Una
sugerente caminata intramuros por uno de los centros de poder nodal en
la historia de la humanidad: allí se coronó a los zares, Napoleón logró
acaso su victoria más osada, los bolcheviques hicieron su revolución y
se tomaron las decisiones que derrotarían a los nazis y evitarían la
Tercera Guerra Mundial.
La triunfal Torre de la Trinidad, por donde entraban los zares.
Imagen: Julián Varsavsky
El
Kremlin y la Plaza Roja de Moscú están separados por la delgada línea
de una muralla roja. El espacio extramuros –la plaza adoquinada-
corresponde desde tiempos del zarismo a la puesta en escena de la
política, a lo que se quiere exhibir en la esfera pública: por aquí
llegaron y huyeron las tropas de Napoleón, desfilaron rumbo a la batalla
los ejércitos que sellarían en fin del nazismo, y rodaron camiones
cargando los misiles nucleares que –paradójicamente- evitaron la Tercera
Guerra Mundial por su carácter disuasivo. De manera inédita en su
momento, se instaló en la plaza a Lenin de cuerpo y sin alma, para su
necrológica contemplación pública. Y se continúan escenificando hasta
hoy las fiestas nacionalistas. Pero todo esto no ha sido más que el
reflejo de lo que se cuece en las sombras del ámbito intramuros del
Kremlin, de las infinitas pujas de poder y las decisiones que fueron
clave en la historia, no de Rusia sino de la humanidad. El peso de la
historia aplasta entre estas murallas.
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