Esta pobre, clara, torturada y transitoria matria nuestra de todos los tiempos. Poema de Edna Pozzi

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EDNA POZZI.

Pergamino Argentina 1926 – 2017. Escritora y periodista argentina. Ha publicado los poemarios “Tiempo para decir llorando – Señales para Gustavo – La razón más impura - Ella dijo algo fantástico – De mala muerte – Palabras que me salven de la muerte – Cantata a Alejandro - Ferocidad de la memoria – La madre - Ana de fin de año – La última palabra no la tiene la muerte – Alabanza del triste de furor - El libro de Javier – Cercanías de Adolfo de Ferrari – Mas no estorbes la música - La canción de Fidela (Summa poética)”
Este es el país en que mi madre voló a pedazos
en cenizas ardientes
y la zona donde mi hijo preguntó
por el caballo blanco del Gran Capitán
y la gris estampa escolar
donde la montaña yacía en los ojos del Padre
abatido por los cóndores.
También es la tierra que soportó
a traficantes y ladrones
imbéciles e ignorantes
a cerdos que gritaron triunfantes
y asesinaron y violaron y robaron
ensuciando el mapa terso
que siempre es sospechado como un triángulo de lilas.
Este es el país que tuvo aliento largo
en las banderas enancadas de los caudillos
que enseñaron cómo se muere con limpieza
la muerte como un cándido objeto
como una labranza interminable
y estuvo doblándose por años
en el olor del trigo y en una remota esperanza
de alcanzar un nombre
una certeza
algo que tintineara al pronunciarse
como una copa de plata.
Esta es la casa que contuvo
los ojos del asesinado
en los basurales de José León Suárez
y donde yo aprendí
que la justicia podía ser posible
si se pronunciaba como un pan
algo exigible y necesario.
La casa donde el miedo crujió en las noches
de perseguidores oscuros
y contuvo macilentos despachos
con registros de nombres y amenazas.
Este es el país que me enseñó la desolación
pero también la libertad de las palabras
me mostró las calandrias y las torturas
la ciénaga y el cielo alto y tenaz del Paraná.
Esta ha sido mi casa y no tengo otra.
La casa de los libros amados
sospechosos de herejías y desviaciones ideológicas
con esa rotunda claridad
de los versos quebrados
y de los traslúcidos infantes
de pies morados
que se acordaban de Mayo
mirando subir la que no ha sido atada jamás
al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra.
Este es el país que me cubrió de oprobio y de vergüenza
y al que negué tres veces
con un feroz cansancio
pero también el país donde aprendí que hay una libertad
última
con palabras voladas en palomas
metálicas
palabras que servían para nombrar cosas anchas y
espléndidas
palabras que resistían como clavos
duros e insomnes.
Era mi casa y no he tenido otra.
Jamás diré que ha muerto.
Porque contuvo la garra fina de Alejandro
y se inclinó sobre la greda oscura
de un alfarero
y vio la cara de un muchacho de veinte años
un segundo antes de morir
y desplegó sus lisos cielos australes
para que yo me doliera de la derrota
y tuviera un lugar abierto para llorar
y acunar una furia interminable.
Porque golpeada, amada y traicionada
aún sigue siendo la única casa posible,
jamás diré que ha muerto.
Con los músicos y los poetas
con los tramposos y los imbéciles
con la memoria ancha de los puros
y la angosta memoria de los cobardes
así, valiente, estrujada, férrea azucena,
insobornable, desgraciada y sucia
vive más allá de las palabras
amada, funeral, recién nacida,
esta pobre, clara, definitiva patria.
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