ATGENTINA: Taty, la del pañuelo como faro
La celebración de los 92 años, el llamado de Cristina Kirchner, Víctor Heredia y el baile de Los Palmeras.
Taty Almeida, la del pañuelo como faro, la de la memoria invencible, sonríe cada vez que pronuncia la palabra vida. La dice una vez y otra vez y otra vez en el ratito en el que agarra el micrófono para agradecerle justamente a la vida la posibilidad de estar brindando por sus 92 años. Una paradoja de la existencia su caso porque arroja el dolor más doloroso que puede caber en el cuerpo de una madre: la desaparición de un hijo. Millones estarían todavía enfrentados con la vida por haberles arrancado un pedazo de corazón, de pulmón, de pierna o de alma. Pero ella, parida dos veces, el 28 de junio de 1930 por Alicia, su mamá, y en algún instante de la segunda mitad de los setenta por Alejandro, su segundo hijo, elige el camino inverso: agradecerle a la vida la oportunidad de estar aún pelando por el mundo con el que soñó ese pibe al que el genocidio secuestró a la vuelta de su casa el 17 de junio de 1975.
Taty Almeida, la del vozarrón inconfundible para exigir juicio y castigo, la de las mil marchas para derrotar a la impunidad, pronuncia la palabra vestido después de haber pronunciado la palabra vida. No hay casualidad sino, como ella misma afirma, causalidad. Una coquetería heredada por vía materna que, además, arrastra una tradición que explicita delante de las decenas de personas que la miran embelesadas en una noche que le regala al aire una épica de lo inolvidable: así se vistió para recibir los 70, los 80 y los 89. El vestido, su vestido, ese vestido, es otra señal más de la continuidad de la vida, es decir, de la decisión de Taty de respirar con ganas cada beso de sus bisnietas, cada abrazo de sus nietos, cada lágrima de sus hijos y cada caricia de los compañeros y de las compañeras que hacen fila para sacarse una foto con ella.
Taty Almeida, la que se repuso de una enfermedad brava a mediados de la década pasada, la que resistió lo peor de la pandemia para viajar a España a conocer a su bisnieta más pequeña, se emociona tanto con el llamado de Cristina Kirchner como con la voz de Víctor Heredia entonando “Todavía cantamos”. En el salón de la planta baja de la sede de Foetra, se escucha el verso que remite a los seres queridos en medio de un silencio que aturde y es otra vez la vida la que se levanta para ofrecerle vigencia a ese axioma que emerge de las gargantas peronistas: no nos han vencido. La hija más chiquita de Charly Pisoni, baluarte de HIJOS y socio de Taty en la radio, escucha atenta con una flor violeta en la mano. Tiene algo más de un año y sonríe a upa. En sus mejillas, a las que Taty besa con el cariño de una experta en multiplicar mapas afectivos, reside también el motivo por el cual la protagonista de la noche reivindica la vida.
Taty Almeida, la amiga de los amigos de sus hijos, la amiga de los amigos de los amigos de sus hijos, se anima a bailar al ritmo de Los Palmeras y a sacarse selfies como si fuera una quinceañera. Anuncia un documental y una autobiografía desafiando la lógica implacable de las agujas. Desde una de las mesas del fondo, alguien confiesa: “Ando con un pequeño problema de salud y Taty me llama siempre para preguntarme cómo estoy. Si alguien nos oyera, pensaría que ella tiene 64 y yo, 92”. Y algo de esa idea navega entre los invitados que no saben si aceptar con naturalidad lo excepcional de este ser humano o si maravillarse con las hazañas cotidianas de una persona fuera de lo común.
Taty Almeida, la que les entregó en mano al Papa Francisco y a Maradona el libro de poemas de su Alejandro, la que suplica firmeza para impedir el avance del neoliberalismo, concluye la fiesta que el Covid postergó dos junios consecutivos certificando que la magia de los días consiste en combinar eso que ya se volvió remera y que, más temprano que tarde, acabará en algún tatuaje: “Militancia y joda”. Los aplausos y las risas estallan ante una nueva muestra de cuerda pasión. “Si las Madres pudimos...” es la frase que patentó para que las generaciones que vienen encuentren dónde hallar algún fuego sagrado. La historia está ahí, en ese relato que ya es leyenda, anclado en el placer de haber coincidido con Taty en este suelo. ¡Salud, vida!
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