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Las mujeres en Auschwitz


United States Holocaust Memorial Museum
United States Holocaust Memorial Museum


Las mujeres en Auschwitz eran explotadas como "ratas de laboratorio"

Se cumplen 75 años de la liberación del campo de exterminio nazi más famoso de la historia y la crueldad de los testimonios de las supervivientes todavía debería leerse
"¿Qué mujeres de entre veinte y treinta años han tenido hijos vivos?”, dijo el general.
Lo recuerda, Charlotte Delbo, una superviviente del campo de exterminio de Auschwitz en el libro Ninguno de nosotros volverá, en una entrevista con el diario El Español. La pesadilla de haber sobrevivido “todavía la persigue”, porque recordar todo lo que vivió no le permite dejar de sufrir. En las páginas de su relato explica el infierno por el que tuvieron que pasar miles de mujeres, a las que define como “cobayas del barracón de los experimentos”, unas palabras que usaron literalmente los nazis.
El día en que el general preguntó por mujeres jóvenes, había que "renovar las cobayas y las griegas acaban de llegar. Nosotras llevamos aquí demasiado tiempo. Varias semanas. Demasiado flacas o demasiado débiles para que nos abran el vientre”, recuerda. Este es solo uno de los muchos episodios que Charlotte recuerda en su libro. Ella, francesa, había sido detenida como miembro de la Resistencia. Los dividieron entre hombres y mujeres con niños.
Solo entrando “ya olía a carne quemada”, recuerda. Iban desnudos delante de sus hijos, esperando la muerte, sin darse cuenta “que esa no era la peor opción”.
Sobre la crueldad de Auschwitz se han escrito artículos, libros, ensayos, biografías. De todo. No es para menos. Bajo el eslogan “el trabajo os hará libres”, en este campo de exterminio fueron aniquiladas 1,1 millones de personas (1 millón de judíos y algunos intelectuales comunistas y personas LGTBI). En total, murieron el 90% de los presos que pasaron por ahí.
Fue una trampa mortal, una fábrica de ejecutar. Las condiciones eran tan crueles que, según muchos supervivientes, llegaba a un punto de desesperación que era mejor la ejecución que seguir viviendo un día más. Pero, como suele suceder en contextos de guerra, crueldad y aniquilación de los derechos humanos, le sumaba ser mujer a la ecuación de la minoría, sufrías todavía más.
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No fue solo su impresión. El libro recopila cientos de historias más y todas coinciden en lo mismo: “el olor constante de la carne que arde, el perro que devora el cuello de una mujer, las cabezas rapadas, apretadas unas contra otras, los gritos que no oímos, el bloque 25 que hacía de purgatorio antes del infierno final, la nieve, el fango, la sed que vende a la razón y la humillación de sentirse una cobaya entre experimentos médicos”.
“Cómo expresar el sufrimiento de las mujeres en sus gestos. La humillación en sus ojos. Ni la pierna ortopédica de Alice, que sigue viva mientras muere; ni la mujer que agoniza entre gritos de silencio de la vigilante, ni el hedor a diarrea y a carroña... Estábamos muertas para nosotras mismas, mil veces muertas cada una”, continúa su testimonio.
Obviamente, los hombres también pasaban por la enfermería y eran sujeto de experimentos, pero no lo pagaron con tanta brutalidad como los cuerpos femeninos. “A las mujeres las esterilizan con cirugía. ¿Y qué más da? Si ninguno de nosotros volverá”, recuerda en su texto, el cual escribió justo después de ser rescatada y mientras seguía desgarrada por el trauma, lamentando todo el rato que su cerebro no haya olvidado todo lo que ha visto y vivido.

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