EN ELDIA DE LAS MADRES FEMINISTAS

Cuando los discursos de maternidad se borran de la historia

28/04/2021

Normalmente, al hablar de maternidades y feminismos solemos hacer una búsqueda de las autoras más recientes o contemporáneas, pero ¿cómo era la experiencia de la maternidad para las feministas de otros siglos?








imágenes antiguas de tres mujeres

En este artículo quiero poner algunos ejemplos que, si bien no pretenden ser representativos del feminismo de una época, pueden ser una pequeña muestra de voces feministas que ya en aquellos tiempos hablaban de maternidades. Durante el siglo XIX y XX, la maternidad atravesaba a muchas mujeres y la lucha por la supervivencia y la protección de sus hijos e hijas era frecuente en la vida de las activistas, sobre todo en una época donde la ley era paterna. Por ejemplo, la feminista francesa de principios del siglo XIX Flora Tristán decidió separarse de su marido llevándose a sus dos hijos y embarazada de su hija (al poco tiempo murió su hijo mayor). El marido la persiguió y acosó durante años hasta que consiguió llevarse a su hijo, pero siguió acosándola e intentando llevarse a su hija (a la que ni conocía). Al final, la justicia también le quitó la hija, que se escapaba para ver a su madre continuamente, como explica Evelyne Bloch-Dano en su biografía. Poco después, el padre fue arrestado por abusar sexualmente de su hija. A pesar de ello, sigue manteniendo la custodia del hijo y persiguiendo a Tristán, persecución que solo acaba cuando el marido intenta matarla de un disparo y va a prisión. En esta época los hijos e hijas eran propiedad del padre, y no podían marchar de casa sin su consentimiento. De hecho, posteriormente, en la Declaración de Séneca Falls (Nueva York, 1848), primera convención sobre los derechos de la mujer en Estados Unidos, se hizo una crítica al poder de los padres hacia sus hijos e hijas: “Él ha dispuesto las leyes del divorcio de tal manera que no se tiene en cuenta la felicidad de la mujer, tanto a sus razones verdaderas y, en caso de separación, respecto a la designación de quién debe ejercer la custodia de los hijos, como en que la ley supone, en todos los casos, la supremacía del hombre y deja el poder en sus manos”.

En 1853 la política, periodista y feminista francesa Jeanne Deroin también argumentaba que la sociedad debe ocuparse de las necesidades de madres y criaturas. “Cuando una mujer se embaraza, tiene un hijo y lo alimenta, ha realizado un trabajo que beneficia a todo el mundo. Por lo tanto corresponde a la sociedad hacerse cargo de las necesidades de la madre y de su hijo”, decía. Esta autora ponía en cuestionamiento la figura del padre, por ejemplo a través de una crítica al uso de su nombre, que era visto como “el hierro que marca las iniciales del amo en la frente del esclavo”. Muchas feministas de la época veían la imposición del nombre del padre como una apropiación del trabajo de reproducción de las mujeres, tal y como expone, Joan Scott en Política Familiar Feminista.

En el segundo Congreso Internacional de obras e instituciones femeninas (París, 1900) se estableció un debate sobre la “recherche de la paternité” que exigía a los padres el reconocimiento de sus hijos e hijas. De esta manera se pensaba que los padres se harían responsables de “sus actos” y esto beneficiaría a las mujeres. Sin embargo, Joan Scott nos cuenta cómo María Pognon, feminista socialista francesa, argumentó en aquel Congreso que todas las familias debían ser iguales aunque no haya un padre (eliminando el concepto “bastardo”) y que una madre no debería depender de que el hombre reconozca su paternidad para poder vivir con dignidad. Consideraba la reproducción como una función social y por ello las madres debían tener una compensación social por realizar ese trabajo. Por eso, propone que sea el estado quien garantice las necesidades de estas familias, a través de una “caisse de la maternité” (fondo para la maternidad). Esta propuesta, sin embargo, no tuvo demasiado éxito.

