ARGENTINA: hijas e hijos de lxs exiliadxsd e la dictdaura
Diálogo con hijos e hijas de los exiliados durante la dictadura, Pag 12, 25 de marzo
El colectivo Hijas e Hijos del Exilio marchó ayer con el objetivo de promover “la visibilización del exilio como experiencia violatoria de los derechos humanos”.
“El exilio era parte del plan de exterminio”
El colectivo Hijas e Hijos del Exilio marchó ayer con el objetivo de promover “la visibilización del exilio como experiencia violatoria de los derechos humanos”.
“Tenemos una verdad para aportar a la construcción de la memoria”, planteó el colectivo.
Imagen: Dafne Gentinetta
Imagen: Dafne Gentinetta
Muchos
nacieron en Argentina y debieron partir a otros países con sus padres,
con la premura de quien no tiene demasiadas opciones: Suecia, Holanda,
Francia, México, Ecuador, Venezuela... Otros nacieron allí, en los
territorios de destino obligados. Todos crecieron con el relato
nostálgico de una Argentina que sangraba y que dolía, que se extrañaba y
que se dejaba por un tiempo –años–. Son Hijas e Hijos del Exilio, como
se autobautizaron hace doce años, cuando nacieron como una agrupación
que tuvo mucho de catarsis y reconstrucción personal a partir del
encuentro colectivo, pero más aún de consensos sobre la pieza del
rompecabezas de la memoria que tienen en sus manos. “Nuestra experiencia
también tiene que ver con memoria, con verdad y con justicia. A no-
sotros nos pasó esto durante la dictadura y venimos a ofrecer nuestra
parte de la historia, una verdad que estaría bueno que tampoco vuelva a
repetirse”, explicó Celia Zavala, una de las integrantes del colectivo
que ayer marchó aunado con su bandera, como lo hicieron tantos años
atrás para “seguir reafirmando el nunca más” completó: “Nunca más a la
dictadura, nunca más a los desaparecidos, nunca más a los exiliados
políticos. Porque el exilio también es una violación a los derechos
humanos”.
Esa es, hoy, la principal proclama de la agrupación. Una que apunta no tanto al Estado cuanto a la sociedad en general. “La visibilización del exilio como experiencia violatoria de los derechos humanos vinculada con la última dictadura era y es muy necesaria para la reparación de nuestra historia”, apuntó Violeta Buckart Noé, otra hija del exilio e integrante originaria de la agrupación. En ese sentido, la participación en las marchas en conmemoración del Día de la Memoria como agrupación les resultó un impulso, una especie de “salida del closet”, definió Anahí Molina.
La realidad es que la manifestación de los 24 de marzo hacia la Plaza de Mayo había sido para todos una actividad obligada “casi desde siempre”. “Sueltos”, con amigos, madres y padres, aferrados a las fotos de la extensa bandera de las Madres y las Abuelas, detrás de la pancarta de Hijos. “Cuando tuvimos nuestra bandera y nos encolumnamos detrás de ella fue asombroso como de repente se nos empezaban a acercar hombres y mujeres identificados con la experiencia que engloba el nombre del grupo. Fue el comienzo de un reconocimiento necesario”, recordó Hugo Cabañas.
La entrevista colectiva a la que accedieron parte de las Hijas e Hijos del exilio con este diario muestra un crisol de experiencias que van y vienen de historias personales a sentires compartidos. Hugo nació en Suecia, primer destino de sus padres, que salieron de Argentina haciendo uso de la “opción”, una vía legal que la dictadura les daba a los presos políticos reconocidos por el Poder Ejecutivo Nacional. Antes de regresar al país, la familia se estableció en México. El padre de Anahí también hizo uso de la “opción”. A él recién le quitaron los grilletes cuando estaba arriba de un avión de Air France. Llegó a Francia sin saber en dónde ni cómo encontraría a su esposa. Juntos volarían a Suecia, donde se establecieron “en medio de la nada y el pleno invierno”. Allí nació ella. Violeta es de México. Nació un mes después de que sus padres llegaran al DF, adonde viajaron huyendo de Sao Paulo, el primer destino en el que habían pensado tras salir de Argentina con pasaportes falsos. Celia tenía tres años cuando sus padres debieron volar hacia España, adonde terminó viajando ella un año después y de donde volvieron todos cuando ella tenía diez. Hoy es la única de la familia que sigue en Argentina. Victoria Sánchez Naughton tenía seis meses cuando su familia comenzó la “peregrinación nostálgica” por Ecuador, Lima y Panamá. Volvieron cuando tenía trece. Martín Braguinsky nació en Venezuela, donde vivió hasta los cinco años y medio.
