Porrajmos, el Holocausto gitano
Porrajmos, el Holocausto gitano
El
2 de agosto de 1944, alrededor de 3000 mujeres, niños y ancianos
gitanos fueron gaseados en la cámara de gas e incinerados en el campo de
exterminio de Auschwitz. Esta fecha, designada con posterioridad como
el “Día del Holocausto del Pueblo Gitano”, ha sido recordada año tras
año por la colectividad gitana con una conciencia más intensa a medida
que pasan los años. Durante la Segunda Guerra Mundial el pueblo gitano
fue perseguido y exterminado por el régimen nazi con las mismas
herramientas prolijas y crueles que usó contra el pueblo judío. Pero,
pese a haber constituido el segundo colectivo más castigado por las
ideas racistas, su historia es poco conocida.
De origen indio, los gitanos han sido perseguidos y estigmatizados en Europa occidental desde el siglo XV (y hasta la actualidad) bajo las acusaciones de ateos, vagabundos, delincuentes y ladrones de niños, entre otras cosas. El más claro antecedente de eliminación a este pueblo se produjo el 30 de julio de 1749, en un intento de erradicación que la historia conoce como “la gran redada”, cuando fueron encarcelados indefinidamente a miles de gitanos. Hombres y mujeres fueron puestos por separado para evitar la “procreación de la raza”.
En el tercer Reich, en búsqueda de la “pureza racial”, la aniquilación del pueblo gitano comenzó formalmente en 1933 cuando los nazis ordenaron la esterilización de miles de gitanos por considerarlos “enfermos hereditarios cuya única solución es la eliminación”. Prohibieron que los gitanos se casaran o mantuvieran relaciones sexuales con personas de origen ario. Los excluyeron del ejército y de cualquier otra actividad pública. En 1938 el nazismo organizó una “semana de la limpieza gitana” para perseguir y golpear a cualquier gitano que pudiera ser encontrado. El célebre músico gitano-francés Django Reinhardt salvó su vida debido a su fama mundial y por haberse convertido, a su pesar, en una especie de fetiche de las fuerzas de ocupación alemanas, que lo obligaban a tocar en conciertos y fiestas privadas. Al boxeador gitano-alemán Johann Trollmann, “Rukeli”, un campeón nacional que despertaba pasión y candidato al podio olímpico, se le despojó el título, fue prohibido en Alemania y deportado al campo de concentración de Neuengamme, donde fue asesinado en 1943. La historia de “Rukeli” dio lugar a la última novela de Darío Fo, Premio Nobel de Literatura, titulada “El campeón prohibido” (2017).
En febrero de 1940, en la que es considerada la primera matanza en masa, 250 niños gitanos checoslovacos fueron asesinados durante las pruebas del Xyclon B (el agente químico de las cámaras de gas) en el campo de Buchenwald: les suministraron cianuro en forma de cristales para ver cuánto tiempo tardaban en morir. Las deportaciones regulares de gitanos comenzaron en diciembre del año 1941 a los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Bergen-Belsen, Mauthausen y Ravensbruck. El traslado de gitanos en forma masiva de las grandes ciudades a los campos fue una especie de ensayo general de lo que ocurriría poco tiempo después con los judíos. Según la Organización Internacional para las Migraciones en una investigación de 2001, más de medio millón de gitanos murieron en las cámaras de gas. Representaban el 80 por ciento de la población de gitanos en Europa. Se cree que cientos de miles de gitanos (incluso más que los asesinados en los campos) fueron fusilados, sin registro alguno, en los territorios ocupados del Este por los equipos móviles de matanzas de las SS (Einsatzgruppen).
A través del “Decreto para combatir la criminalidad” (1942), que calificaba a los gitanos como “antisociales y criminales sin posibilidades de educación”, familias enteras fueron sistemáticamente deportadas. Los nazis, conocedores de la estructura de clan familiar del pueblo gitano, y para minimizar incidentes, decidieron deportar a las familias enteras y los recluyeron en una barraca específica (el campo de los gitanos) en Auschwitz II (o Birkenau). En su libro Los otros genocidios de Hitler (2016), Súlim Granovsky detalla que en los campos fueron sometidos a toda clase de experimentos: exposición a malaria, congelamiento, fiebre tifoidea, venenos, gas mostaza, e ingestión de agua marina. El “ángel de la muerte” Josef Mengele (quien vivió tranquilamente una década en Buenos Aires en la posguerra) dirigía un equipo que llevaba a cabo esas torturas, cuyas víctimas eran particularmente niños gitanos, idealmente gemelos. En su oficina tomaba apuntes de sus experimentos, extraía muestras que enviaba a sus superiores en Berlín y coleccionaba ojos de distintos colores.
