Las mujeres, el trabajo doméstico y la cuarentena
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¡Hartas!”: las mujeres tienen menos tiempo, hacen más tareas domésticas y están más cansadas en cuarentena El aislamiento social recargó las tareas domésticas, el home office y la ayuda escolar a los hijos e hijas. El 49 por ciento de las mujeres está más cansada y tiene menos tiempo para relajarse. En España los varones se encargaron de las compras y llenaron los carritos de cerveza y papas fritas. Pero las madres quedaron como jefas de la limpieza, la cocina, los deberes y el lavado de la ropa
Cada vez que suena el timbre nos miramos. Es una salvación y un calvario, como lo definió mi hijo. Llega el pedido y empieza el operativo. Hay tres pares de zapatillas y ojotas afuera. No sé si los orientales se sienten triunfantes o Marie Kondo vendría a patear todos los pasillos de los edificios. Ya sé que los Reyes Magos no existen, pero sino todos los días serían 6 de enero con los zapatitos en la puerta. El agua también queda en el felpudo. Y el pasto, bueno, el problema es ¡desinfectar el pasto!
Las lechugas y albahacas reposan como flores en vinagre o bicarbonato de sodio. Miro el video de Infobae sobre como sacar el Coronavirus de las verduras con lavandina. Tiro una muestra gratis de perfume y pongo un chorro del botellón amarillo para controlar la dosis y administrar tres gotitas a cada berenjena y naranja.
A la segunda operación quirúrgica de la verdulería pierdo la batalla. Tengo miedo de fallar y terminar convirtiéndome en mi propia Yiya Murano sin, ni siquiera, la dignidad de unas masitas, sino por una ensalada de espinaca y peras que me inspiró una foto en Instagram de una escritora que admiro: Florencia Etcheves. ¡Qué además levanta el ánimo para despertarse haciendo gimnasia y acostarse mirando su serie!
Además de todo lo que hago, mucho más de lo que nunca hice, me siento culpable por todo lo que debería hacer. Ah, ese cuento, sí es clásico. Las mujeres que siempre estamos en falta aprendimos a ser deudoras permanentes del deber ser. ¡Pero ahora nos aumentaron la tasa!
No teníamos defensas para que nos llamen de la escuela porque la tarea no está subida a programas que no entendemos, mientras los jefes nos piden el home office como si los hijos fueran mariposas que revolotean sin una demanda permanente de atención, comida y paciencia.
Nunca van a entender que detrás de la puerta hay un ser humano en joggineta intentando cumplir con otro trabajo que no sea picar cebolla como en un loop permanente que cambia de plato pero no de cuchillo. Y qué encima no respira aire fresco, sino un espiral para ahuyentar mosquitos, porque estamos entre la espada del dengue y la pared del Covid -19.
Natalia Carulas - Coronavirus y Mujeres
Pruebo con drogas blandas y compro toneladas de vinagre blanco. Que la historia me juzgue (y mis hijos miren el video de Romina Peirano que mando al grupo familiar para dejar sin tapa las lechugas almacenadas en un tupper y a la hora sí taparlas y de paso envolver las manzanas para que no se pudran).
Mi hija prefiere aprender a hacer buñuelitos antes que envolver cada manzana como si estuviera por venir Blancanieves y nos tocara ser las brujas. Trato hecho. Salgo ganando porque los buñuelitos están riquísimos.
Las tareas domésticas se distribuyen con la pareja, los hijos e hijas, otros familiares pero permanecen a cargo de las mujeres, según una encuesta realizada en Mendoza en cuarentena.
El gusto a la receta de mi abuela me saca, por un rato, el mareo por el olor que comparten todos los desinfectantes. Necesito algo rico que me saque el agobio de las instrucciones de lo que hay que hacer a cada paso (aunque no podamos dar ni un paso afuera salvo para comprar alimentos que hay que volver a desinfectar).
