MEXICO: la enfermedad del mujerismo por Sara Lovera


Sara Sefchovich, licenciada, maestra, doctora, historiadora que cumplió 20 años escribiendo en uno de los diarios de mayor circulación en el país. Ha escrito de todo, ensayo, novela, discursos y ponencias e investigaciones.

Es autora del emblemático libro La suerte de la consorte, que habla de las mujeres tras los hombres del poder, en un contexto histórico revelador y didáctico.




Sara Sefchovich, escritora y feminista

Se declara irremediablemente feminista y de ella está circulando su nuevo libro que llama: ¿Son mejores las mujeres? Libro que ha salido a la luz gracias a una alianza entre la editorial Paidós y la naciente editorial Debate Feminista que ha impulsado la antropóloga Marta Lamas.

Oí decir a Sara Sefchovich en la televisión abierta, hace unos días, que el título es una provocación para pensar en que hay que desarraigar la idea de que las mujeres somos excepcionales y como dice Marta Lamas en la introducción, por ser mujeres somos esencialmente buenas, “más confiables o más entregadas” que los hombres. Hoy este libro nos obliga a poner especial atención sobre que las mujeres somos de esta tierra, de “distintos tipos y calañas”, como vuelve a apuntar Lamas.

El texto se lee con gran facilidad, por claro, conciso, directo y aleccionador, debiera ser leído para iniciar por toda la gente y desde ahí promover un debate que, las feministas, no queremos dar abiertamente. ¿Las mujeres somos mejores que los hombres sólo por ser mujeres? O simplemente humanas, tan comunes, en reacción y acción como los hombres.

Un debate fundamental en estos tiempos electorales, donde dos partidos políticos han puesto en el centro a varias mujeres, en una campaña política por la Presidencia de la República y por el Gobierno del Distrito Federal, aprovechando esa mitología de que las mujeres somos más buenas y más honradas, cuando en realidad, otra vez parafraseo, vienen de “distintos tipos y calañas” y no podemos dejarnos llevar por eso, que también Lamas señala como “la enfermedad del mujerismo”, que puede ser fatal en estos tiempos.

La supuesta bondad intrínseca, casi natural en las mujeres viene de la idea conservadora de que nos purifica la maternidad y estamos cubiertas de un halo de humildad y obediencia, como documenta de distintas formas Sara Sefchovich a lo largo de las 369 páginas de su obra.

Esta idea hoy puede confundir a las miles de personas que emitirán su voto el 1 de julio. La autora hace una “crítica sutil pero demoledora” del feminismo que ha propiciado esa idea de ternura ligada a la imagen de la sumisa y sensitiva mujer, que ahora se nos quiere vender como el pase a la posibilidad de que las mujeres serán mejores al gobernar.

Y el debate debiera ir hacia allá. La democracia tendría que juzgar el contenido programático y las conductas, que hombres y mujeres, que quieren el poder llevan consigo, en su historia de hechos y actitudes, a la hora de pretender gobernar.

La cosa es sencilla, si conseguimos explicarnos bien y ampliamente este fenómeno. Las mujeres están en condiciones de gobernar y si son muchas, mejor, como me dijo Daptnhe Cuevas en un programa de televisión: la señora Josefina Vásquez Mota, candidata a la Presidencia por el conservador PAN, no actuó a favor de las mujeres a la hora de ser legisladora, se escondió cuando se aprobaron leyes contra el laicismo o se calló cuando se propusieron siete iniciativas federales contra la libertad de interrumpir un embarazo y, además, su capacidad es limitada. Eso es muy importante, aunque sea nuestra lucha la que lleve más mujeres al poder y los partidos estén obligados a cumplir con la ley.

Pero ¿es más buena la priísta Beatriz Paredes, que se calló cuando sus compañeros de partido votaron en contra de la interrupción legal del embarazo o qué significa que sea del partido que más cuentas pendientes tiene con la población mexicana? ¿Sólo por ser mujer debiéramos votar por ella? No confundir la promoción de las mujeres, con la supuesta bondad de todas, porque todas son distintas, de esta tierra y tienen diferentes conductas, pasados inconfesables, complicidades y, a veces, activamente cooperantes de las condiciones actuales del capitalismo salvaje que ha llevado a 28 millones de mexicanos y mexicanas a tener hambre.

Entonces el debate al que convoca el libro de Sefchovich y la presentación de Marta Lamas es urgente, porque esas mujeres a las que ha impactado el discurso feminista, hoy están muy confundidas. Hay algo peor, algunas mujeres de los grupos políticos progresistas frecuentemente caen en el mismo discurso, y creen que hay que llenar todos los espacios que la ley confiere a las mujeres, con cualquier mujer y eso sencillamente no es posible, por eso Lamas invita a las feministas a revertir el mujerismo. No todas somos iguales. ¿Cómo hacer ahora para explicarlo?
Muchas mujeres, además de socias del sistema, como la señora Isabel Miranda de Wallace –candidata del PAN al Gobierno del DF– que festina la equivocada y mortal política de Felipe Calderón ¿será que habremos de votar por ella por ser mujer? Y poner su nombre en la lista de adelanto de las mujeres, porque ha sido ungida como candidata.

También hay que tener el cuidado de no alentar las voces que ridiculizan a todas las mujeres porque existe una de ellas claramente insidiosa, envidiosa, manipuladora y hasta ratera. Tampoco todas somos así. ¿Cómo atajar también esta idea, que ubica a casi los hombres como violentos y autoritarios?

Lo cierto es que no todas somos brujas y malas, porque no todas somos iguales. Eso vale para los hombres, igualmente, eso vale para distinguir a progresistas de conservadores, a decentes de deshonrados, a criminales de no criminales. Vale para ambos sexos. Y es sobre eso que tenemos que tejer la democracia.

La pregunta es si habrá más democracia si se empujan los derechos y las oportunidades de las mujeres. La respuesta es sí; pero también debe quedar bien claro hoy hay quienes engañan poniendo a mujeres, simplemente y algunas ya vimos no tan democráticas, y a veces no sólo no promueven la igualdad, sino que profundizan la desigualdad.

Tampoco es imposible imaginar que con mujeres de pensamiento antifeminista podemos argumentar, por ejemplo, la paridad o el cambio que viene, el verdadero cambio.

Las mujeres y los hombres son de muchos tipos y calañas, sin duda que hay hombres y mujeres autoritarios, manipuladores, criminales, defraudadores de la confianza de la población, demagogos, arbitrarios, cómplices del sistema y explotadores capitalistas.

Lo que Sara Sefchovich nos dice en sus reflexiones, unas sacadas de sus novelas, de sus escritos y de sus ponencias, otras escritas exclusivamente para el libro, es que la lucha es contra el sectarismo, la discriminación y las conductas que más bien contribuyen a la antidemocracia y no el progreso de las libertades.

Un debate adicional, urgente, es sobre el papel de las mujeres que por su condición y maternidad, andan usando ese mito y justifican, como Sara dice en su libro, que sus hijos sean delincuentes e históricamente conocemos a las maravillosas mamás cuando no salían al espacio público mostraron, que no son pacíficas, lo son cuando tienen conciencia, pero muchas madres han enviado a sus hijos a la guerra, los han aplaudido, los han justificado y otras educaron a una generación de fascistas. Es lo mismo que quien cree, en nombre de la maternidad, que sus hijos no tienen defectos o pueden ser justificadas todas sus fechorías.

El libro es espléndido, histórico, directo, sincero y lo más importante, nos lleva a reflexionar sobre nuestro tiempo y despeja todos los mitos tradicionales de ser mujer.

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