ARGENTINA: A los 93 años Elda Cerrato acaba de ganar el Premio Velázquez, el más importante de las artes visuales a nivel iberoamericano.
El secreto de los ojos de Elda Cerrato
A los 93 años Elda Cerrato acaba de ganar el Premio Velázquez, el más importante de las artes visuales a nivel iberoamericano. El lado B, la muestra antológica que hasta el 14 de diciembre se puede visitar en el Centro Cultural Paco Urondo (FFyL, UBA), recorre 50 años de su obra. Junto a Las12 repasa las preocupaciones éticas, culturales y políticas que atravesaron su trabajo y sus famosos mapas de una Latinoamérica insurrecta y alucinada.
A cierta altura de la vida -promete Elda Cerrato- ya no hace falta fingir nada, ni forzar la cordialidad. Ni ir detrás del dinero, ni esperar ser blanco de tales o cuales flores. A los 93 años no hay tiempo de perder tiempo y por eso ella solo quiere producir y volver a mirar obras. Tampoco le interesa reprochar: que si los reconocimientos llegaron con demora (“aunque es obvio que sí”). No le importa ya si tal institución le arruinó obras en un desmontaje, si tal otra la ninguneó o si tuvo que vivir a los codazos porque las mujeres titulares en una Cátedra en los inicios de su carrera académica se contaban con los dedos de una mano.
Está para otras cosas, como: volver sobre las preguntas filosóficas, espirituales y políticas que siempre se hizo y para recordar a las amigas que fueron “coherentes en el arte y en la vida”, en especial, a quienes la ayudaron cuando las necesitó, en el exilio, por ejemplo. Compañeras como Marta Traba, Diana Dowek, Elsa Flores Ballesteros, María Juana Heras Velazco.
Los mapas y la multitud
Frente a algunas de sus obras como las informalistas de la “Serie producción de energía” vuelve a experimentar lo que sintió cuando a principios de los 60 acompañó a su hijo a dar sus primeros pasos en el camino a Horco Molle, la reserva natural de Yerba Buena, Tucumán. En otras como la “Serie de la realidad: sueños. El sueño de la casita propia” revive las luchas revolucionarias que la convocaron en los 70. En otras, están los viajes entre Buenos Aires y Tucumán en el Citroen, cuando cayó en la cuenta de que las únicas escuelas que había en la ruta 9 eran las construidas por la Fundación Eva Perón. Al volver a mirar otras, las de los mapas del Tercer Mundo, recuerda cómo se alzaban “con la misma engañosa facilidad las palmeras tropicales, los cañaverales y las chimeneas de las fábricas, las chozas y los monobloques” en Venezuela.
En 1966, Cerrato pierde su puesto de trabajo debido al golpe de Onganía. Es el año de la Noche de los Bastones Largos. En esa etapa, ya cerca de los 70 el mapa de Latinoamérica empieza a aparecer en sus obras como un rompecabezas que la desafía: ampliado, invertido, destartalado. O como fondo de pequeñas escenas rurales y urbanas, resguardadas por círculos. Un poco más adelante, el mismo mapa se vuelve soporte de multitudes humanas (no necesariamente masas en serie). El mapa de Argentina soporta ya a fines de los 80 un Congreso en llamas, una democracia débil, las sombras de los cuerpos torturados, la búsqueda de justicia, la organización para lograrla.
Naciste en 1930, en Asti, Italia. Tus padres socialistas huyeron del fascismo. Acá en Argentina, creciste en un contexto antiperonista. ¿Cuándo empieza tu peronización?
Elda Cerrato: Por un lado podría decir que me “peronicé” por la constatación de los hechos evidentes, ver quién le había dado derechos a los trabajadores. Pero había más elementos. Yo lo que había percibido en Argentina es que la ideología política, por más progresista que fuera, no te volvía menos patriarcal.
En el texto que escribió para el libro La memoria en los bordes, Ana Longoni cuenta cómo el acercamiento de Cerrato al peronismo se inscribe en el contexto de peronización "de las capas medias intelectuales en los primeros años setenta, cuyo breve interregno de fulgor transcurrió durante la llamada primavera camporista. (...) La peronización deja su huella en las imágenes que produce Elda desde entonces: la presencia del hotel Sheraton como prometido hospital de niños, la referencia a 'La hora de los pueblos', las series 'El día maravilloso de los pueblos' y 'El sueño de la casita propia', son indicios inequívocos de una fuerte adhesión política e inscripción epocal", escribe Longoni.
Después viajó a Venezuela, con Luis Zubillaga, su marido, y el pequeño hijo de ambos. Se fueron a Caracas para unirse a los seguidores del 4to Camino, una escuela que estudiaba la filosofía del maestro místico, escritor y compositor de origen ruso Georges Gurdjieff. Pero ahí se decepcionaron de los titubeos políticos de lxs compañerxs de escuela. “Estaban en contra de Patrice Lumumba (líder anticolonial del Congo), por ejemplo”, cuenta Elda. Luego en Caracas trabaron amistad definitiva con el Techo de la Ballena, el movimiento artístico que proponía una vertiente politizada del surrealismo latinoamericano. “El Techo de la Ballena, mis amigos de Caracas, un grupo de artistas de muchas disciplinas. Cambiaron la manera de pensar el arte y la política en Venezuela. Eran muy originales, desprejuiciados, nada dogmáticos”.
