CUBA: Dia 7 contra la violencia contra las mujeres.El teletrabajo profundiza las inequidades entre hombres y mujeres
De la redacción
/
Foto: Cortesía
de la entrevistada, SEMIAC/OXFAM
La
pandemia de la Covid-19, obligó a pensar en diversas formas de
organizarse. El trabajo a distancia y el teletrabajo fueron modalidades
utilizadas en muchos países, incluida Cuba, como parte las medidas
tomadas para frenar el avance del virus.
“El teletrabajo acumula ventajas que promocionan su utilidad, que
tienen que ver con más libertad en el uso del tiempo, ahorro de
recursos (para empleados y empleadores) y la posibilidad de tener una
mayor armonía entre la vida personal, familiar y laboral”,
subrayó a SEMlac Maura Febles Domínguez, integrante del
Grupo de Investigación "América Latina: Filosofía
Social y Axiología (GALFISA), del Instituto de Filosofía
de la Universidad de La Habana.
Pero, para ella, “la pregunta que deberíamos hacernos en
estos tiempos, de cara al teletrabajo, es si son posibles esas aspiraciones
en nuestras sociedades patriarcales. Después de más de nueve
meses de confinamiento, parece ser evidente que no”, señaló.
¿Por qué el teletrabajo
tiene repercusiones diferentes para hombres y mujeres?
En sí mismo, no creo que el teletrabajo cargue con diferencias
específicas e impactos diferenciados a hombres y mujeres; sino
que ha venido a sumarse y profundizar un conjunto de inequidades ya existentes
entre ambos géneros.
Previo a este contexto, ya el tiempo, los recursos y la armonía
entre los diferentes espacios de nuestras vidas estaban desigualmente
repartidos. En los hogares en que las mujeres tienen a su cargo la mayoría
de las tareas de cuidados —las materiales (limpiar, cocinar, lavar,
planchar) y las afectivas (atender y jugar con los hijos/as, ocuparse
de las tareas escolares, estar pendientes de las necesidades de otras
personas)—, se hace en extremo difícil lograr ese equilibrio
anhelado con que se nos presenta el teletrabajo.
Esperar que las mujeres cumplan con todas estas tareas, muchas veces al
mismo tiempo, y además felices porque somos las heroínas
de este tiempo, no solo es injusto, sino agotador para nosotras.
Además, es fuente de sentimientos de estrés, depresión
y ansiedad por no poder alcanzar con demandas tan diversas como aprender
recetas nuevas, convertirnos en maestras eficientes de hijos/as, estar
disponibles 24 horas para jefes/as, escribir artículos científicos
y mantener una sexualidad activa y creativa con nuestras parejas.
Por otra parte, ¿tenemos el acceso a medios de telecomunicación
para poder cumplir con el trabajo desde casa? ¿Existen las condiciones
necesarias para trabajar en los hogares? ¿Qué pasa cuando
hay una sola computadora para toda la familia? No pocos testimonios dan
cuenta de que las mujeres durante la pandemia realizan su trabajo “productivo”
en horas de la noche y madrugada, después de realizar el trabajo
no remunerado.
Estas exigencias y superposiciones de tiempos para las mujeres están
determinadas por una distribución de roles y tareas que las siguen
confinando al espacio íntimo, privado, reproductivo. Los hombres
siguen asumiendo con más frecuencia e intensidad las actividades
en el espacio público (gestión de abastecimientos) y los
que también se incorporan al teletrabajo tienen menor alternancia
con las tareas de cuidado que le rodean.
¿Cómo se relaciona
el teletrabajo con las violencias?
La conexión más evidente que tiene el teletrabajo con
las violencias es, en primer lugar, el hecho de que coloca a las mujeres
en el espacio privado “con todas las de la ley”. Más
allá de si ellas tienen condiciones o no para ejercer el teletrabajo,
y de duplicar sus jornadas de tareas, las mujeres están, además,
en peligro.
