Querella de las Mujeres fue un movimiento intelectual colectivo de mujeres.

La Querella de las Mujeres: el despertar de la fuerza… feminista

Podemos considerar que este movimiento, capitaneado por mujeres, fue «proto-feminista» (1). ¿Por qué? Pues porque, por primera vez, las mujeres reivindicaron que ya estaba bien de que los hombres las discriminasen. La Querella de las Mujeres se caracterizó por criticar y poner en entredicho la supuesta inferioridad natural de las mujeres – frente a la supuesta superioridad de los hombres – (2), haciendo una profunda crítica social y sentando las bases de las futuras reivindicaciones feministas (3).

¿Qué es la Querella de las Mujeres?

Pero, ¿qué leches es esto de la Querella de las Mujeres? Os preguntaréis. Pues fue un movimiento/fenómeno sociocultural llevado a cabo por mujeres europeas – algunos hombres también las apoyaron –. ¿Cuánto duró? Pues desde finales de la Edad Media hasta la Revolución Francesa, que se dice pronto (4). Así, tuvo mucha relevancia social e ideológica y, por ello, molestó mucho a los señores. Es más, tanto les hincharon los cataplines estas mujeres, que radicalizaron su misógina visión de la naturaleza femenina y nos convirtieron en auténticos monstruos (5). Idas de olla machirulescas aparte, se suele considerar que el punto de partida de la Querella de las Mujeres fue la publicación, en 1405, de La Ciudad de las Damas, de Christine de Pizan. Aunque, como os conté, hubo precedenteslas Trobairitz (6).

Ciudad de las Damas Christine de Pizán Querella de las Mujeres




Pero, ¿contra qué se querellaban estas mujeres? Pues contra la discriminación que sufrían por su sexo en todos los ámbitos públicos. Especialmente, lucharon por tumbar la idea de que éramos incapaces por naturaleza de adquirir conocimientos científicos y saberes teológicos¿Que no podemos acceder a la educación ni participar en el ámbito eclesiástico? ¡Ja! Y, ¿cómo que no somos capaces de aprender ni de crear conocimiento? ¡Lo demostraremos! (7). Básicamente, cuestionaron la supuesta «inferioridad natural» e imperfección de las mujeres, «eslogan» típico de la época, y batallaron para redefinir las relaciones entre mujeres y hombres (8).

Es decir, que, por primera vez en la historia, las mujeres se enfrentaron a las construcciones socioculturales de género y cuestionaron esa «feminidad» que les imponían por su sexo: por el hecho de ser mujeres (9). Vaya, parece que la crítica de género no es nueva, ¿eh?

    Cómo es eso de que somos inferiores?Pero, ¿de dónde narices se sacaban que las mujeres somos inferiores a los hombres por naturaleza? Pues resulta que, desde mediados del siglo XIII, se impuso la teoría de la polaridad de los sexos. Su papi fue el señor Aristóteles y venía a aseverar que hombres y mujeres somos diferentes sustancialmente y que, como no, los hombres son superiores a a las mujeres. Sí, era una visión absolutamente misógina sobre las relaciones entre los sexos, que subordinaba y sometía a las mujeres (10). Para darle validez, corrieron ríos de tinta, dando lugar a muchísimos textos literarios e incluso científicos, que reprodujeron hasta la saciedad dicha misoginia. Y es precisamente para refutar estos textos para lo que se inició la Querella de las Mujeres (11).


Transgrediendo y molestando

Las dos partes enfrentadas con la Querella de las Mujeres

El caso es que, durante más de 300 años, la guerra entre sexos estaba declarada y el debate acerca de la naturaleza de la mujer y de su lugar en la sociedad quedaba abierto. Por un lado, las mujeres lucharon cuestionando la jerarquía sexual y el orden establecido. Y trataron de engrandecerse, para colocarse en una posición de igualdad con respecto a los hombres. Por otro, los hombres contraatacaron académicamente, defendiendo que la superioridad masculina era lo natural. ¡Y no había más que hablar! (15). Subrayemos que el mundo académico era un mundo de hombres, donde la mujer no tenía espacio ni lugar.