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Por Luciana Peker
15 de mayo de 2020
lpeker@infobae.com
Cada vez que suena el timbre nos miramos. Es una salvación y un calvario, como lo definió mi hijo. Llega el pedido y empieza el operativo. Hay tres pares de zapatillas y ojotas afuera. No sé si los orientales se sienten triunfantes o Marie Kondo vendría a patear todos los pasillos de los edificios. Ya sé que los Reyes Magos no existen, pero sino todos los días serían 6 de enero con los zapatitos en la puerta. El agua también queda en el felpudo. Y el pasto, bueno, el problema es ¡desinfectar el pasto!
Las lechugas y albahacas reposan como flores en vinagre o bicarbonato de sodio. Miro el video de Infobae sobre como sacar el Coronavirus de las verduras con lavandina. Tiro una muestra gratis de perfume y pongo un chorro del botellón amarillo para controlar la dosis y administrar tres gotitas a cada berenjena y naranja.
A la segunda operación quirúrgica de la verdulería pierdo la batalla. Tengo miedo de fallar y terminar convirtiéndome en mi propia Yiya Murano sin, ni siquiera, la dignidad de unas masitas, sino por una ensalada de espinaca y peras que me inspiró una foto en Instagram de una escritora que admiro: Florencia Etcheves. ¡Qué además levanta el ánimo para despertarse haciendo gimnasia y acostarse mirando su serie!
Además de todo lo que hago, mucho más de lo que nunca hice, me siento culpable por todo lo que debería hacer. Ah, ese cuento, sí es clásico. Las mujeres que siempre estamos en falta aprendimos a ser deudoras permanentes del deber ser. ¡Pero ahora nos aumentaron la tasa!
No teníamos defensas para que nos llamen de la escuela porque la tarea no está subida a programas que no entendemos, mientras los jefes nos piden el home office como si los hijos fueran mariposas que revolotean sin una demanda permanente de atención, comida y paciencia.
Nunca van a entender que detrás de la puerta hay un ser humano en joggineta intentando cumplir con otro trabajo que no sea picar cebolla como en un loop permanente que cambia de plato pero no de cuchillo. Y qué encima no respira aire fresco, sino un espiral para ahuyentar mosquitos, porque estamos entre la espada del dengue y la pared del Covid -19.
Natalia Carulas - Coronavirus y Mujeres
Pruebo con drogas blandas y compro toneladas de vinagre blanco. Que la historia me juzgue (y mis hijos miren el video de Romina Peirano que mando al grupo familiar para dejar sin tapa las lechugas almacenadas en un tupper y a la hora sí taparlas y de paso envolver las manzanas para que no se pudran).
Mi hija prefiere aprender a hacer buñuelitos antes que envolver cada manzana como si estuviera por venir Blancanieves y nos tocara ser las brujas. Trato hecho. Salgo ganando porque los buñuelitos están riquísimos.
Las tareas domésticas se distribuyen con la pareja, los hijos e hijas, otros familiares pero permanecen a cargo de las mujeres, según una encuesta realizada en Mendoza en cuarentena.
El gusto a la receta de mi abuela me saca, por un rato, el mareo por el olor que comparten todos los desinfectantes. Necesito algo rico que me saque el agobio de las instrucciones de lo que hay que hacer a cada paso (aunque no podamos dar ni un paso afuera salvo para comprar alimentos que hay que volver a desinfectar).
Pasé del gusto por el melón o el jazmín a sentirme Ayudina sin nadie, siquiera, que diga “yo te ayudo”. La derecha juzga un gobierno de científicos. Yo no. Le prendería una vela –al lado del Gauchito Gil- a Andrea Gamarnik que se volvió de Estados Unidos y ahora la tenemos logrando el desarrollo de la fórmula nacional que determina si una persona estuvo en contacto con el coronavirus SARS-CoV-2. La prueba ya tiene nombre: “CovidAr IgG”. ¿Comerá bien Andrea? Me dan ganas de mandarle un tupper.
