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Psicoanáiisis, el deseo y totalitarismo

14 de febrero de 2019< Pag 12.
Reflexiones en torno al deseo de destruir
La violencia del totalitarismo en el psicoanálisis
La autora aborda el tema del totalitarismo desde tres dimensiones: la historia del psicoanálisis, cómo responden los analistas a la segregación y la violencia de la interpretación o de la intervención. El objeto a de Lacan, la relación de un sujeto con los significantes.
Vivimos un tiempo articularmente
curioso. Descubrimos con sorpresa
que el progreso ha concluido su
pacto con la barbarie. 

Freud, Moisés y la religión
monoteista, 1938

Jacques-Marie Emile Lacan es un pensador de nuestro tiempo, tal como lo fue Freud, su importancia fue mucho mas allá de lo que puedan compartir ambos en el lugar de padres, de inventores del psicoanálisis, cada uno acorde con su época. En la Conferencia sobre la Etica dada por Lacan en Bruselas en 1960, afirma contundentemente que será mejor que renuncie (al psicoanálisis) quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época. En breves palabras podemos decir que si a Freud le debemos el descubrimiento del inconsciente y un método para dar cuerpo a la práctica del psicoanálisis, entre muchas otras cosas, a Lacan, un Lacan siempre freudiano –él no reniega de Freud, retorna siempre aun cuando a lo largo de su enseñanza se fueran perfilando diferencias– le debemos algunos conceptos que orientaron, que abrieron, que dimensionaron en nuevas perspectivas nuestra práctica como psicoanalistas, en los impasses, en los obstáculos en los que Freud encontró un límite.
Jacques Lacan no se caracterizaba personalmente por ser modesto, tenía la prestancia y la arrogancia de un intelectual notable. Su discurso era oscuro y difícil de descifrar para el común del medio psicoanalítico, pero para muchos –y es así como sostuvo más de una veintena de seminarios a lo largo de su vida– era un iluminado por el uso de la palabra que producía efectos en quienes lo escuchaban de tal manera que se sentían fuertemente interpelados en su posición respecto de la clínica psicoanalítica. Para otros, atrapados en el psicoanálisis clásico y en las instituciones oficiales, era hermético, enciclopedista, dilettante, un loco.
Es sorprendente que él reconozca un único invento en su producción, que podríamos decir que epistemológicamente se trata de un concepto (no lo pensamos así porque inventó a nuestro enteder muchos conceptos y lógicas diferentes en la dirección de la cura), escrito con una letra, y que opera con una función en la cura, que él llamó objeto a. Afirma que es su único invento. No pensamos que sea así, pero ese objeto tiene un anclaje en el cuerpo teórico del psicoanálisis, porque él reconoce su origen en el llamado objeto transicional de Donald Winnicott (lo creó en 1951, antecede al primer seminario publicado de Jacques Lacan), que se plasma fenoménicamente en la sabanita, en el osito que simbolizan para Winnicott la ausencia materna. El niño que se vale del objeto transicional entra en la dimensión del mundo simbólico del lenguaje ya que este objeto representa la presencia de la ausencia materna, que permite –denotando un agujero, un “gap” (hueco, agujero vacío) al decir de Winnicott– que el niño establezca lazos con la realidad del mundo de los objetos.
Lacan se vale de un álgebra que intenta proveer al psicoanálisis de una formalización que tenga algún punto de contacto con las ciencias formales. Un álgebra que escriba las operaciones analíticas en la cura en el fragor de la transferencia entre analista y analizante. El objeto a no es un objeto de la realidad para Lacan, no tiene entidad objetal alguna, no es un concepto filosófico, no se materializa, no es especularizable, no es intercambiable, no es comunicable, no es común, no es repartible, no es socializable, es solo una letra, la letra a que designa la relación de un sujeto, el sujeto del inconsciente, efecto de la relación con la palabra, con los significantes, a la causa del deseo. Una causa que se produce en el arduo trabajo que implica el viaje de un análisis. Una causa que no es transferible, que es propia, que es singular, que no es común a otros semejantes, que no hace rebaño. Es desde allí donde partimos para pensar la relación entre el llamado objeto a y los totalitarismos, porque lo que caracteriza a los totalitarismos es hacer rebaño de los seres hablantes, con la particularidad de que cada uno mantenga su sumisión al líder y a la ideología imperante en forma individual, entregando de esta manera cuerpo y alma.