Beguinas o beatas y místicas

Entonces, ¿cómo lucharon ellas? Pues algunas mandaron a freír espárragos el matrimonio y la vida religiosa monástica – los únicos caminos permitidos para las mujeres en aquél entonces –. Así, las beguinas o beatas y místicas se pasaron por el arco del triunfo las normas patriarcales. Vivían juntas, formando pequeños grupos, y se dedicaban a la enseñanza, a la enfermería o a la industria y artesanía textil (tejían y cosían). También sobrevivían pidiendo limosna y asistiendo a moribundos – las famosas «acabadoras» –. Trabajaban para vivir, con el fin de tener tiempo para dedicarse a su espiritualidad, y viajaban mucho, para comunicarse y mantener contacto con otras beguinas. En definitiva, fueron mujeres que inventaron una forma de vida para mujeres (16).

Hasta hubo osadas que fundaron órdenes religiosas exclusivamente femeninas y centradas en el culto mariano. Con ello, mandaban la visión falocéntrica tradicional de la religión al carajo (17). Además, ayudaban a las mujeres que escapaban de los matrimonios concertados y a las que buscaban refugio, tras huir de la violencia que ejercían sobre ellas sus maridos (18).

beguinas misticas beatas europa medieval querella de las mujeres

B

eguinaje: una original forma de escapar del patriarcado 

También, gracias a su forma de vida, lograron acceder a conocimientos prácticamente inaccesibles para las mujeres y pudieron expresar su pensamiento, libres del yugo masculino (19). – En esto, las escritoras místicas italianas tuvieron mucho que ver – (20). Además, utilizaron su propia lengua materna para expresar sus experiencias de lo divino: su teología – al no usar el latín, era una forma de darle en las narices a la Iglesia –. De esta manera, sintonizaron lo femenino, la trascendencia y la lengua materna, lo que supuso una revolución política, pues plantaron cara al patriarcado católico (21). Vivían en comunidad, pero sin clausura, ni votos – castidad y pobreza incluidos, por lo que mantenían su derecho a la propiedad privada – ni jerarquía eclesiástica que valiese. Así, vivían libres y guiadas únicamente por sus propias normas (22).

Sus orígenes sociales iban desde los estamentos más altos (nobles), hasta los más bajos (campesinas). Aunque, sobre todo, pertenecían a la clase media y popular de las ciudades (23). Algunas llevaron sus deseos de soledad y espiritualidad al extremo, como las famosas «muradas» (24). A finales de la Edad Media, estas beguinas y beatas fueron perseguidas por la Iglesia católica y la Inquisición. Aunque no lograron exterminarlas: su forma de vida sigue existiendo actualmente (25).

Las intelectuales

Otras mujeres, como las humanistas – que veremos a continuación –, Teresa de CartagenaIsabel de Villena y Christine de Pizan – en este caso, hablamos de mujeres de alta alcurnia –,  se dedicaron a escribir, cuestionando la supuesta inferioridad de la mujer (26). Posteriormente, en los siglos XVI y XVII, recogieron el testigo y continuaron escribiendo en defensa de la mujer y su valía intelectual mujeres como Marie de Gournay (27). Esta señora puso en relieve que si las mujeres no brillaban en el mundo cultureta, básicamente, era por la instrucción tan deficiente que se les proporcionaba, de forma deliberada, desde el sistema patriarcal imperante (28).

 recaudo todo el tinglado que tenían montado, para mantener su posición dominante y seguir sometiendo a las mujeres. Es de cajón que tenían que silenciar a estas señoras (30Así, expresándose de diferentes modos, las mujeres se enfrentaron al patriarcado. Y, ante el miedo de que se empoderasen y dinamitasen el sistema, los hombres reaccionaron adoctrinando, desde su posición academicista y de poder (29). No os extrañéis, estos machotes necesitaban proteger a buen).

