Diminuta, morena, bilingüe y con sus profundos ojos negros como de Cóndor, la papay Nicolasa fue emblemática en la resistencia del pueblo Mapuche ante la nueva desposesión territorial que sacudió a nuestro pueblo en la década de los 90’ por el neoliberalismo corregido de la Concertación. Sin duda que su lucha fue clave en la mapuchización de las generaciones de militantes que decidieron comenzar a rebelarse a fines de esa década ante los atropellos del Estado, ahora a nombre de la modernidad. La construcción de ese tremendo muro de concreto en Alto Biobío, ejemplificó la intransigencia del modelo, de una clase política miope y empresarios dispuestos a todo para lograr sus objetivos. En cierta medida, Ralco y su antecesora Pangue, nos demostraron a los Mapuche que nuestros derechos como pueblos estaban supeditados al desarrollo económico del país. Pero las papay Quintremañ ejemplificaron algo políticamente incorrecto en tiempos de consumismo: que no todo tiene un precio. Como lo dijo ella misma en un 12 de octubre de 1998, “nosotros no nos saldremos de nuestras tierras, la tierra es nuestra madre y está viva, nosotros la defenderemos y pelearemos hasta el final por ella, nuestra tierra no tiene precio”.

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