En la primera reunión del Seminario de la Lógica del Fantasma le preguntan a Lacan “¿Qué necesidad tiene Ud de inventar el objeto a?” El responde algo que sorprende: “Pienso que considerando las cosas fue un gran hecho, porque sin el objeto a, cuyas incidencias se han hecho sentir bastante, me parece que lo que se hace como análisis de la subjetividad de la historia contemporánea que hemos vivido, de este algo que hemos bautizado como totalitarismo, quien lo haya comprendido podrá ponerse a aplicar la función, la categoría de objeto”.
Este párrafo no hace a mi entender al psicoanálisis y la política, sino desde qué perspectiva de lo que se llama historia de la subjetividad, Lacan piensa el psicoanálisis. Sabemos de la diferencia entre subjetividad y sujeto. Subjetividad en lo referido al cuerpo que goza y es la subjetividad de una época, el lugar en esa época en donde el sujeto adviene allí.
¿Qué ocurre en el mundo en el año 1967 cuando Lacan nos enseña sobre la Lógica del Fantasma? Haremos una breve síntesis de esa época. La URSS está gobernada por los seguidores de Kruschev, el binomio Kosygyn y Brezhnev  posibilita con una actitud más liberal una reforma económica que gesta la primavera de Praga. Es el dirigente soviético más liberal de su tiempo. Mao esta en el apogeo de su Revolución Cultural, Israel y la coalición árabe libran la Guerra de los Seis días, los israelíes ocupan Gaza y el Sinaí. En los EE.UU. hay intensas movilizaciones por la guerra de Vietnam (a la que Lacan se refiere en otras clases para poder pensar la lucha contra el capitalismo y el discurso capitalista). Ya se perfila su derrota, aun cuando el napalm se venía usando desde 1965. El Che Guevara es capturado en Bolivia el 11 de abril del 67. El 9 de octubre de 1967 se fecha la Proposición sobre el Psicoanalista de la Escuela de Jacques Lacan.
Es decir que el 16 de noviembre de 1967, fecha de esta clase, Lacan ya había trabajado, y no por fuera de todo esto, en el discurso de clausura de las Jornadas sobre Psicosis Infantil, la segregación, lo inanimado del niño como objeto, el objeto a como condensador de goce –no como causa– interrogándose fuertemente frente a la importancia del lazo social en los casos graves como advierte allí. El objeto a opera como causa o como condensador de goce. El trabajo de un análisis trata de sustraer ese goce que es satisfaccion de la pulsión de muerte para que advenga como causa.
Fue crucial en esas jornadas la importancia del lazo entre analistas, se advierte en su dedicada interlocución con Winnicott más allá de la segregación que el mismo ha sufrido en el plano de la IPA. En el 64 hablaba de lo imposible en la comunicación entre analistas.
El deseo, tal como Freud lo concibió, es indestructible. Es instituido como tal en la cadena simbólica y el sujeto del inconsciente como efecto hace al deseo indestructible. Pero además esta letra que se escribe “a” da cuenta del agujero que sostiene la causa, escritura de esa pérdida inaugural que sostiene la cadena. ¿Qué cabría pensarse cuando prima el deseo de destruir? ¿Podríamos decir que este objeto a ya no tiene el estatuto lógico que Lacan le provee, o sea operar como causa o como condensador de goce? ¿Qué estatuto tendría entonces, si es que se lo pudiera definir, si opera en una posicion subjetiva que ejerce fehaciementemente el totalitarismo? O sea un individuto tomado totalmente por el máximo del destrudo, lo inexorable o literal de la pulsión de muerte.
Sabemos que el no deseo y el deseo de rechazo son formas del deseo, pero a lo que aludimos es a algo más: ¿bastaría decir cuando amenaza el totalitarismo que la causa esta reducida al deseo de destruir? Tal vez son cuestiones que exceden lo que desde el psicoanálisis puede decir.
Sin ubicar ese invento, el del objeto a como lugar de la causa en un sujeto pareciera que, por lo que dice Lacan, amenaza el totalitarismo. ¿O la causa puede estar reducida al deseo de destruir?
Siguiendo a Hannah Arendt en su trilogía Los orígenes del totalitarismo, que comienza con una frase de David Rousset (1912-1997), miembro de la resistencia francesa, sobreviviente del campo de concentración de Buchenwald, ha escrito sobre los campos: “los hombres normales no saben que todo es posible”, y Hannah Arendt agrega que en los movimientos totalitarios hay una celeridad con que sus dirigentes son olvidados, así como las consecuencias de sus actos. Rousset es el primero que introduce la palabra gulag en el francés.
