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ARGENTINA: La primera motoquera: Nelly Iglesias (1928–2020)

La primera motoquera: Nelly Iglesias (1928–2020)

Fue la primera mujer que obtuvo un registro profesional en Argentina: Nelly Iglesias hizo 400 mil kilómetros en moto durante toda su vida. 

Cruzan las rutas solas, manejan casas rodantes, camionetas, coloridos autos ochentosos, motos, bicicletas, o van a dedo como lo hacía Kinga Choszcz (1972-2006) la viajera polaca que a los dieciocho años se fue a Irlanda del Norte y unos años después con la misma mano cerrada y el pulgar abierto llegó a India, a China, a Rusia. 

Eligen el camino, el modo de andarlo y suelen contar su travesía en las redes, en blogs, en libros. Las viajeras cronistas desafían edades y sustos ajenos: “los peligros de viajar siendo mujer no exceden a los peligros generales de vivir siendo mujer” y protagonizan un recorte de leyenda propio. Los motivos por los que eligen salir a la ruta varían según el deseo, a veces lo despabila el cuerpo: un bulto en una mama, la necesidad de patear el tablero y empezar a vivir de nuevo; un insoportable dolor de espalda (Isabella Bird, la exploradora del siglo XIX); la crisis económica que las deja al borde del cordón de la vereda (como lo muestra Cholé Zhao en Nomadland); o porque sí y porque la ruta lo vale. 

La historia argentina on the road de Nelly Iglesias se narra en sinfonía de moto. Su papá era camionero “aprendí a manejar de nena, mirándolo a él, así como hacen los chicos ahora con las computadoras”. A los dieciséis años (en 1944) fue la primera mujer en conseguir en la Argentina un registro profesional, manejaba un camión con “freno a piolín” cargado de sifones. A los sesenta y cinco años, viuda y jubilada de su oficio de decoradora, cerró su taller de costura y se compró una Zanella (“es una moto chica, sabés cuando salís pero no sabes cuándo llegas”) y despuntó la calle, “en esa época las mujeres eran acompañantes pero que manejáramos las motos propias éramos cinco o seis”. 

La historia de Nelly también se cuenta escuchando música clásica (la única que le gustaba, aunque La Renga le haya dedicado una canción) y con la excentricidad que los titulares de noticias suelen darle a la edad. Fue entonces que a los ochenta y ocho años Nelly dejó de ser solo Nelly y se convirtió en la abuela motera con aros de perla y campera de escuderías, en la madre de las herederas del viento y en un ejemplo de vida. Después de muchos kilómetros arriba de una Econo Power 90 modelo 96 y una operación de cadera se compró una Honda Rebel 250 coronada por decenas de calcomanías y en la que tenía grabada en la pantalla de enfrente la palabra Florida (su barrio en el norte del conurbano bonaerense y su lugar en el mundo) “es una chopera (…) es un coche de lujo”. 

La ruta la seguía esperando. El recuerdo de su bautismo motero fue en 1994 en Mercedes, Nelly no sabía nada, era la primera vez que viajaba. Muchos años después de ungirse en el aliento que no empaña, una colección de llaveros y souvenires patrios guardados en su casa aferraron las huellas de su imaginación quijotesca que vueltas algas tiñen y entibian su memoria mientras nombra al impenetrable, a Viedma, a Santiago del Estero… “yo te puedo asegurar que los cuatrocientos mil kilómetros que hice no los hice ni de acompañante ni llevando la moto en una combi, los hice rodando”. Una dicha en dos ruedas que mantiene el goce en equilibrio y sobre el umbral del día por venir, otro día más en la ruta y arriba de una moto. 

Nelly murió en mayo de 2020, en plena pandemia covid, unos meses después, miles de moteras y moteros la despidieron en caravana por la ruta 5 hasta el kilómetro 71 donde un monolito la recuerda. 

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