Pero creo que la elite científica no se preocupó lo suficiente por quitarle el olor de lavandina a la lavandina porque no trapean. ¿No podemos, en el Siglo XXI, inventarle otro perfume que no deje en las manos esa sensación de retroceso al encierro? ¿Qué era el perfume? ¿Qué era ese aroma que marcaba la diferencia entre estar en casa y arreglarse para salir? ¿Se desperdicia perfume en una entrevista por zoom?
¿Qué era el viaje como forma de prueba de olfato hacia otros lugares? ¿Por qué los perfumes se convirtieron en un sinónimo de viaje? No sé, pero sí porque la lavandina tiene la misma mala fama que un veneno del espionaje ruso.
Las amas de casas desesperadas no estarían en cuarentena porque la desesperación ya pasó los límites para quienes no nos pasamos la vida desempolvando los ramos de rúcula un martes, a las 13 horas, mientras trabajamos sin tiempo para frenar.
Si siempre fuimos malabaristas (como definió la socióloga experta en el reparto de los cuidados Eleonor Faur) ahora no hay manera de sostener el trabajo, la limpieza, la cocina, los deberes de la escuela, las compras y las exigencias en el aire y juntas.
Las pelotas están en el suelo. Y esto se ha convertido en un bowling donde cada vez hacemos más, ganamos menos y perdemos más tiempo. Y nos sacamos los zapatos para jugar mientras el virus no está.
No soy yo, somos muchas. El 49 por ciento de las mujeres están más cansadas que antes, según una investigación del grupo Marea, de Mendoza, que trabaja en barrios populares y consultó a 300 mujeres (desempleadas, trabajadoras informales, estudiantes universitarias, etc) sobre los efectos del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio.
El monitoreo de Marea arroja que el cansancio se debe a la recarga de tareas en la rutina diaria y especialmente a la educación virtual que tiene recargada a las docentes y a las madres en sobredosis de tiempo y paciencia.
Además, el teletrabajo y la carga mental invisible que implica la resolución de las tareas. Si pesaran las listas cerebrales de lo que hay que hacer y lo que cuesta organizar no nos dejarían pasar a nuestras propias existencias por exceso de equipaje.
El 46,61 por ciento le dedica más de cuatro horas a las tareas del hogar y solo una hora (el 25,8 por ciento) o dos horas (27,2 por ciento) a las actividades que dan placer o bienestar. Todavía no hay futbol, pero los resultados se pueden entender: deberes 4, goce 2.
La desigualdad del reparto de tareas domésticas en los hogares donde hay varones y mujeres (esposo y esposa, hermana y hermano, etc) no es novedad, pero se acrecentó en cuarentena. Los varones adultos solo participan en un 25,1 por ciento de las tareas domésticas. O sea: las mujeres (a veces con la ayuda de sus hijas e hijos o madres) se cargan el resto. Y el 23,7 por ciento tiene que hacer todo sola. No es una mano, un favor, una ayuda, sino democracia doméstica. Pero el ideal está lejos.
La sobrecarga de tareas domésticas es desigualdad y afecta la salud (física y mental). Pero además la violencia de género crece por el encierro. El 13,7 por ciento de las entrevistadas en Mendoza sufrió algún hecho de violencia durante la cuarentena. Y el 50 por ciento considera que la violencia se agrava por el aislamiento.
En España las investigadoras Lidia Farré y Libertad González realizaron una encuesta a familias con hijos menores, entre 5.523 personas, en el contexto del aislamiento por Covid -19, del 4 al 9 de abril. Un dato alarmante es que el 25 por ciento de los varones y el 22 por ciento de las mujeres perdieron su trabajo.
A menores estudios, mayor es el impacto del desempleo. El 16 por ciento de los o las universitarios/as perdió su empleo y, en cambio, el 33 por ciento de trabajadores sin graduación superior se quedaron sin sueldo fijo. Las diferencias por género y estudio se redoblan. Solo el 4 de cada 10 mujeres sin títulos mantienen su trabajo y, en cambio, 8 de cada 10 varones, con nivel educativo alto mantiene el empleo.