En la lucha por la abolición de la esclavitud destacan activistas negras que luchaban por la liberación de las mujeres. En este caso, la maternidad se ve aún más sometida, pues muchas de estas madres habían tenido que ver a sus hijos e hijas convertidas en esclavos y esclavas. La activista abolicionista y por los derechos de la mujer Sojourner Truth nació y vivió esclava en Nueva York. En 1826 consiguió escapar con su bebé en brazos, debiendo dejar atrás a sus otros hijos e hijas. Después, se enfrentó a un juicio para recuperar a su hijo de cinco años, que además había sufrido abusos por parte de su “dueño” y lo ganó, siendo la primera mujer negra que se enfrentaba y ganaba un juicio contra un hombre blanco. En la Segunda Convención Nacional de los Derechos de la Mujer (Ohio, 1851) tuvo lugar su conocido discurso Ain´t I a Woman?, donde entre otras cosas decía: “He tenido trece hijos y los he visto a todos vendidos como esclavos, y cuando lloré con el dolor de una madre, nadie más que Jesús escuchó, ¿y no soy una mujer?”.

Sylvia Pankhurst, activista y sufragista inglesa de finales del siglo XIX y principios del XX, fue madre soltera a los 45 años, todo un escándalo para la sociedad inglesa de la época. Eva Palomo Cerdeño escribió sobre ella en la revista Dilemata, en 2015, de donde he extraído la información. Pankhurst defendía una necesaria protección para las madres, a través de derechos como una prestación en el embarazo y la crianza. En su obra Save the Mother critica la falta de asistencia y ayuda a madres pobres y en especial a madres solteras, que muchas eran ingresadas en instituciones. Nos dejó citas como esta: “Quisiera ver un seguro de maternidad que cubriese el salario de la madre durante seis meses antes del parto y doce meses después, siempre que la interesada estuviese dispuesta a dejar su trabajo en ese período… No es conveniente que una mujer embarazada o recién dada a luz pase todo el día en una fábrica o en el mostrador de una tienda… Estas medidas deben ser nuestro próximo objetivo de trabajo… Las mujeres votantes deben cuestionar a los partidos sobre sus políticas respecto a la protección de la maternidad…”.

Hoy, en nuestro país, estas demandas continúan vigentes. Esta activista demandaba además otras medidas novedosas: un impuesto que pagasen todos los hombres en función de la renta (fuesen o no padres) destinado a las necesidades de las madres durante el embarazo, el parto y la crianza, para contribuir con esa función social y redistribuir la riqueza. O la creación de una Liga para la Protección de la Maternidad que defienda a las madres solteras y conciencie a la sociedad y a las empresas. Ya su madre, Emmeline Pankhurst, importante activista sufragista, en un discurso en 1908 decía que una madre “no tiene ni voz ni voto en todo lo que tenga que ver con decidir la vida de su hijo. Su marido puede dar el hijo en adopción para que lo eduquen en cualquier lugar o puede traer a quien le plazca a casa para que enseñe a su hijo. Él decide todas y cada una de las condiciones en las que ese niño vivirá; decidirá sobre su educación, puede incluso elegir qué religión profesará, y no se requiere en consentimiento materno para ninguna de estas decisiones. Las mujeres estamos tratando de modificar esto, lo hemos intentado durante generaciones, pero no podemos porque las asambleas no tienen tiempo de escuchar las opiniones y deseos de gente que no tiene derecho al voto”.

Aunque, como expone Joan Scott, a principios de siglo XX, muchas feministas reclamaban derechos basados en la maternidad, también podíamos escuchar otras voces. Por ejemplo, en 1908, Madeleine Pelletier (psiquiatra, activista feminista y sufragista) dijo: “Nunca el parto dará a las mujeres un título de importancia social. Las sociedades futuras podrán construir templos a la maternidad, pero sólo lo harán para mantener a las mujeres encerradas dentro”. Es decir, no solo consideraba que los procesos sexuales de las mujeres jamás serían valorados socialmente, sino que se percibe la maternidad exclusivamente como una institución opresora. Ante tal miedo solo quedaba una solución: silenciar la cuestión maternal dentro de la petición de derechos del feminismo. Parece ser que esa línea fue la que posteriormente se siguió dentro del feminismo hegemónico occidental.

