visto, escuchando una canción y mirando a un amigo, cómo los distintos pliegues de las historias de una persona y de un lugar se entretejen con tanta densidad. Y con tanta emoción.
Hoy, sábado 11 de marzo de 2017, me cuentan que Ángel Parra falleció. Y llegaron los recuerdos, estos y otros. Y encontré algunos que ya había escrito, porque Ángel -además de su obra y amistad- nos dejó su memoria. No podremos olvidarlo.
Jorge Montealegre Iturra
Director de Extensión
Universidad de Santiago de Chile

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