ARGENTINA : Videla, la cara del aparato mediático cultural que sigue vigente.
Rafael Videla, ¿habla? (Pág 12, sábado 7)
Por Alejandro Kaufman *
En el
crimen de la desaparición residen los rasgos distintivos de su
eficacia, más allá del homicidio: la incertidumbre, el silencio, la
denegación, los cuerpos insepultos –ni vivos ni muertos, no reconocidos
ni localizados, por lo tanto dispersos, ubicuos, presentes en su
ausencia–. Son las singularidades argentinas del terrorismo de Estado
destinadas a perdurar, a proseguir sus efectos proyectados hacia un
futuro indeterminado. El castigo, demandado tanto tiempo como utopía y
ahora consumado en una magnitud inédita, no es a partir de entonces sino
un hilo más del tejido que enhebra la memoria.
La condena penal no concluye con el trayecto de la lucha porque 1)
hay que ver de qué modo se mantiene su efectividad, de qué modo se la
administra –obligación del Estado, que puede incumplirse, como ha
ocurrido–; 2) los perpetradores y sus cómplices no permanecen inactivos,
sino que actúan de manera estratégica y constante.
La condena se incumple cuando la restricción que le es propia se
burla y transgrede, y se logra por añadidura una aceptación social
aparente de la transformación de la cárcel en un domicilio desde donde
se ejercen derechos ciudadanos, obligatoriamente vedados, limitados o
controlados por el sistema penal. Los perpetradores y sus cómplices
perseveran en el dispositivo postdictatorial residual del terrorismo de
Estado. La de-
saparición de Jorge Julio López forma parte de sus responsabilidades
morales y políticas, tanto como la intervención pública en ejercicio de
una ciudadanía que el sistema penal fracasa en restringir y controlar.
Asistimos a un esquema por el cual una revista extranjera sondea la
opinión pública y verifica en ella una complacencia y condescendencia
con la operación discursiva del terrorismo de Estado residual que supone
algo así como un otorgamiento de entrevistas. Ello da lugar a las
condiciones de posibilidad concomitantes, por las cuales se asocian una
editorial irresponsable e inescrupulosa, un negacionista bajo la forma
que adquiere entre nosotros, que no es la del historiador sino la del
periodista, y el máximo responsable del terrorismo de Estado. En
conjunto, originan un evento cuyo propósito es necesario debatir y
dilucidar. Designar un propósito no tiene que ver con intenciones sino
con efectos: la palabra del perpetrador de lesa humanidad, en tanto
refrenda los rasgos constitutivos del crimen de la desaparición,
prosigue en la senda de su perpetración. Confirma el silencio sobre el
destino de los cuerpos, perturba la memoria de las víctimas al remover
las heridas, al profundizar el trauma, inquietando las conciencias con
su impunidad para hablar, cuando debería callar en forma definitiva –es a
lo que se lo condenó, porque la condena no es en esencia ambulatoria,
sino al silencio en tanto concurrencia a la esfera pública, para siempre
vedada a perpetradores condenados–. Es por lo mismo que no pueden ser
autorizados para inscribirse en la universidad pública. Concederles
derechos de intervención en la esfera pública para que perseveren en su
denegación desaparecedora implica complicidad, responsabilidad, omisión o
ingenuidad respecto del crimen de lesa humanidad.
Ni falta que hace abundar en que estos sucesos testimonian la
profundidad de la anomia en que se encuentran vastos sectores de los
medios y la cultura que heredamos de la dictadura. Los negacionistas
post o neo nazis travestidos de historiadores fueron ampliamente
contestados en su lugar y momento. Nuestra prensa hegemónica parece ser
un terreno fértil para operaciones de la índole señalada. Numerosos
antecedentes las precedieron, desde la confrontación entre Alfredo Bravo
y su torturador reunidos por Mariano Grondona, hasta el
desenvolvimiento próspero e incluso prestigioso de diversas figuras
comunicacionales y culturales partícipes del horror de la dictadura.
¿Sabrán reconocer las nuevas generaciones en estas tramas la naturaleza
de las matrices civiles de la dictadura? Porque en la trayectoria que la
palabra de JRV recorrió desde su clausura ambulatoria hasta la
confección de un best seller se verifican tales matrices, ahora exentas
de culpa patente, pero no menos responsables de perpetuar el crimen de
la desaparición, y todo ello aun sin la desmentida y la contradesmentida
que no hicieron más que plasmar la obscenidad de todo el caso.
La palabra de JRV nunca puede ser otra cosa que pura amenaza,
demostración de su impermeabilidad al castigo, de su competencia para
establecer “estoy aquí, intacto, y puedo decir exactamente lo mismo que
dije en 1977, cuando quiero, y todavía me lo celebran”. La amenaza no
consiste en la inminencia de algún suceso truculento, sino en la
persistencia de las condiciones que definen la singularidad de la
desaparición. Solo podría consentirse con su palabra frente a los
tribunales, ya sea como defensa en ejercicio de garantías, o como
confesión, en efecto, pero no de la manera obscena en que se dijo, sino
en esclarecimiento del destino de los cuerpos de los desaparecidos y las
identidades robadas de los centenares de nacidos en cautiverio que
falta encontrar, así como las pistas o certidumbres que permitan
establecer la suerte de Jorge Julio López. Cualquier otra cosa forma
parte de la condición perpetradora, la actualiza y la mantiene viva en
detrimento de la sociedad que requiere del ministerio público
protección, defensa frente a las secuelas del horror.
Como ocurre cada vez, en cada situación límite, son las mismas voces
aquellas que aciertan con sus intuiciones radicales y heroicas: las
Madres y las Abuelas, junto a pocas voces más, señalaron la ignominia,
la falta cometida por el aparato estatal de contención, la inadecuación y
perversidad de lo que en forma alguna puede ser llamado “libro” ni
“entrevista periodística”.
La palabra de JRV participa de la modalidad argentina con que se
desenvolvió el aparato mediático cultural de la dictadura: mediante la
promoción de una hegemonía antipolítica, espectacular, banalizadora y
frívola. Tales actitudes mediático-culturales no pueden ser combatidas
con los mismos recursos ni en el mismo terreno. ¿Aún no lo comprendemos?
* Ex director de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA.
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