Javier Rebolledo y sus libros (Tomado de Facebook Hoy)


Carlos Felipe
He leído 3 libros de Javier Rebolledo: “La danza de los cuervos” que relata los crímenes cometidos en el centro de exterminio Simón Bolívar, “El despertar de los cuervos” que relata las torturas cometidas en Tejas Verdes, y “Camaleón” que relata la vida de un exagente comunista que tenía amigos CNI. Sólo me falta “A la sombra de los cuervos” que habla sobre los cómplices civiles de la dictadura. Los 3 que he leído han sido absorbentes de principio a fin. El primero que leí es el de Tejas Verdes. Lo compré luego de ver en Mentiras Verdaderas el relato de Olga Letelier. Es, quizás, la historia de dolor humano más fuerte que he conocido en mi vida. Lloré cuando la vi en televisión. Lloré cuando leí el libro. No era esa sensación que uno siente al ver una película, no era sentimentalismo, era dolor. Dolor puro. Decepción humana. No podía creer todo lo que estaba relatado ahí. Aún hoy me cuesta entender tanta maldad. Olga fue secuestrada desde su colegio cuando tenía 16 años y fue llevada a Tejas Verdes donde fue torturada incontables veces. Ella tenía una visión religiosa de la vida que la había llevado a conservar su virginidad esperando un amor verdadero o el matrimonio. Los militares le arrebataron todo. La violaron reiteradas veces. Olga cuenta que en una ocasión no sabe cuántos fueron el mismo día. Apenas podía moverse. Cree que aún estando desmayada la seguían violando. Reitero, tenía 16 años. Una vez leí que Stalin decía que millones de muertes son una estadística, pero que una muerte es una tragedia. Cuando leí ese libro, el testimonio de Olga y los otros 3 de víctimas que aparecen ahí, entendí eso. Sabía que había existido la tortura en Chile, sabía que había incluido violaciones, sabía que los métodos eran de una crueldad horrorosa… pero nada se comparaba a leer en primera persona el testimonio de una persona que había vivido eso. Yo, al menos, me enfrenté a esa realidad por primera vez con el libro de Javier Rebolledo. El ejercicio de memoria que realizó el periodista apunta a lo más genuino de la experiencia humana, el relato personal. Nadie puede cuestionar eso. Sólo ella sabe qué vivió, cómo lo vivió, cuánto sufrió. No importa el color político (o no debiera importar) cuando la persona cuenta que la violaron. Eso no es aceptable y punto. Luego de conocer ese tipo de testimonios el sentido de lo humano, de lo ético, de lo correcto, adquiere otros niveles en uno. Uno entiende que no puede tolerar la violencia. Uno entiende que no se puede avalar un régimen dictatorial como el chileno, porque costó vidas, porque costó sufrimiento. Sufrimiento directo. Funcionarios del gobierno fueron los que torturaron. Muchos de ellos hoy gozan de libertad, o varios inclusos ocuparon u ocupan sillas en alcaldías, ministerios o en el congreso (saludos Cristián Labbé, mencionado en el libro como torturador de Feliciano Cerda, y saludos Rosauro Martínez, diputado de mi querido Yungay, mencionado también en el libro como torturador). Que Javier Rebolledo haya apuntado desde esa perspectiva para contar las torturas cometidas en dictadura, creo que habla de su calidad humana, de su sensibilidad. No podemos oponernos a algo si no conocemos todo el horror que causó. Y sabremos el horror que causó sólo si lo encarnamos en una persona con nombre, apellido e historia. No nos sirven las cifras. Pueden incluso confundirnos. Necesitamos saber. Aunque nos duela, aunque nos lleve a la tristeza, aunque nos lleve a decepcionarnos de la especie humana una y otra vez, porque sólo así nos opondremos a cualquier tipo de sistema que promueva o estimule estos métodos de shock para aterrorizar a la población. Últimamente varios estudios han mostrado que los niños y jóvenes chilenos no ven con tan malos ojos una dictadura. Yo me pregunto si opinarían así después de leer algún libro de Javier Rebolledo. Hoy, ese periodista y escritor, está siendo demandado por la hija de un general que está preso en Punta Peuco por secuestro de 5 desaparecidos, por torturas en Tejas Verdes, y por el secuestro de 2 uruguayos. La hija se sintió ofendida ya que en “Camaleón”, Rebolledo publica el historial de su papá. Un juez acogió la demanda y Rebolledo tiene ciertas opciones de terminar en la cárcel. No puede ser. Un Estado democrático no puede coartar de esa manera la libertad de expresión de un escritor que busca hacer ejercicios de memoria sobre una parte de la historia de Chile en la que todos sabemos y asumimos que se violaron los Derechos Humanos. Es una deuda que tenemos como sociedad el conocer todas y cada una de las historias, todos los nombres de las víctimas, y todos los nombres de los victimarios, y que así haya verdad, justicia y reparación. Son los escritores (y periodistas) los que nos han permitido conocer lo que fue La Caravana de la Muerte, Tejas Verdes, Simón Bolívar, La Venda Sexy, quién fue El Fanta, quién fue Ingrid Olderock, Lucía Hiriart… Ellos deben tener la libertad de escribir para que nosotros podamos saber, para que a nosotros nos indigne, para que se nos acelere el corazón de la impotencia de saber que hace tan poquitos años y en lugares tan cercanos el horror afectó de forma tan terrible a compatriotas, a jóvenes, a mujeres, a niños, a otros seres humanos. Desde mi pequeño espacio, desde mi condición de admirador, y desde mi deseo de algún día escribir libros que impacten como los que ha escrito él, le mando todo mi apoyo y solidaridad a Javier Rebolledo. Resistencia. 


ME SUMO A ESE APOYO -Dra. Marta R. Zabaleta, Londres.

Comentarios

  1. escribio y dijo:Tal vez entre las cosas peores que acompañan las violaciones y las otras muchas formas de abusar, humillar y destruir a las personas a fin de crear climas de terror, está el efecto anestesiante, la adaptación hacia la indiferencia, la percepción plana y la reacción amnésica que estas formas de opresión tienden a producir: ‘Ya eso pasó hace tanto’; ‘estamos cansados de oir estas cosas’; ‘se ha hablado demasiado ya de todo esto’. Lo muy importante del llamado de Carlos Felipe (Resistencia) –y por supuesto de los trabajos de denuncia periodística de Javier Rebolledo- es que le salen al paso a esa resaca amnésica e indiferente.

    El valiente y lúcido escritor encuentra su libertad y su integridad amenazadas a causa de que el Chile contemporáneo ha sido incapaz, aun tres décadas después, de deshacer propiamente los nudos culturales e institucionales armados por ese régimen edificado sobre el terror –el terror continúa, quizás bajo otras formas-. No obstante, ¿podría ser que esta aberración jurídica anti-democrática que amenaza con castigar a tan ejemplar ciudadano acabe con la inclusión de los escritos de Rebolledo en los programas de educación de las futuras generaciones de chilenos? Mientras tanto, ojalá su injusta persecución derive en la publicación de muchas nuevas ediciones de sus libros.

    Alberto Hinrichsen

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