¡Pongamos en su sitio a estas féminas tan rebeldes!

Así, los machotes se encontraron, por un lado, movimientos místicos femeninos que salían hasta debajo de las piedras. Y, por otro, se toparon con que la Querella de las Mujeres criticaba la diferencia sexual sobre la que ellos habían construido su sistema patriarcal (31). ¿Qué hacer para frenar (32) a tanta mujer desatada? Pues desautorizarlas y deslegitimarlas (33). ¿Cómo? Pues de dos modos. Por un lado, deslegitimaron el cuerpo femenino, demonizándolo: las mujeres representaban la animalidad del ser humano, encarnada en un cuerpo seductor, deseable y voraz. ¡El cuerpo femenino te empujaba a pecar! (34). Vamos, que nos convirtieron en «bellas atroces», seductoras y peligrosas a partes iguales (35).

Por otro lado, desautorizaron los saberes femeninos, acusando de brujería a diestro y siniestro a toda comadrona, partera y sanadora que se encontraban (36). Así, demonizando el cuerpo y el saber empírico femenino, consiguieron deslegitimar a las mujeres en el imaginario colectivo. Y con este control social que ejercieron sobre ellas a lo bestia, consiguieron limitar su campo de actuación a la esfera de lo privado. ¡Metiditas en casa y con el pico cerrado, como debía ser! Vamos, que invisibilizaron la proyección pública que estaban teniendo estas mujeres (37). En definitiva, toda mujer que no fuese obediente y sumisa y que se atreviese a trasgredir las normas patriarcales, ¡era un monstruo! (38). Vieron el peligro de que fuésemos capaces de alterar el orden social, y señalaron nuestros cuerpos y nuestros conocimientos como monstruosos (39).

La evolución de la Querella de las Mujeres

Durante el siglo XV, el término «Querella de las Mujeres» se empleaba como sinónimo de queja o acusación. Sin embargo, en el siglo XVI, adquirió una nueva connotación: era sinónimo de disputa entre los sexos. Y en esas disputas, las mujeres denunciaban, literal o metafóricamente, los ataques contra su honor que recibían por parte de los hombres (40). Hay que tener en cuenta que, por ser mujeres, tenían que acatar los roles de hijas, esposas o viudas – o, en todo caso, monjas – que les imponían las normas sociales, en los que siempre estaban subordinadas a los hombres y donde no tenía cabida para ellas el estudio (41). Ya en el siglo XVII, gracias a los salones y al preciosismo, la Querella de las Mujeres pasó a ser un tema de opinión pública (42).

En general, las querelladas fueron mujeres que rompieron las normas y se alejaron del matrimonio para poder vivir una vida autónoma, y que, además, pusieron sobre la mesa lo importante que era hacer piña y rodearse de otras mujeres (43). Así lo reflejó ya Christine de Pizan en su Ciudad de las Damas, de quien os hablaré en mi próximo artículo.

Este debate literario sobre la naturaleza de la mujer continuó hasta los inicios de la Era Contemporánea, (para entendernos, suele situarse en la Revolución Francesa) (44), cuando la lucha de las mujeres empezó a adquirir otros tintes, de las mano de Mary Wollstonecraft en Inglaterra y de Olympe de Gouges en Francia. A ellas, como ya os he contado, sí las podemos considerar las pioneras del movimiento feminista. Por lo tanto, las mujeres se estuvieron querellando tres siglos, ¡ahí es nada! (45).

La importancia del Humanismo para la Querella de las Mujeres

Así como Mary y Olympe utilizaron las ideas ilustradas para presentar sus reivindicaciones de los derechos de las mujeres, las mujeres que participaron en la Querella hicieron lo mismo con el Humanismo. Y es que, desde principios del siglo XIV, además de consolidarse la teoría de la polaridad de los sexos, se empezó a difundir por toda Europa un movimiento cultural y político, de corte laico, conocido como Humanismo. Y con el Humanismo pasó igual que con el Renacimiento que le siguió y acompañó: que el progreso y lo bueno fue para los peneportantes, pero no para las mujeres (46).