“Era el único de la familia que no quería volver”, recordó.
El “regreso a la patria” fue un discurso que los atravesó a todos, sin importar que muchos, como es el caso de Martín, no volvieran a un lugar conocido, sino que viajaban por primera vez a Argentina. “Yo nací en Venezuela, a dónde voy a volver, me preguntaba. Mi casa, mi barrio, mis golosinas, todo era en Venezuela”, contó. “Durante mucho tiempo contamos la historia como la contaban los viejos. Nos costó mucho poder desarrollar nuestra propia versión”, aportó Anahí. En ese sentido, el encuentro en el colectivo, que surgió tras algunas reuniones que sus padres compartían en el marco de la Comisión de ex Exiliados Políticos de la República Argentina, fue fundamental para “empezar a tejer con nuestras historias e inquietudes la parte de la historia del terrorismo de Estado que vivimos los hijos del exilio”, sostuvo Celia.
En ese sentido, Victoria destacó que el exilio “es una categoría poco visibilizada” de violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura, “pero no por eso deja de serlo: nosotros sufrimos la dictadura desde afuera y con nuestros padres aportamos en la batalla contra la dictadura desde donde pudimos. Eso tampoco se reconoce”, sumó.
Entonces, la lista histórica de reivindicaciones sobre las que trabaja el colectivo que fortalecen y sostienen desde hace más de una década tiene que ver con derechos puntuales –durante los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, la Coepra logró que el entonces presidente firmara un decreto en el que se reconocía la nacionalidad argentina a los hijos e hijas de exiliados políticos nacidos en otras tierras debido a la cantidad de niños y niñas “apátridas” producto del choque de leyes entre diferentes países–, como la recomposición económica de parte del Estado, que tiempo atrás fue objeto de un proyecto de ley que quedó trunco. “Durante años y años el exilio estaba planteado como una cuestión ‘naif’, una elección de parte de quien se iba. Ahora se sabe que el exilio era parte del plan sistemático de tortura y exterminio y justamente es lo que nosotros denunciamos: que el exilio es una violación a los derechos humanos y que todos los niños que lo padecieron durante la dictadura, que hoy somos nosotros, hombres y mujeres, han sido violentados dentro de sus derechos humanos. Y que por eso merecen una recomposición”, apuntó Hugo.
Pero el mensaje que la existencia y la persistencia del colectivo ofrece apunta no solo al Estado, sino a la sociedad toda. “Vivimos el golpe de Estado, la dictadura, el terrorismo desde donde crecimos. Todos tenemos familiares desaparecidos, nuestros propios viejos pasaron por cárceles o centros clandestinos, torturados. Los vimos sufrir allí, afuera, y luego aquí, cuando volvimos, sin posibilidad concreta de estudiar ni trabajar. Supimos entonces, desde muy chicos, lo que pasaba en Argentina y tenemos una verdad para aportar a la construcción de la memoria”, postuló Violeta. Celia concluyó: “Estaría bueno que se sepa, que se aprenda, porque lo que pasamos nosotros, también, nunca más debería volver a pasar”.
Esa es, hoy, la principal proclama de la agrupación. Una que apunta no tanto al Estado cuanto a la sociedad en general. “La visibilización del exilio como experiencia violatoria de los derechos humanos vinculada con la última dictadura era y es muy necesaria para la reparación de nuestra historia”, apuntó Violeta Buckart Noé, otra hija del exilio e integrante originaria de la agrupación. En ese sentido, la participación en las marchas en conmemoración del Día de la Memoria como agrupación les resultó un impulso, una especie de “salida del closet”, definió Anahí Molina.
La realidad es que la manifestación de los 24 de marzo hacia la Plaza de Mayo había sido para todos una actividad obligada “casi desde siempre”. “Sueltos”, con amigos, madres y padres, aferrados a las fotos de la extensa bandera de las Madres y las Abuelas, detrás de la pancarta de Hijos. “Cuando tuvimos nuestra bandera y nos encolumnamos detrás de ella fue asombroso como de repente se nos empezaban a acercar hombres y mujeres identificados con la experiencia que engloba el nombre del grupo. Fue el comienzo de un reconocimiento necesario”, recordó Hugo Cabañas.
