CINE: Danza y gay


Baila para mí

El Centro Cultural Ricardo Rojas dedica este mes a la danza y abre la oportunidad de rescatar a figuras casi invisibles como la de Alfredo Alaria, coreógrafo de los mejores cuadros de las fantasías excéntricas del cine argentino de los años '40 y '50 de gustos tan camp como disidentes, a quien Oscar Araiz recuerda, casi por oposición, ahora que reestrena Numen, una obra intimista y despojada. Y también de ver en escena una cita en clave de danza con la estética de Pedro Almodóvar, a la que ponen el cuerpo Carlos Casella y Gustavo Lesgart, los dos hombres que hacen Eclipse para festejar la amistad y el homoerotismo.
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 Por Diego Trerotola
Hubo un tiempo, que duró más que la mitad del siglo XX, en el que parecía que los gays alrededor del mundo sólo eran mayordomos o coreógrafos, meros extras de un cine que los convertía en personajes utilitarios, generalmente como blancos del gag, y les daba una visibilidad efímera. En ese contexto, la figura del bailarín o coreógrafo afeminado, en un cine al que le gustaba representar las bambalinas del mundo del espectáculo, no se reducía a un rol servil. En el cine argentino clásico hay dos ejemplos célebres: el coreógrafo con el que se cruza la Catita de Niní Marshall cuando quiere cumplir el sueño del título de su película: Yo quiero ser bataclana (1941); y Morales, interpretado por Homero Cárpena, profesor de danza de una escuela de señoritas en La serpiente de cascabel (1948), dirigida por Carlos Schlieper. Pero el otro yo de Morales en la realidad, el coreógrafo detrás de cámara que creó los cuadros de esa película musical, era Alfredo Alaria (1930-1999), que ni siquiera aparecía en los créditos aunque es fácilmente reconocible su estilo en cada secuencia de baile, especialmente en aquella que transcurre en la Antigüedad, Egipto y Roma. Ignorado, desconocido u olvidado, Alaria fue el coreógrafo y bailarín argentino que originó una serie de fantasías excéntricas durante el cine local de los ’40 y ‘50, algunas memorables como el ballet acuático de La hostería del caballito blanco (1948) o la alucinación de Delia Garcés en El otro yo de Marcela (1950), donde el mismo Alaria es una estatua que cobra vida para hacer una danza más kitsch que el jardín sobreadornado que los rodea, con dos faunos que tocan la flauta y otras fantasías dionisíacas de teatro de variedades. Tras una decena de películas en las que participó diseñando estrafalarias secuencias de baile en Argentina, Alaria, que se convirtió en estrella teatral llegando a brillar entre los neones de Las Vegas y en el Lido de París, tuvo su venganza cinematográfica en el exilio español con Diferente (1961), una película protagonizada y escrita por él, donde interpreta a un joven que sueña con ser coreógrafo. La crítica española se pregunta cómo es que Diferente pasó la censura de la época, siendo el único caso de representación de la homosexualidad en el cine franquista comercial. Es posible que parte de la explicación sea que, a fines de los ‘50 y principios de los ‘60, hubo una apertura en la cultura española como estrategia de Franco para que su dictadura no quedase tan aislada del resto de Europa. Así, por ejemplo, se permitió que el proscrito Luis Buñuel volviese a filmar en España con Viridiana (1960), con su correspondiente orgía travesti-lumpen, que luego sería prohibida, mutilada. Pero Diferente sobrevivió sana y salva para convertirse en un hito histórico: sacó al coreógrafo y bailarín homosexual de su lugar lateral para darle el protagonismo absoluto de su propia trama, regisseur de su deseo íntimo. Aunque a veces se repite que el tema de la homosexualidad está implícito en Diferente, la secuencia de créditos cristaliza una idea muy definida: en la habitación del personaje de Alfredo se muestran planos detalles de libros de Oscar Wilde, Federico García Lorca, Hans Christian Andersen, Freud y la Historia Universal de la Danza, de Curt Sachs. Un punto de partida que más que un guiño es una forma de explicitar con alevosía las preferencias del personaje y el marco conceptual desde el que se piensa la danza diversa. Inmediatamente, el personaje se dirige a un teatro vacío y alucina un espectáculo donde baila un cuadro gauchesco amanerado, artificioso, con un vestuario celeste y blanco a modo de nacionalismo exacerbado de acto escolar con bombachas con más volados de los que permite la virilidad rural; otro ejemplo más del gaucho como drag. Así, en esa coreo recargada, el folclore y el glamour revisteril se reúnen desde el camp más directo, para que el exceso lleve a la mariconería como base de la sensibilidad cinematográfica de la película. En la España franquista, la escenificación de un malambo era algo exótico, pero también era la forma que, desde el exilio artístico que le permitió ser protagonista de una película, Alaria haga esa escena como forma de reconquista su país en clave maricona, para poder habitarlo desde su deseo, aunque sea en su imaginación. O en la realidad, como sucede en la escena donde Alaria se fascina con un obrero musculoso, que taladra en una obra en construcción, con los bíceps transpirados brillando como si tuvieran purpurina, una celebración del cuerpo masculino, de su vigor, que hace que Diferente tenga una fuerza homoerótica difícil de encontrar en cualquier exponente del cine de su época.

La película Diferente (España, 1961) de Luis María Delgado y Alfredo Alaria se proyecta el jueves 14 de julio, a las 20. Eclipse de Carlos Casella y Gustavo Lesgart se presenta el martes 12 y miércoles 13, a las 21. Numen de Oscar Araiz se presenta el jueves 7 y los viernes 8 y 15, siempre a las 22. Todos estos espectáculos son en la sede del Centro Cultural Rojas-UBA (Corrientes 2038). Random de Carlos Casella se presenta todos los jueves de julio, a las 21, en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543).

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