Las restricciones de movimiento, combinadas con el miedo, la tensión
y el estrés, han puesto a las mujeres y niñas en un mayor
riesgo, al estar confinadas con sus abusadores. Son alarmantes las cifras
de incremento de hechos de violencia cometidos durante la etapa de confinamiento,
a los que se han sumado o intensificado formas más novedosas como
el ciberacoso, dado el uso más frecuente de las redes sociales.
A la par, las restricciones de movimiento destinadas a controlar la Covid-19
han limitado los programas y las vías de ayuda que apoyan a mujeres,
niñas y niños para gestionar esos riesgos y les acompaña
en la búsqueda de soluciones.
Por otro lado, sin una adecuada normativa que garantice los derechos laborales
que exige el momento, las mujeres están más expuestas a
ser víctimas de violencias económicas y/o psicológicas
en este nuevo espacio laboral en casa, que a veces parece que lo admite
todo.
¿Que la mujer desarrolle
adecuadamente el teletrabajo depende solo del entorno familiar?
Para nada. Al espacio de teletrabajo se llevan de algún modo
las condiciones laborales (en un sentido amplio), establecidas previamente
a ese momento. El teletrabajo debe contener también la disponibilidad
de recursos con que cuentan las trabajadoras, el respeto a sus condiciones
familiares y de convivencia, el tiempo necesario para el descanso y el
ocio.
Es fundamental delimitar, en primer lugar, desde el espacio laboral (ahora
reacomodado en casa), horarios y contenidos de trabajo, y no convertir
el teletrabajo en el envío de tareas laborales que exigen una disponibilidad
constante de las trabajadoras. No está de más decir que,
en muchas ocasiones, esa disponibilidad es sostenida económicamente
con recursos familiares y personales ajenos a los empleadores.
Estamos en el momento de enfocar el teletrabajo desde una perspectiva
de derechos: de la intimidad, de desconexión digital, de prevención
de riesgos laborales, ergonómicos y psicosociales. Solo partiendo
de estas premisas podemos comenzar a negociar límites, tiempos
y espacios en el entorno familiar.
¿Podría verse la
implementación del teletrabajo como una oportunidad para valorizar
los cuidados?
Yo creo que todas las situaciones nuevas, aunque estén enmarcadas
en un contexto de crisis como el que estamos viviendo, tienen un espacio
siempre para las oportunidades. La pregunta sería si solo queremos
aprovechar la oportunidad para valorizar el cuidado o vamos a hacer algo
más.
Tenemos lecciones suficientes, por si había pocas, para pensar
y hacer las tareas de cuidado de otras maneras. Es una oportunidad para
considerarlo como una actividad indispensable para la reproducción
de la vida y para la cual es necesaria una mayor corresponsabilidad que
sobrepase los límites familiares e incluya la comunidad, el mercado,
las instituciones sociales y el Estado.
Las tensiones entre estos actores tienden a resolverse en detrimento del
trabajo de cuidados y de las mujeres, las que asumen el rol de cuidadoras
per se, o mercantilizando estas labores, lo cual deja fuera a quienes
no tienen acceso y reproduce las cadenas de cuidados (globales o no).
La economía feminista ha colocado el desafío de plantearse
las contribuciones económicas y sociales del trabajo no remunerado
de las mujeres; sus derechos económicos, sociales y culturales,
en un contexto mundial en que el ámbito del trabajo se complejiza
con los cambios acelerados por el impacto de las tecnologías de
la información y las comunicaciones.
Es igualmente un desafío y una oportunidad incorporar los espacios
productivos al debate (y la práctica), en torno a la economía
del cuidado en Cuba. Hacerlo, además, desde una perspectiva que,
de un lado, cuestione la división entre producción y reproducción
de la vida y, de otro, construya otros modos de realización que
incluyan el cuidado de la vida humana y natural.
Para mí, pensar en los cuidados, en los desafíos del teletrabajo,
es también pensar (y construir) modos de hacer sostenibles las
vidas de todas las personas, de tejer redes de economías solidarias,
de procesos colectivos de auto organización, de iniciativas comunitarias
que incrementen la autonomía frente al mercado.
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