En principio, la moto que vendieron con el humanismo pintaba bien: «los hombres y las mujeres somos iguales». ¡Oh vaya, la igualdad ha llegado!… Pues no. Porque esta idea de igualdad entre los sexos era bastante fake – en detrimento para las mujeres, como no –. ¿Por qué? Pues porque, ahora, «lo masculino» pasó a ser la medida tanto para hombres como para mujeres, por lo que, una vez más, las mujeres quedaban en desventaja (47), ya que los roles y estereotipos de género seguían ahí, dando el callo. Además, esa «igualdad» solo se refería al acceso al conocimiento – de legalidad y de derechos, ni hablar –, y ahora veremos en qué condiciones se daba. Así que de igualdad, nada (48).

La educación de las mujeres

El caso es que la llegada del Humanismo sí trajo consigo algo bueno: muchas mujeres de alta alcurnia – no esperaríais que las mujeres de los estamentos más bajos oliesen ni siquiera este movimiento intelectual – tuvieron acceso a la educación. Eso sí, su instrucción estaba dirigida por los hombres (sus padres) y debían seguir recluidas en la esfera privadaMuy formada mi niña, pero metidita en casa. Es más, no recibían formación en retórica, puesto que era el arte de hablar en público y, claro, no les hacía falta puesto que el espacio publico estaba vetadísimo para ellas (49).

Pero estas mujeres supieron sacarle partido a esta educación «con límites» que les ofrecieron…

Las Humanistas: mujeres con voz propia

Como os imaginaréis, aunque instruidas, estas mujeres lo tenían muy complicado para acceder al espacio intelectual, que era muy masculino mucho masculino. Porque la palabra de la mujer estaba desautorizada y, como ya os conté, se consideraba que la mujer no podía crear conocimiento. Por lo que su formación y su culturización siempre eran pasivas (50). Y, claro, se les hincharon los morros y dijeron: ¡hasta aquí! De ahí que, muchas, se dedicasen a escribir para darle valor a su palabra, siendo absolutamente conscientes de su situación de subordinación con respecto al hombre y de que, precisamente, los hombres las sometían silencíandolas: deslegitimando su palabra. Así, en el momento en que las mujeres tomaron las riendas de la Querella y se convirtieron en parte activa del debatesu palabra comenzó a tener poder político (51).

Estas mujeres, a través de sus escritos, se autolegitimaron para expresar su pensamiento (52). Por lo que la transgresión y la relevancia histórica de estas mujeres es innegable. A esta escritoras humanistas se les conoce como puellae doctae. Solían escribir en latín y hacían alarde de sus amplios conocimientos y erudición. Así, apropiándose de los códigos y de los recursos literarios humanistas, protagonizaron una especie de contracultura, respecto al Humanismo tradicional (53). Aspiraron a que socialmente se les reconociese como escritoras, al mismo nivel que a los hombres. Además de embestir contra la misoginia imperante, rebelarse contra las normas familiares y afirmar la autoridad y la libertad de las mujeres (54).





No somos floreros ni objetos bellos

Hay otro punto en el que estas mujeres fueron absolutamente revolucionarias y visionarias, pues criticaron y se revelaron contra la ornamentación y el emperifollamiento al que estaban sometidas por ser mujeres. Maquillajes y vestidos que las convertían en objetos bellos, adornos a través de los cuales también las controlaban los hombres. Así, cansadas de ser monos de feria, reivindicaron que era mejor ser sujetos intelectuales, que los objetos bellos de los señores. Defendieron la castidad y el austerismo en cuanto a la apariencia física, a modo de protesta (55), y se revelaron contra el «adorno femenino», pues lo consideraban una forma de esclavitud – refiriéndose a la vida a la que estaba sometida la mujer casada de la época – (56).

