POEMAS de SUSANA CATTANEO
SUSANA CATTANEO
En el pequeño mundo de mi mano
guardo laberintos de arena y cólera,
enigmas indómitos,
poetas locos que sueñan con espejos,
un muerto que pasa en bicicleta,
una muchacha que gastó su memoria,
aves que surcan el destiempo.
Es posible que también guarde
la primera letra del amor,
una vida en hilachas,
un malabarista,
un corazón herrumbrado,
una lámpara de aceite,
un horizonte de miel y azúcar.
En ese pequeño mundo,
también habrá un trozo de misterio,
algún calendario marcado de citas,
una máscara de soledad,
una profecía,
un bestiario,
la sangre feroz que me da vida,
una mujer que se viste de sola.
La mujer que fui
cobijada en el frescor de sombras y de ramas.
Te vi tejiendo anillos con la felicidad
mientras cerrabas pactos de infinito.
Con la boca dulce, te vi, llena de verdes.
Danzabas sueños hechos de paisajes.
Eras colibrí que libaba en el amanecer más hermoso.
Bebías palabras, escribías poemas.
Te nacieron libros —¿recuerdas los años?
Te llenabas de pupilas tatuadas de cielo.
Yo te vi sentada junto a la alegría;
correr en grandes círculos jugando al mundo.
Regalabas frases; perseguías insectos invisibles.
El día te estallaba de luz perfumada de voces.
Ella —la pequeña de pestañas blancas
y mirada como almendras—,
olisqueaba el aire, la vida, el pasto.
Las otras volaban, rodeaban tus libros, picoteaban arroz.
Te vi rodeada de amor en tardes que partían.
Te vi en invierno, cálida y feliz.
Recogías en otoño hojas escarlata y admirabas su belleza.
Te sentías plena con los brotes de septiembre
y con lluvias de octubre bordabas la dicha.
Te vi plácida entre árboles junto a la eternidad.
Sí; yo te vi. Eras mucho, mucho más
que esta pobre mujer que hoy esconde sus ojos.
Mucho más que esta tristeza.
enigmas indómitos,
poetas locos que sueñan con espejos,
un muerto que pasa en bicicleta,
una muchacha que gastó su memoria,
aves que surcan el destiempo.
Es posible que también guarde
la primera letra del amor,
una vida en hilachas,
un malabarista,
un corazón herrumbrado,
una lámpara de aceite,
un horizonte de miel y azúcar.
En ese pequeño mundo,
también habrá un trozo de misterio,
algún calendario marcado de citas,
una máscara de soledad,
una profecía,
un bestiario,
la sangre feroz que me da vida,
una mujer que se viste de sola.
La mujer que fui
Mi nombre entra a una lágrima
Yo te vi en mediodías ardidos de veranocobijada en el frescor de sombras y de ramas.
Te vi tejiendo anillos con la felicidad
mientras cerrabas pactos de infinito.
Con la boca dulce, te vi, llena de verdes.
Danzabas sueños hechos de paisajes.
Eras colibrí que libaba en el amanecer más hermoso.
Bebías palabras, escribías poemas.
Te nacieron libros —¿recuerdas los años?
Te llenabas de pupilas tatuadas de cielo.
Yo te vi sentada junto a la alegría;
correr en grandes círculos jugando al mundo.
Regalabas frases; perseguías insectos invisibles.
El día te estallaba de luz perfumada de voces.
Ella —la pequeña de pestañas blancas
y mirada como almendras—,
olisqueaba el aire, la vida, el pasto.
Las otras volaban, rodeaban tus libros, picoteaban arroz.
Te vi rodeada de amor en tardes que partían.
Te vi en invierno, cálida y feliz.
Recogías en otoño hojas escarlata y admirabas su belleza.
Te sentías plena con los brotes de septiembre
y con lluvias de octubre bordabas la dicha.
Te vi plácida entre árboles junto a la eternidad.
Sí; yo te vi. Eras mucho, mucho más
que esta pobre mujer que hoy esconde sus ojos.
Mucho más que esta tristeza.
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