Reveló a los franceses la existencia de los campos de concentración soviéticos. Por ello fue enjuiciado; no ovidemos que el mundo conoció la brutalidad de estos campos por Archipiélago Gulag, novela de Solzhenitsyn recién en 1973. En el totalitarismo prevalece la facilidad con que los dirigentes pueden ser reemplazados y la fascinación por los nuevos líderes. Arendt dijo también que “sin totalitarismo no hubiéramos conocido nunca la naturaleza radical del mal” (prólogo a la edición norteamericana, 1950).
Abordaremos el tema del totalitarismo desde tres dimensiones.
La primera compete a la historia del psicoanálisis y a la reunión de analistas, en términos de la Proposición, se refiere a una sociedad de psicoanálisis conducida por un ejecutivo de escala internacional.
Sabemos por lo trabajado por Freud en Psicología de las Masas de esa sustitución que opera en la identificación al líder, perdiendo sus seguidores, su relación a la causa propia y tornándose  en meros objetos que sustituyen su causa propia por la causa del líder, lo que los conduce al mayor rebajamiento intelectual. Los individuos fanatizados no pueden ser abordados por ningún argumento exterior que no sea el esgrimido por el líder. Este tipo de identificación no es ajena al psicoanálisis, a su historia y a la historia de la conceptualización de la transferencia.
Hace muchos años, en la Escuela Freudiana de la Argentina, Gerard Pommier lo señaló precisando de qué se trataba en aquellos que postulaban que el ideal del yo desaparecía al final de la cura, en lugar de pensar que se establecía una distancia entre el ideal y el objeto. Se trataba, en los años 90, de las consecuencias de los que armaban asociaciones del todo mundial, una lógica del todo que destruye al psicoanálisis. En la lógica del todo del universal, lo posible y lo necesario son los modos que operan. Volveremos sobre ello.
Recordemos aquí también los motivos manifiestos por los cuales Lacan fue apartado de la IPA. ¿Su excomunión del 2 de agosto del 63 (Lacan deja de ser reconocido como didacta y a sus analizantes se los derivaba a otros didactas), fue una forma velada de totalitarismo por la relación singular a su causa en torno al discurso del psicoanálisis? Lacan no hacía masa con el emporio/imperio. Ya pensaba desde muy temprano una disyunción en la cura, en la transferencia entre saber y poder. La idea del corte de sesión era una manera de plantear esa disyunción, una de las maneras posibles.
¿Cómo respondemos los analistas a la segregación? Esta segunda dimensión, que responde a esta pregunta, compete a la práctica misma y también lo centramos en las Jornadas sobre Psicosis infantil, allí menciona a Jean Oury, denunciando el avance de la ciencia, los imperialismos, la segregación de los pacientes graves, inspira a varios a pensar cómo un niño con patologías graves puede ser conducido por los padres a la devastación, lejos de legitimar toda referencia a la libertad, lejos de discutir como lo hemos hecho en este espacio la relación del deseo con el autismo.
Un padre insiste con que su vida esta arruinada por la presencia de un niño difícil de cinco años que lo perturba, lo peor de su fin de semana es verlo. “Quisiera matarlo”, se repite a lo largo de muchas entrevistas, la reiteración de los mismos enunciados abruma. Entonces le digo muy seriamente: “Tal vez Ud. tenga razón; entonces dígame cómo lo  mataría?”, Me mira perplejo y yo insisto: “Dígame como pensó hacerlo”. A partir de allí las entrevistas continuaron el tema de la violencia de su padre, el abuelo del supuesto salvaje. Era una familia de origen húngaro, no lejana a las imágenes que pudimos apreciar en el excelente film 1945.
La violencia de la interpretación o de la intervención. Comenzamos con esta pregunta: ¿Se puede acallar el decir de un sujeto en análisis? Pareciera que hubiera formas muy contundentes de degradar el acto analítico. El acto analítico aspira a producir un sujeto dividido en relación a la causa de su deseo.