En esos años, ya de vuelta en Argentina, el lenguaje visual de Cerrato, que se había simplificado y aplanado sus formas, empieza a dejar paso al surrealismo. Los títulos se vuelven más sugerentes y aparecen menciones al “hombre nuevo” y también imágenes que hacen pensar en estructuras celulares y organismos microscópicos.
En 1977, Elda vuelve a Caracas, esta vez en carácter de exiliada y vuelve a insertarse en la facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela. En paralelo empieza a trabajar en series de dibujos: cartas geográficas, con tramas de rostros humanos, paisajes urbanos y rurales encerrados en círculos. Cada círculo muestra un plano de realidad: distintos fragmentos de realidades conviven en el mismo dibujo.
Elda Cerrato en otro lado
La muestra “El lado B”, en la sala de exposiciones del Centro Cultural Paco Urondo de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, presenta pinturas, dibujos, instalaciones y audiovisuales que abarcan diferentes décadas del siglo XX y XXI. Durante 2022, Cerrato, además de trabajar en la catalogación de su obra y curaduría de esta muestra, ganó el Premio Velázquez de Artes Plásticas 2022, para artistas iberoamericanxs. Elda es la segunda argentina, luego de Marta Minujín, en recibir este reconocimiento.
¿Cómo fue hacer tu propia curaduría, con trabajos de cinco décadas?
E.C.: Quería mostrar obras que no se expusieron en la antología que hizo años atrás el Museo de Arte Moderno. Habían quedado algunas etapas fuera. Para mí era muy importante también exponer en este lugar. Mi carrera académica fue en distintas universidades pero finalmente fue en Filosofía y Letras de la UBA. Estuve tanto en FADU como en la Universidad Central de Venezuela. Pero Filo es crucial en mi historia. Pensé un recorrido no necesariamente cronológico. Yo no pienso el tiempo de manera lineal… ya vamos a hablar de eso. Pero sí un recorrido con un sentido. Dividí el espacio con telones que separan conjuntos de obras, crean atmósferas y marcan dónde empezar a mirar. Entrás a la muestra empezando por unas obras recientes. Unas gigantografías de árboles con mucho color, algo muy distinto de lo que viene atrás… que es mucho más político. La idea es que el bosque te “tapa” lo que hay atrás…
Lo que “hay atrás” es una colección de afiches hechos entre los 80 y principios de los 2000. “Fue como una eclosión para mí, la fiebre por los afiches. Los diseñaba de cero o tomaba imágenes digitales, ampliaba y montaba”. Verlos todos juntos es una clase de historia reciente: hay una obra para un homenaje al Che Guevara a 40 años de su asesinato; otro homenaje a Kosteki y Santillán; máscaras y serigrafías que fueron parte de una manifestación contra la Guerra de Irak -de la que también participaron León Ferrari, Juan Carlos Romero, Diana Dowek-; un afiche contra el monocultivo de la soja y el desplazamiento de los pueblos indígenas (que fue parte del libro Urgente, impulsado en 2008 por Pino Solanas); otro afiche de 2009 para una muestra homenaje por los 40 años del Cordobazo; otro, que fue parte en 1989 del libro de “No al Indulto, Obediencia Debida y Punto Final”.
¿Sentís que el género te jugó en contra en términos de reconocimiento?
E. C.: Obvio. Mucho de lo que se discute ahora tiene antecedentes en lo que ya hacíamos en los 60, en los 70, en los 80. He sido parte con compañeras de distintas disciplinas, de relevamientos de artistas mujeres en la historia argentina, estadísticas de premios, presencia en exposiciones y salones, cantidad de obras de artistas mujeres en los museos. Desde el Sindicato Único de Artistas Plásticos, por ejemplo, nos preocupaba mucho el tema. Al Sindicato lo formamos en los 70, junto a Juan Carlos Romero, Diana Dowek, R. Roux, R. Aguero, entre otrxs. Funcionó hasta el golpe del 76. Yo estoy muy feliz por los reconocimientos que estoy recibiendo, pero está muy a la vista que llegan tarde. Pensá que en muchos casos son reconocimientos a obras que hice hace varias décadas. A la vez, es lógico. Nos educamos en una cultura machista que atravesaba todos los ámbitos, también el artístico. Y todos los sectores políticos, también el peronismo de izquierda.
¿De qué se trata esa idea del tiempo de la que querías hablar al principio de esta charla?
E.C.: Para mí la resume bien Gloria Anzaldúa, pensadora chicana, cuando dice que el pasado no es solamente el pasado. Y el futuro no es solo el futuro. Las fronteras entre pasado y futuro son porosas. Algo que con mayor o menor conciencia fue atravesando mi obra. Ahora puedo verlo más claro que nunca. Necesitamos pensar que futuro y pasado son cosas separadas, pero porque es lo que necesitamos para entenderlo. Necesitamos construir esos bordes, del mismo modo que en verdad no hay bordes en lo que hacemos.
El lado B, muestra de Elda Cerrato. El miércoles 14 la muestra cierra con un conversatorio en acompañan a la artista: Ana Longoni, Ricardo Manetti, Ramiro Larraín y Claudio Iglesias. A las 19 horas en el Centro Cultural Universitario Paco Urondo, 25 de mayo 201, CABA.
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