La entrevista colectiva a la que accedieron parte de las Hijas e Hijos del exilio con este diario muestra un crisol de experiencias que van y vienen de historias personales a sentires compartidos. Hugo nació en Suecia, primer destino de sus padres, que salieron de Argentina haciendo uso de la “opción”, una vía legal que la dictadura les daba a los presos políticos reconocidos por el Poder Ejecutivo Nacional. Antes de regresar al país, la familia se estableció en México. El padre de Anahí también hizo uso de la “opción”. A él recién le quitaron los grilletes cuando estaba arriba de un avión de Air France. Llegó a Francia sin saber en dónde ni cómo encontraría a su esposa. Juntos volarían a Suecia, donde se establecieron “en medio de la nada y el pleno invierno”. Allí nació ella. Violeta es de México. Nació un mes después de que sus padres llegaran al DF, adonde viajaron huyendo de Sao Paulo, el primer destino en el que habían pensado tras salir de Argentina con pasaportes falsos. Celia tenía tres años cuando sus padres debieron volar hacia España, adonde terminó viajando ella un año después y de donde volvieron todos cuando ella tenía diez. Hoy es la única de la familia que sigue en Argentina. Victoria Sánchez Naughton tenía seis meses cuando su familia comenzó la “peregrinación nostálgica” por Ecuador, Lima y Panamá. Volvieron cuando tenía trece. Martín Braguinsky nació en Venezuela, donde vivió hasta los cinco años y medio.
“Era el único de la familia que no quería volver”, recordó.
El “regreso a la patria” fue un discurso que los atravesó a todos, sin importar que muchos, como es el caso de Martín, no volvieran a un lugar conocido, sino que viajaban por primera vez a Argentina. “Yo nací en Venezuela, a dónde voy a volver, me preguntaba. Mi casa, mi barrio, mis golosinas, todo era en Venezuela”, contó. “Durante mucho tiempo contamos la historia como la contaban los viejos. Nos costó mucho poder desarrollar nuestra propia versión”, aportó Anahí. En ese sentido, el encuentro en el colectivo, que surgió tras algunas reuniones que sus padres compartían en el marco de la Comisión de ex Exiliados Políticos de la República Argentina, fue fundamental para “empezar a tejer con nuestras historias e inquietudes la parte de la historia del terrorismo de Estado que vivimos los hijos del exilio”, sostuvo Celia.
En ese sentido, Victoria destacó que el exilio “es una categoría poco visibilizada” de violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura, “pero no por eso deja de serlo: nosotros sufrimos la dictadura desde afuera y con nuestros padres aportamos en la batalla contra la dictadura desde donde pudimos. Eso tampoco se reconoce”, sumó.
Entonces, la lista histórica de reivindicaciones sobre las que trabaja el colectivo que fortalecen y sostienen desde hace más de una década tiene que ver con derechos puntuales –durante los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner, la Coepra logró que el entonces presidente firmara un decreto en el que se reconocía la nacionalidad argentina a los hijos e hijas de exiliados políticos nacidos en otras tierras debido a la cantidad de niños y niñas “apátridas” producto del choque de leyes entre diferentes países–, como la recomposición económica de parte del Estado, que tiempo atrás fue objeto de un proyecto de ley que quedó trunco. “Durante años y años el exilio estaba planteado como una cuestión ‘naif’, una elección de parte de quien se iba. Ahora se sabe que el exilio era parte del plan sistemático de tortura y exterminio y justamente es lo que nosotros denunciamos: que el exilio es una violación a los derechos humanos y que todos los niños que lo padecieron durante la dictadura, que hoy somos nosotros, hombres y mujeres, han sido violentados dentro de sus derechos humanos. Y que por eso merecen una recomposición”, apuntó Hugo.
Pero el mensaje que la existencia y la persistencia del colectivo ofrece apunta no solo al Estado, sino a la sociedad toda. “Vivimos el golpe de Estado, la dictadura, el terrorismo desde donde crecimos. Todos tenemos familiares desaparecidos, nuestros propios viejos pasaron por cárceles o centros clandestinos, torturados. Los vimos sufrir allí, afuera, y luego aquí, cuando volvimos, sin posibilidad concreta de estudiar ni trabajar. Supimos entonces, desde muy chicos, lo que pasaba en Argentina y tenemos una verdad para aportar a la construcción de la memoria”, postuló Violeta. Celia concluyó: “Estaría bueno que se sepa, que se aprenda, porque lo que pasamos nosotros, también, nunca más debería volver a pasar”.
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