Según el Presidente de la Asociación Identidad Cultural Romaní (Aicra), Jorge Bernal, en la Argentina habitan cerca de 300 mil gitanos. El genocidio gitano ha quedado en el desconocimiento y olvido para la mayoría de las culturas. En el mismo juicio de Nüremberg (1946), los fiscales no convocaron a ningún gitano a declarar ni los magistrados mencionaron a las víctimas gitanas. Sin organizaciones políticas que los defendieran, fueron ignorados por décadas. La negación tiene un carácter de actualidad que sorprende e inquieta. Recién en 1982, después de décadas de rechazo, las autoridades alemanas reconocieron al genocidio como tal y activaron una política de indemnizaciones. A esa altura la mayoría de los potenciales beneficiarios, por cierto, ya habían fallecido. Recientemente, en 2012 la canciller Angela Merkel inauguró un Memorial en Berlín. En 2014 Suecia a través de la publicación del llamado “Libro blanco” admitió cien años de maltrato a este pueblo. En enero de este año el Parlamento Europeo conmemoró por primera vez el genocidio romaní.
Sobre un total de 16 millones de gitanos en todo el mundo, en Europa viven alrededor de 12 millones. En algunos países padecen un verdadero régimen de apartheid: residen en barrios separados, en la periferia de las ciudades, con escaso acceso a la educación y con la permanente amenaza de expulsión. En los últimos tiempos los gobiernos de Francia e Italia han llevado a cabo iniciativas firmes en este sentido. Y rentables electoralmente, por cierto. Los gitanos forman un grupo humano para el que el estigma y la exclusión no comenzó ni terminó con el nazismo. En la edición actual del diccionario de la Real Academia Española (REA) una de las definiciones de gitano es “aquel que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto”.
Porrajmos en la lengua gitana, la romaní, significa “devoración”. Representa literalmente la destrucción colectiva que padeció este pueblo. En 1971, el Primer Congreso Mundial Gitano (Londres) creó la bandera y aprobó el Himno titulado “Gelem, Gelem” (anduve, anduve), inspirado en aquellos gitanos que fueron recluidos en los campos de concentración. “¡Ay roma, ay muchachos!; también yo tenía una gran familia; fue asesinada por la Legión Negra; hombres y mujeres fueron descuartizados; entre ellos también niños pequeños; ¡Ay roma, ay muchachos!”
De origen indio, los gitanos han sido perseguidos y estigmatizados en Europa occidental desde el siglo XV (y hasta la actualidad) bajo las acusaciones de ateos, vagabundos, delincuentes y ladrones de niños, entre otras cosas. El más claro antecedente de eliminación a este pueblo se produjo el 30 de julio de 1749, en un intento de erradicación que la historia conoce como “la gran redada”, cuando fueron encarcelados indefinidamente a miles de gitanos. Hombres y mujeres fueron puestos por separado para evitar la “procreación de la raza”.
En el tercer Reich, en búsqueda de la “pureza racial”, la aniquilación del pueblo gitano comenzó formalmente en 1933 cuando los nazis ordenaron la esterilización de miles de gitanos por considerarlos “enfermos hereditarios cuya única solución es la eliminación”. Prohibieron que los gitanos se casaran o mantuvieran relaciones sexuales con personas de origen ario. Los excluyeron del ejército y de cualquier otra actividad pública. En 1938 el nazismo organizó una “semana de la limpieza gitana” para perseguir y golpear a cualquier gitano que pudiera ser encontrado. El célebre músico gitano-francés Django Reinhardt salvó su vida debido a su fama mundial y por haberse convertido, a su pesar, en una especie de fetiche de las fuerzas de ocupación alemanas, que lo obligaban a tocar en conciertos y fiestas privadas. Al boxeador gitano-alemán Johann Trollmann, “Rukeli”, un campeón nacional que despertaba pasión y candidato al podio olímpico, se le despojó el título, fue prohibido en Alemania y deportado al campo de concentración de Neuengamme, donde fue asesinado en 1943. La historia de “Rukeli” dio lugar a la última novela de Darío Fo, Premio Nobel de Literatura, titulada “El campeón prohibido” (2017).