Piera Aulagnier así tituló un libro. Es curioso, la violencia estaba ligada a la importancia del Otro en la constitución del sujeto. Creo que hacía buena yunta con su colega Laplanche cuando le otorga anterioridad al inconsciente como hervidero casi instintual una lava original en detrimento a la anterioridad del lenguaje (Coloquio de Bonneval). En la Lógica del Fantasma, Lacan afirma que el inconsciente es la política, es decir hace a la política del síntoma, “acotar el goce” en la cura, lugar común para ciertos grupos de analistas, hace a la política del psicoanálisis.
Pero hay otros, supuestamente inmersos en la enseñanza de Lacan, en la importancia del campo del Otro como constitutivo, así lo promulgan, pero que parecen solamente dedicados a lo que llaman “acotar el goce”. Me refiero específicamente a una analizante que escribe un libro titulado Un final feliz, Gabriela Liffschitz. Ella muere de cáncer de mama a los 41 años en el transcurso de ese análisis. Escribe sobre su análisis y destaca las charlas con otras analizantes en la sala de espera, donde en corrillo de mujeres discuten los secretos para poder analizarse con X. ¿Violencia en la obscenidad?
Dos ejemplos para terminar: de las sesiones ultracortas, las mujeres atendidas permanecen cinco minutos o menos, y salen llorando. Gabriela entra y dice “Ud. hace llorar a las mujeres”. El analista responde haciendo eco “...llorar a las mujeres”, y corta la sesión. Gabriela comenta que de grandes acontecimientos de su vida, el analista sólo supo generalidades, solo las grandes escenas. ¿Cómo se trabajo el objeto? ¿Qué lugar tuvo el objeto a? Otra sesión: “vengo con cuatro sueños impresionantes, no se cuál contarle primero”. El analista: “¿así que cuatro sueños?”. No había alcanzado a acostarse en el diván que ya la había despedido. ¿Puede haber análisis sin trabajo en sesión, puede haber análisis despreciando las formaciones del inconsciente, los sueños, los actos fallidos? ¿Puede haber análisis en sesiones sin sesión?
Si Lacan se permitió en el último tramo de su enseñanza trabajar con la sesion muy breve, aclaró que no lo imitaran, que no sean bufones de la singularidad de su práctica. Sin embargo tuvo gran cantidad de imitadores que lejos están de la genialidad de Lacan. Solo emulaban técnicas. El psicoanálisis es una práctica, no una técnica, donde se decide el camino a seguir en el caso por caso. No se aplica una técnica al conjunto de casos, no hay vademécum que nos indique la terpéutica a seguir. El saber “no sabido” por el analizante es un producto del discurso que se produce de sesión a sesión.
Las sesiones se alargaron notablemente y hasta transcurrieron los fines de semana cuando Gabriela tuvo cáncer de mama. ¿Hay alguna duda de que para algunos que creen en la buena usanza del capitalismo norteamericano, que en ese llamado psicoanálisis prima el time is money? No creo que Franklin, en las postrimerías del siglo XVIII, hubiera pensado en las consecuencias de este aforismo.
Anabel Salafia ha trabajado la importancia de la parrhesía en el discurso del ser hablante en relación con la filosofía, ese coraje del hablar franco, que es el tema que estudia Foucault de sus dos seminarios: La hermenéutica del sueto y El coraje de la verdad. Esa capacidad de proferir la verdad en el decir, que garantiza –así lo pensamos– el lazo entre los semejantes y que en mi opinión cabría vincularlo a la producción de un decir en la relación analista - analizante. La parrhesía se diferencia de la retórica, que es tener el poder, la habilidad de hablar para persuadir. Allí la cuestión del contenido y la verdad del discurso emitido no se plantean, es el efecto en el receptor lo que prima.
Si sólo tomáramos en lo antes expuesto, en la búsqueda por esa analizante que refiere la búsqueda de los secretos para analizarse con tal o con cual, es únicamente la retórica la que impera, sugestiva, sustentada en la seducción, no lejana al totalitarismo, ya que acallaría el decir, una forma que tomó la política de algunos que se dicen analistas para que alejen, rechacen, toda posibilidad de producir discurso analítico. Como ha trabajado Norberto Ferreyra en su libro recientemente publicado El decir y la voz, una forma de matar al sujeto del inconsciente es hacerlo callar, y también es una forma de matar violentamente, de exterminar al psicoanálisis. Y para terminar, entre totalitarismo y muerte del sujeto, no hay más que un paso.
* Psicoanalista. Miembra de la Escuela Freudiana de la Argentina.

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