El mayor cambio en el reparto del trabajo doméstico no remunerado dentro del hogar fue en quien lleva el changuito o sale de su casa. Los varones tomaron la posta de salir a la calle y elegir en qué gastar y en qué proveerse. En España después del boom del stock de papel higiénico llegó el auge del vino, la cerveza y las papas fritas de paquete. Ya sabemos por qué. El Homero style tuvo sus adeptos.
“El cambio principal es que ahora el hombre pasa a ser el principal responsable de la compra (en el 38 por ciento de los hogares encuestados). No hay ninguna actividad salvo la compra en la que el hombre sea de media el principal responsable. Incluso en el caso de la compra, la actividad más “masculina”, sólo en el 38 por ciento de los hogares es el hombre el que se encarga la mayoría de las veces”, resalta la investigación de Farré y González.
Hay diferencias también entre mujeres con más y menos poder adquisitivo. Antes del confinamiento las profesionales cuidaban a sus hijos, pero no limpiaban ni cocinaban diariamente porque tercerizaban esas tareas. Pero, en el encierro, las abogadas, contadoras, profesoras, sociólogas y economistas, volvieron a sacar el polvo y poner el pollo en el horno.
La desigualdad de clase (pagar por el trabajo doméstico para que lo haga otra) bajó, pero se profundizó la diferencia de género. Muchas mujeres que ya no estaban atadas a las tareas domésticas retrocedieron casilleros en su independencia.
Los señores profesionales se alistaron para salir a comprar, limpiaron alguna vez, pero no tanto. Y, en cambio, los varones con menor nivel educativo realizaron más cambios y se ocuparon un poco más, por ejemplo, de lavar la ropa.
La mayor igualdad se produce en elegir qué comprar y en jugar con los hijos (tareas, pero bastante placenteras). Pero, incluso entre las mujeres que siguieron trabajando durante la cuarentena, la curva de peso de tareas se acrecentó sobre su espalda porque además de tener que mandar reportes a la oficina, preparar clases o hacer zoom laborales tuvieron que sumar lavar la ropa, secarla, plancharla y guardarla en los placares y preparar la cena, el almuerzo, el desayuno y la merienda (antes no se hacían todas las comidas de toda la familia en la casa cuando la gente salía a las oficinas y a la escuela).
El informe concluye: “Quitando la compra, es mucho más común que la mujer sea la principal responsable de todas las tareas que el hombre. Es decir, las mujeres asumen más peso en las tareas de casa durante el confinamiento, incluso en familias en las que padre y madre siguen trabajando. Así pues, mientras que el cierre de los centros educativos y las dificultades para externalizar los servicios domésticos han representado un incremento (sin precedentes) de las responsabilidades familiares, éstas siguen repartiéndose de manera desigual entre hombres y mujeres. Esto sugiere que las mujeres tendrán más dificultades para conciliar el nuevo escenario laboral y familiar”.
La comediante Dalia Gutmann subió a sus redes sociales un video (editado por Cata Balestrini) en el que grita: “¡Estoy harta!”, en forma de tango (y con la participación especial de toda su familia). Ella protesta por no tener ni el pedacito de lavadero para respirar en intimidad y que, de tanto limpiar, ya se siente su abuela encerrada y haciendo tareas domésticas sin parar.
Mientras que Natalia Carulias repasó con su hija la lista de pedidos de la maestra para las tareas escolares que se convirtieron en la pesadilla de las madres en rol de maestras, trabajadoras por zoom y amas de casa a tiempo completo. No se puede tener todo lo que piden, hacer todo lo que mandan y renegar con las hijos e hijos para que se laven los dientes, no caminen descalzos y cumplan con todas las clases virtuales.
La comediante Connie Ballarini junto con su novio Federico Simonetti realizaron parodias caseras -con secuencias de espionaje y arte marciales fatto in casa- sobre la lucha para ser quien sale a la calle a comprar al supermercado. Los varones empezaron a hacer más las compras en cuarentena y ellos lo saben. El humor siempre es una estrategia para sobrevivir. Pero también para gritar. ¿Por qué no? “¡Hartas!” se convirtió en bandera.
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