En 1916 la feminista anarquista rusa Emma Goldman exponía, en su crítica al matrimonio, cómo esta institución ha sometido a la maternidad, realizando crímenes contra las mujeres y sus criaturas, imponiendo sobre ellas un cautiverio con el objetivo de crear ciudadanos sumisos y enfermos que sirvan al poder. Así, ella piensa que la mujer, liberada del yugo del matrimonio, tendría un despertar sexual y establecería otro tipo de relación hacia sus criaturas basada en el amor, rechazando la educación represiva. “Muy pocos niños dentro del matrimonio gozan del cuidado, de la protección, de la devoción que es capaz de brindar una maternidad libre”, sugería. Goldman hace además una crítica al movimiento sufragista igualitario, argumentando que el derecho al voto no cambiaría ni las condiciones laborales de las mujeres, ni la pobreza, ni la desigualdad, ni el acoso o la cosificación. Tampoco conseguiría una maternidad responsable y una infancia más libre y feliz. Ponía en cuestión a cierto feminismo burgués criticando la lucha por la consecución de ciertos derechos, como el de propiedad, cuando la mayoría de mujeres no tenían nada de lo que ser propietarias.

La autora hace una crítica a la hipocresía de los políticos, que alababan la maternidad (para aumentar la natalidad) e incluso de los poetas, cuando sin embargo la mayoría de madres se ven obligadas a trabajar sin descanso con míseros salarios y en la más absoluta precariedad. “Aquí y ahora declaro la guerra a este sistema y no descansaré hasta que sea liberado el camino para una libre maternidad y una saludable, alegre y feliz niñez”, dice. Goldman también hace una relación entre el instinto materno y el contexto en que se produce esa maternidad: por ejemplo, maternidades no deseadas, con parejas que se desentienden, en un contexto de represión y convencionalismo, menores institucionalizados grandes temporadas… todo esto supone, para la autora, la muerte del instinto materno.

En mayo de 1936, en Madrid, se publicó el primer número de la revista Mujeres Libres, una organización feminista anarcosindicalista. En su interior podemos encontrar un artículo llamado ‘El recién nacido’ escrito por Amparo Poch y Gascón, escritora y médica activista, antifascista y libertaria. En él se explica la experiencia de la maternidad a través del cuidado al recién nacido, pero no se parece a los típicos manuales de puericultura, aún estando escrito por una doctora. En él, la autora da especial importancia a aspectos experienciales más que teóricos. “Conoce a tu niño”, “ama a tu niño”, “desea a tu niño” son los primeros epígrafes del artículo. Y así nos habla del amor materno: “Ámale en el pensamiento y en la idea, aun antes de amar al hombre que lo haga vivir en ti (…) Ámale en los ojos y en las palabras del amado; en sus dedos, sabios para la caricia; en sus labios, espléndidos para el beso”; lo que nos lleva al deseo materno: “Desea a tu niño y así le recibirás con alegría y le saludarás como nadie te oiga, con esas palabras tan hondas y tan prietas que no pueden salir de tu boca”. En el texto, la autora recomienda que, tras el letargo inicial del recién nacido, la madre lo coja para amamantarlo: “No temas, incorpórate sobre las almohadas, aunque las vecinas y amigas te lo hayan prohibido (…) es un hecho profundamente humano, profundamente social, profundamente amoroso”.

Por supuesto, necesitamos leer estos textos desde la perspectiva de la época, donde no se disponía de ciertos conocimientos científicos actuales sobre bebés y lactancia materna (piel con piel, lactancia a demanda, etc.). Sin embargo, haciendo una lectura situada en ese contexto histórico, nos encontramos con un texto que exalta el amor maternal redactado por una activista que no puede ser acusada precisamente de conservadurismo: defendía el amor libre, la igualdad de las mujeres, que la maternidad no podía ser motivo de opresión, contra la monogamia, la propiedad privada, etc.

Estos son solo algunos ejemplos de otras épocas, casi a modo de anécdota. Para encontrar la mayoría de ellos ha sido necesario recurrir a fuentes originales, porque desde los estudios feministas pocas veces se han tenido en cuenta (sí a muchas autoras que menciono, pero no su experiencia maternal o demandas de maternidad). Que, en general, se desconozcan estos datos nos hace pensar que la mayor parte de investigaciones feministas occidentales han preferido apoyarse en teorías y autoras (o determinadas citas de autoras, obviando otras) que silencian o rechazan la experiencia de la maternidad y que no consideran que los derechos para la crianza sean un motivo de lucha feminista. Por supuesto, hemos tenido y tenemos una serie de autoras contemporáneas muy importantes en el ámbito de la maternidad y el feminismo (que cito en otros artículos), que a menudo no han sido valoradas ni reconocidas dentro del feminismo hegemónico. Todo esto ha hecho que desde la academia se haya tendido hacia una línea de investigación donde las madres no hemos tenido cabida. Y así seguimos. De aquellos polvos, estos lodos.

 

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