Su mensaje fue algo así como: mujeres, no perdáis más el tiempo con el acicale y con tratar de resultar seductoras para los hombres, que es una frivolidad muy insulsa que nos está esclavizando; mejor invertid vuestro tiempo en formaros y en instruiros, que el saber nunca ocupa lugar y es mejor que nos recuerden por nuestra sabiduría y que empecemos a ser sujetos relevantes para la Historia (57). Poesía pura, oh sí.

Laura Cereta Maldición contra la ornamentación de las mujeres Luisa Sigea de Velasco Diálogo de dos jóvenes sobre la vida áulica y la vida solitaria contra el adorno femenino

En definitiva, estas mujeres se centraron en su labor intelectual y pasaron como de la mierda de las imposiciones que les marcaba la «feminidad», porque se dieron cuenta de que cultivando el intelecto es como hallarían la libertad y conseguirían emanciparse de los hombres (58).

La experiencia personal convertida en texto en la Querella de las Mujeres

Hubo otras escritoras que no buscaban alardear de sabiduría – lo que no quiere decir que no fuesen terriblemente cultas –, sino plasmar su experiencia personal en el texto. Por lo que su originalidad es más que destacable. Y, al igual que lo hacían las beguinas, ellas escribieron en su lengua materna, no en latín – como sí lo hacían las humanistas o puellae doctae – (59). Esta tendencia de querellarse la inauguró Christine de Pizan, y la siguieron otras grandes escritoras, como Teresa de Cartagena (60). Me extenderé más en esta cuestión cuando os cuente la historia de Christine, pero, a grandes rasgos, digamos que a través de su propia experiencia, desde su «yo», estas autoras denunciaron las injusticias a las que estaban sometidas por el hecho de ser mujeres. Sobre Teresa de Cartagena, también os hablaremos en un próximo artículo.

Teresa de Cartagena
Teresa de Cartagena. En su obra defiende las cualidades intelectuales de las mujeres. Fuente.

Christine de Pizan, por otro lado, discrepó con las humanistas en cuanto al tema del «adorno femenino». Su postura fue que no había que señalar a las mujeres que gustasen embellecerse, y que tampoco había que pensar que lo hacían para agradar a los hombres. La autora defendía que tanto a hombres como a mujeres les podía gustar la belleza y que ello no estaba reñido con otras cualidades (61). Se esté de acuerdo con una postura o con la otra, lo que es indudable es que el tema del «adorno femenino» es bastante conflictivo en una sociedad patriarcal, por la connotación tan machista que conlleva, ya que se le otorga la función de seducción. Somos esclavas de la belleza porque a través de ella somos un bocado suculento para los machotes. Y es eso mismo lo que nos convierte en cautivas (o esclavas) (62).

«Estos son tus primeros pasos»…(63)

La grandeza de la Querella de las Mujeres está en que fue un movimiento intelectual colectivo de mujeres. Por primera vez, las mujeres tomaron conciencia de la situación de opresión que vivían por el hecho de ser mujeres, y pasaron a ser parte activa del debate político acerca de su propia naturaleza. Así, pluma en mano, rebatieron los argumentos misóginos y defendieron nuestras capacidades intelectuales, dando buen ejemplo de ellas (64). Los machotes trataron de silenciarlas, de ningunearlas, de borrarlas, de demonizarlas. Sin embargo, sus ataques misóginos, aunque en su momento dolieron, fueron en vano, porque las huellas de estas mujeres han quedado marcadas para siempre en las páginas de la Historia. Y, por si acaso se empeñan en hacerles sombra de nuevo, para eso estamos nosotras: para rescatarlas y darles voz.

Porque la Querella de las Mujeres es parte de nuestra Historia, amigas. Quizás el primer paso de todo cuanto se avecinó después…



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Referencias y bibliografía


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