En febrero de 1940, en la que es considerada la primera matanza en masa, 250 niños gitanos checoslovacos fueron asesinados durante las pruebas del Xyclon B (el agente químico de las cámaras de gas) en el campo de Buchenwald: les suministraron cianuro en forma de cristales para ver cuánto tiempo tardaban en morir. Las deportaciones regulares de gitanos comenzaron en diciembre del año 1941 a los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Bergen-Belsen, Mauthausen y Ravensbruck. El traslado de gitanos en forma masiva de las grandes ciudades a los campos fue una especie de ensayo general de lo que ocurriría poco tiempo después con los judíos. Según la Organización Internacional para las Migraciones en una investigación de 2001, más de medio millón de gitanos murieron en las cámaras de gas. Representaban el 80 por ciento de la población de gitanos en Europa. Se cree que cientos de miles de gitanos (incluso más que los asesinados en los campos) fueron fusilados, sin registro alguno, en los territorios ocupados del Este por los equipos móviles de matanzas de las SS (Einsatzgruppen).
A través del “Decreto para combatir la criminalidad” (1942), que calificaba a los gitanos como “antisociales y criminales sin posibilidades de educación”, familias enteras fueron sistemáticamente deportadas. Los nazis, conocedores de la estructura de clan familiar del pueblo gitano, y para minimizar incidentes, decidieron deportar a las familias enteras y los recluyeron en una barraca específica (el campo de los gitanos) en Auschwitz II (o Birkenau). En su libro Los otros genocidios de Hitler (2016), Súlim Granovsky detalla que en los campos fueron sometidos a toda clase de experimentos: exposición a malaria, congelamiento, fiebre tifoidea, venenos, gas mostaza, e ingestión de agua marina. El “ángel de la muerte” Josef Mengele (quien vivió tranquilamente una década en Buenos Aires en la posguerra) dirigía un equipo que llevaba a cabo esas torturas, cuyas víctimas eran particularmente niños gitanos, idealmente gemelos. En su oficina tomaba apuntes de sus experimentos, extraía muestras que enviaba a sus superiores en Berlín y coleccionaba ojos de distintos colores.
Según el Presidente de la Asociación Identidad Cultural Romaní (Aicra), Jorge Bernal, en la Argentina habitan cerca de 300 mil gitanos. El genocidio gitano ha quedado en el desconocimiento y olvido para la mayoría de las culturas. En el mismo juicio de Nüremberg (1946), los fiscales no convocaron a ningún gitano a declarar ni los magistrados mencionaron a las víctimas gitanas. Sin organizaciones políticas que los defendieran, fueron ignorados por décadas. La negación tiene un carácter de actualidad que sorprende e inquieta. Recién en 1982, después de décadas de rechazo, las autoridades alemanas reconocieron al genocidio como tal y activaron una política de indemnizaciones. A esa altura la mayoría de los potenciales beneficiarios, por cierto, ya habían fallecido. Recientemente, en 2012 la canciller Angela Merkel inauguró un Memorial en Berlín. En 2014 Suecia a través de la publicación del llamado “Libro blanco” admitió cien años de maltrato a este pueblo. En enero de este año el Parlamento Europeo conmemoró por primera vez el genocidio romaní.
Sobre un total de 16 millones de gitanos en todo el mundo, en Europa viven alrededor de 12 millones. En algunos países padecen un verdadero régimen de apartheid: residen en barrios separados, en la periferia de las ciudades, con escaso acceso a la educación y con la permanente amenaza de expulsión. En los últimos tiempos los gobiernos de Francia e Italia han llevado a cabo iniciativas firmes en este sentido. Y rentables electoralmente, por cierto. Los gitanos forman un grupo humano para el que el estigma y la exclusión no comenzó ni terminó con el nazismo. En la edición actual del diccionario de la Real Academia Española (REA) una de las definiciones de gitano es “aquel que con astucias, falsedades y mentiras procura engañar a alguien en un asunto”.
Porrajmos en la lengua gitana, la romaní, significa “devoración”. Representa literalmente la destrucción colectiva que padeció este pueblo. En 1971, el Primer Congreso Mundial Gitano (Londres) creó la bandera y aprobó el Himno titulado “Gelem, Gelem” (anduve, anduve), inspirado en aquellos gitanos que fueron recluidos en los campos de concentración. “¡Ay roma, ay muchachos!; también yo tenía una gran familia; fue asesinada por la Legión Negra; hombres y mujeres fueron descuartizados; entre ellos también niños pequeños; ¡Ay roma, ay muchachos!”
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