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ARGENTINA: que pasa con la milonga?

La puja entre conservadores y la renovación

Nuevos códigos milongueros, pelear contra la naftalina

Aunque algunos salones se aferran a las formas del pasado, hay una importante corriente que alimenta nuevos paisajes en una escena vibrante.

Una milonga porteña impone unas "condiciones para el ingreso" que poco tienen que ver con las nuevas generaciones.
Una milonga porteña impone unas "condiciones para el ingreso" que poco tienen que ver con las nuevas generaciones.

“El tango es machista y conservador”. Durante mucho tiempo esa frase fue tristemente precisa. Pero los tiempos cambian y también él, aunque desde afuera parezca inmutable. En los últimos años se advierten transformaciones en los famosos “códigos milongueros”, como se comprueba con una buena recorrida por la noche porteña. Los viejos códigos ponían a la mujer en un rol pasivo, a la espera de un señor que la “cabeceara”. Esas reglas incluían modos de vestir, la circulación por la pista según la experiencia de los bailarines y más. Si bien es cierto que algunos lugares se declaran “tradicionales”, la mayoría de esas limitaciones ya no cuentan con el consenso de antes.

Ahora no sólo las mujeres invitan a bailar a quien quieren, también se aceptan en la pista parejas del mismo sexo. El “elegante sport” ya no es indispensable para entrar a la “boite” y el cabeceo –aunque otorga cierta innegable protección- ya no es obligatorio: acercarse a la mesa para invitar es perfectamente posible si se acepta con gallardía que el “no” es una respuesta válida. Desde luego, esta adopción no es uniforme, pero su aceptación sigue la regla de 3 simple invertida: a menor promedio de edad de los milongueros, mayor aceptación de nuevos códigos.

“El tango siempre fue una gran puesta en escena. Eso se está desarmando y reconstruyendo desde abajo”, reflexiona Adriana Frossasco, organizadora de la Milonga Amapola y de la Milonga Federal, Abierta, Atípica y Plural que se celebra en el Centro Cultural Kirchner. “A veces viene gente con códigos muy marcados, pero acá se les desestructura todo porque los maestros que convocamos proponen otra cosa”, explica. “Los que empiezan a bailar están contentos de encontrar un lugar donde no le echan flit, porque la gran discriminación en el tango siempre fue hacia quien no bailaba”. La organizadora refiere a una práctica que sufrían algunos jóvenes (especialmente varones y veinteañeros) que eran empujados (y codeados) por los milongueros de mayor edad. Esa costumbre –que este cronista atestigüó hace una década- hoy está erradicada. Un poco porque los más jóvenes ya no lo toleran, otro poco porque quienes reivindican “tradición” no lo permiten para cuidar “el funcionamiento de la pista”.

Todos estos cambios no son una novedad reciente, aunque ahora se instalaron en la gran mayoría de los espacios. A fines de los ’90, emergió una movida que los tradicionalistas no pudieron detener: el tango queer. Aunque se le exigió mucho a las parejas del mismo sexo, estas se impusieron a fuerza de constancia, inobjetable buen nivel de baile y la generación de espacios propios. Mariana Docampo, una de las protagonistas de esa movida, entiende que para llegar a la situación actual la corriente del tango queer fue fundamental. “Propusimos un modo distinto de hacer y actuar, y a medida que fue avanzando el tiempo se flexibilizaron las normas en distintos espacios para resultar en lo que es el tango hoy”, considera. “La propuesta de tango queer fue revolucionaria en su momento porque implicaba redistribuir los roles, donde las viejas normas del tango milonguero ya no funcionaban. Eso no era un capricho, sino una necesidad de mucha gente. Era romper una estructura que ya no tenía sentido para las identidades en juego. Por eso para mí tuvo que ver con la modernización del tango”.

Más o menos explícitamente, muchas organizadoras de milongas (porque fueron especialmente las mujeres organizadoras) empezaron a alentar a las bailarinas de sus espacios a tomar la iniciativa para salir a la pista, más allá de que bailaran con hombres u otras mujeres. La mendocina Majo Marini lleva desde hace más de una década la práctica La María, donde propuso la “tanda rosa” - luego la “tanda rolera”-, que cuya consigna era que sólo las mujeres podían invitar a la pista durante esa tanda. “Era salir de esa idea de que sí o sí el hombre saca a bailar a la mujer y promoverlo, porque más allá de que siempre tenemos derecho a hacerlo, había que incentivarlo”, plantea.

Todo esto no significa que el tango sea un paraíso de derechos conquistados. Hay reductos profunda –rabiosamente- conservadores. Hace poco circuló en las redes sociales una foto con las “condiciones para ingresar” a la Milonga Buenos Aires de Ayer, organizada por Carlos Bouzas. Allí, además de un estricto código de vestimenta –que incluía hasta cómo y dónde cambiarse los zapatos-, y una serie de condiciones en muy mal tono, rezaba “Está prohibido bailar entre personas del mismo sexo”. El texto causó revuelo y críticas, pese a lo cual no se supo que los responsables de Salón Canning, donde funcionan esa y otras milongas hiciera declaraciones al respecto.

Franco Vargas fue uno de esos indignados. “Las veces que organicé milongas, sólo o en equipo, tratamos de hacerla lo más accesible posible. Desde lo económico, con la entrada. Y jamás se nos pasó por la cabeza tener un código de vestimenta, decirle a alguien cómo se tiene que vestir y muchísimo menos con quién puede bailar y con quién no”, se muestra aún sorprendido el joven organizador de Avellaneda. “Justamente el tango nos da libertad. Limitar eso me parece fuerte, hasta peligroso. Y que digan que no podés bailar con alguien de tu mismo sexo ya no sólo está confunde sexo con género, sino que además es ilegal”.

Página/12 consultó al INADI. Mariana del Pozo señaló que no ingresó ninguna denuncia formal a su oficina –es la Coordinadora de Recepción y Evaluación de Denuncias de la Dirección de Asistencia a la Víctima del organismo-, pero que el caso le hizo acordar a la reciente intervención del INADI cuando el Festival de Cosquín fue denunciado por no premiar a una artista trans que había ganado el certamen. “Es volver a estos espacios culturales que todavía son demasiado conservadores, acá te encontrás con una restricción de baile, que es un acto discriminatorio”.

Para Del Pozo, no se aplica aquí el derecho de admisión, como alegaron los defensores de Bouzas y la milonga (anclada en) del ayer. “La ley habla de derecho de admisión si ciertas restricciones son aplicables a todas las personas, por ejemplo: si no podés entrar con determinada prenda de vestir, aunque pueda ser horrible. Pero es discriminación cuando se aplica una a un determinado grupo de personas por determinadas características, como en este caso es que no se pueda bailar con personas del mismo sexo”, explica y cita las leyes 26.370 (de derecho de admisión), la 23.592 (de actos discriminatorios) y la 26.734 (de identidad de género).

Más allá de esos espacios con olor a naftalina y rictus inefables, el tango avanza. Y la pista, por suerte, se abre para todes.

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