ARGENTINA: los horrores de la ESMA-Ricardo Miguel Cavallo y Jorge “El Tigre” Acosta, dos de los criminales

Ricardo Miguel Cavallo y Jorge “El Tigre” Acosta, dos de los procesados por la causa ESMA.
Imagen: AFP
 EL TESTIMONIO DE MERCEDES CARAZZO Y PILAR CALVEIRO ,pag 12

“Convivíamos con la tortura y el terror”

Dos sobrevivientes señalaron secuestradores ante el Tribunal. Ante una pregunta de Julio Coronel, abogado de uno de los marinos, Carazzo le recordó que había sido su padre, Julio César Coronel, quien asesinó a su marido.

 Por Diego Martínez
“Acá nos mojamos todos”, contaba el capitán Jorge Acosta para graficar la rotación de oficiales y suboficiales de la Armada por los grupos de tareas. La frase la recordó Mercedes Carazzo, sobreviviente de la ESMA, mientras camaradas del Tigre tomaban apuntes y se miraban de reojo en la bandeja superior de la sala. En la segunda declaración de ayer, ambas por videoconferencia desde México, Pilar Calveiro, viuda de Horacio Campiglia, repasó su peregrinaje por centros clandestinos y reinstaló varios nombres de represores que siguen prófugos (el prefecto Gonzalo Sánchez, el capitán Jorge Vildoza), bien que no han sido identificados (“el Pelado Cortés”, interrogador del Servicio de Inteligencia del Ejército) o que aún no están en la mira del Poder Judicial, como los médicos del Hospital Aeronáutico que atendían a mujeres vendadas y con signos de torturas.
Física de profesión, Carazzo dirige el Centro de Innovación Tecnológica del Ministerio de la Producción de Perú, donde se exilió en 1980, cuando se liberó de la Armada y del teniente Antonio Pernías. “Fue una relación personal no impuesta por la violencia, pero que seguro no se habría producido en libertad”, aclaró sin que nadie le preguntara.
El 21 de octubre de 1976, cuando la cargaron en un Falcon, escuchó a los secuestradores hablar en clave de “proas y popas”. Minutos después, en cautiverio, no dudó: “Estoy en la ESMA”, le respondió a Acosta.
–Soy militante peronista –apareció en escena el joven Pernías.
–Tenés los ojos demasiado tranquilos para que sea verdad –lo desafió.
Carazzo militaba en el área de prensa de Montoneros. Después de atarla “tipo Túpac Amaru” y torturarla con picana pasó a ser la secuestrada número 588 y estuvo aislada del mundo casi dos meses. Entre quienes la visitaban nombró a “Dante” (Pablo García Velazco) y a “Cortés”, un tapado que circulaba por distintos centros clandestinos. “Preguntaba sobre la fusión FAR-Montoneros, parecía conocer mucho”, recordó. En diciembre le dieron una máquina de escribir, la engrillaron a una bala de cañón y le ordenaron redactar la historia de las FAR. En eso estaba el 10 de diciembre cuando cayó herido de muerte su esposo, Marcelo Kurlat. “Lo hirió Maco, él me lo confirmó”, dijo en referencia a Julio César Coronel. “Fue un momento de desdoblamiento, de terminar con Montoneros”, dijo.
Entre los cautivos recordó “a la niña sueca (Dagmar) Hagelin” y contó que pudo “hablar un par de veces” con Norma Arrostito, a quien conocía como Gaby. “Estaban exaltados de tenerla”, recordó. En el departamento de Zapiola y Jaramillo donde cumplían con su trabajo esclavo contó que vio el archivo del diario Noticias. “Se jactaban de tener trabajos de Rodolfo Walsh, pero yo no los vi”, aclaró. Agregó que “fui amiga personal de Walsh, lo admiro profundamente”.
–¿Dijo que quien hirió a su marido fue un tal Maco? –preguntó el abogado Julio Coronel.
–No llame “un tal Maco” a su padre –sonrió Carazzo.
–¿Cómo le consta que él lo hirió?
–Me lo dijo Pernías y luego Maco. Pensó que Marcelo iba a dispararle y tiró. También admitió que lo querían vivo.
Cuando el juez Daniel Obligado le preguntó si deseaba agregar algo, Carazzo le habló a Coronel, no al abogado sino al ser humano: “Puedo entender que en un operativo alguien dispare, no le guardo rencor a su padre. Lo que no acepto es que se haya matado a gente rendida”.

El Pelado Cortés

Pilar Calveiro no se resigna. En 1985 declaró en el juicio a los ex comandantes, luego indultados. En 2008 declaró sobre su cautiverio en Mansión Seré en el juicio a los brigadieres César Comes e Hipólito Mariani, condenados a la pena de 25 años de prisión, pero en libertad al menos hasta que la Corte Suprema la deje firme. Ayer repasó ante el mismo TOF5 su calvario por Seré, la comisaría de Castelar, ESMA y una casa operativa del Servicio de Inteligencia Naval.
Dos días después del secuestro saltó al vacío desde una ventana de Mansión Seré. La enyesaron. Tiempo después volvería con Graciela Tauro de Rochistein, embarazada que dio a luz en la ESMA, desaparecida. El médico le sacó el yeso, auscultó a Tauro, les dio leche y galletitas. “Para que se lleven un buen recuerdo”, les dijo.
En junio de 1977 la Fuerza Aérea prestó a su secuestrada al sector del SIN que operaba en la ESMA. Pasó a ser un número: 362. Allí la interrogó tres veces el “Pelado Cortés”. “Se movía con una maleta con fotos, preguntaba por características de cada persona, no sólo información dura”, recordó y generó murmullos entre los marinos que comparten palco con la prensa. Un mes después, de vuelta en Castelar, el nómada “Cortés” instaló una mesita en su calabozo y volvió a interrogarla sobre las FAR, las relaciones con el Ejército y sobre su marido, Horacio Campiglia, que caería en Brasil tres años después.
Luego de una escala en la casa del SIN de Thames y Panamericana la llevaron otra vez a la ESMA. Estaba en Capuchita el 10 de diciembre cuando llegaron secuestradas las monjas francesas y varias de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. “Recuerdo haber escuchado el nombre Azucena” (Villaflor fue quien ideó la ronda frente a la Casa Rosada) y “tuve un breve intercambio de palabras con la monja Léonie Duquet”, recordó. “Me sorprendió su entereza. No sé si era porque no estaba muy ubicada o porque su convicción religiosa le daba una serenidad mayor”, planteó.
La mayor parte de 1978 lo pasó en Capucha, ya con menos huéspedes. El capitán Luis D’Imperio le encomendó hacer el seguimiento de prensa del conflicto por el canal de Beagle. “Me pusieron un escritorio en Capucha, en el medio de la nada.” Recién en abril el SIN la transfirió a los camaradas de la ESMA y continuó su trabajo esclavo junto a los secuestrados que actuaban en “la Pecera”. “Mi relato puede sonar a vida de oficina, pero nada más lejano. Convivíamos con la tortura y el asesinato. Sabíamos que quienes aparentaban ser amables con nosotros eran los mismos que decidían sobre vidas y muertes. Y tenían a nuestras familias como rehenes. Era una situación aterrorizante.”

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