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ESPANA: La cruzada de Laura, la profesora acosada por su decano

TRIBUNALES

La cruzada de Laura, la profesora acosada por su decano que ha logrado que el Constitucional revise su doctrina sobre los abusos sexuales

Actualizado 

Ésta es la historia, en primera persona, de una de las tres víctimas de Santiago Romero, el todopoderoso catedrático condenado por abusar de sus subordinadas

Uno de los pasillos de la antigua Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.
Uno de los pasillos de la antigua Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla.GOGO LOBATO

Laura no ha conseguido volver a su antigua facultad, la de Ciencias de la Educación de la Universidad de Sevilla, donde entró como profesora ayudante en 2006. La última vez que la pisó fue en 2010 y en estos doce años no se ha podido ni acercar. Ese año se dio de baja, como había hecho ya en anteriores ocasiones, pero con la diferencia de que fue la definitiva.

Esos últimos años en la Facultad de Ciencias de la Educación fueron para Laura un auténtico infierno, un suplicio que le hacía vomitar antes de cruzar la puerta, que le provocaba pesadillas, sudores nocturnos y fiebre al despertar.

Le costó algún tiempo, y varias visitas al médico, tomar consciencia de que todo estaba relacionado con los episodios de abusos sexuales que llevaba sufriendo casi desde que entró por la puerta de aquella facultad. Primero fue una mano en el hombro que no tardó en ir más allá, luego insinuaciones explícitas y, más tarde, tocamientos y acosos que llegaron a producirse incluso fuera del recinto de trabajo. El protagonista de sus pesadillas no era otro que el catedrático Santiago Romero, entonces decano de Ciencias de la Educación y todopoderoso jefe del departamento de Educación Física.

Hoy, 16 años después, Laura no ha podido aún pasar página y sigue embarcada en la cruzada judicial que comenzó al año siguiente de dejar su facultad, un periplo por juzgados y salas de vistas que le ha deparado más sinsabores que satisfacciones después de que la Audiencia Provincial de Sevilla rebajase tanto la condena a su abusador que prácticamente le absolvió.

Pero ella, junto a su abogada, Amparo Díaz, decidió no rendirse y ha logrado que ahora el Tribunal Constitucional no sólo revise la sentencia que dictó en diciembre de 2019 la Sección Primera de la Audiencia Provincial de Sevilla, sino toda la doctrina sobre abusos sexuales. No es una garantía de éxito, pero "se abre la puerta a un cambio", dice.

La primera sentencia, la del Juzgado de lo Penal 2, "nos devolvió la dignidad", cuenta Laura en plural porque, además de ella, otras dos compañeras que habían sido víctimas de los mismos abusos se plantaron un día, a comienzos del año 2011, y denunciaron al catedrático.

El camino fue tan duro casi como lo que habían vivido antes. Al principio, nadie las escuchó y les exigieron pruebas que se ponían sistemáticamente en cuestión, al mismo tiempo que a Romero se presumía la inocencia que luego la Justicia se encargó de refutar. De hecho, las tres profesoras, Laura y sus dos compañeras, se tuvieron que marchar de la facultad, mientras el abusador seguía al frente de su departamento, haciendo y deshaciendo.

Aquella primera sentencia le condenó dos años y tres meses de prisión por cada uno de los tres delitos continuados de abusos sexuales que se consideraron probados, así como un año más por un delito de lesiones. Pero, sobre todo, "recogió nuestro testimonio" y lo avaló. El magistrado, Luis Javier Santos, relató en aquella resolución el poder prácticamente omnímodo que tenía Santiago Romero y del que hacía ostentación.

Hasta el extremo de que quien no se plegaba a sus deseos veían peligrar sus puestos.

SE LIBRÓ DE LA CÁRCEL

Dos años más tarde, explica Laura, llegó el gran varapalo, otro más, cuando la Audiencia rebajó la pena a un año y veinte meses que no tuvo que cumplir. El tribunal, compuesto por cierto por una mayoría de mujeres, consideró que no había delito de lesiones y le aplicó a Romero la atenuante de dilaciones indebidas, al calcular el tiempo transcurrido no desde la denuncia, sino desde que comenzaron los abusos.

"El mensaje que nos dieron es que se nos castiga por denunciar más tarde, que cuesta mucho para una víctima denunciar y muy poco que a un abusador se le perdone", afirma Laura, convencida de que faltó "perspectiva de género" y sobró "trato de favor" hacia el condenado "por el hecho de ser hombre y ser una persona con poder".

Esta profesora, que solo a medias ha logrado reconducir su vida, ha tenido que ir contándole a su hija, de seis años de edad, por qué su madre estaba triste o por qué tenía que ir a un juicio y hablaba tan a menudo con su abogada. Con más o menos detalle, la pequeña ha ido siguiendo la batalla, sin entender por qué no metían en la cárcel a ese hombre que había hecho tanto daño a su madre y la victoria el Constitucional la ha celebrado como la que más.

En parte, en gran parte, confiesa Laura, si ha seguido adelante, inasequible al desaliento y, sobre todo, a los reveses judiciales y a la incomprensión y hasta rechazo de sus compañeros y de la propia universidad, "que siempre ha ido por detrás" y que, se queja, en un primer momento "no respondió".

"Pedimos hablar con el rector, que nos atendiera, pero no quiso, nos sentimos desprotegidas y abandonadas", se lamenta. Tuvo que pasar bastante tiempo antes de que cambiase la actitud de la universidad.

Pasado todo este tiempo, le queda el consuelo de que aquella soledad de los primeros instantes y esa sensación de abandono que sintieron las tres víctimas que dieron el paso de denunciar a Romero no la volverán a experimentar otras mujeres en su misma situación, puesto que, destaca, su caso fue un antes y un después en la institución universitaria, que ahora cuenta con un protocolo específico y con una red de voluntarios para prevenir los abusos sexuales.

Nada de eso existía, ni siquiera era imaginable, cuando Laura era víctimas de las encerronas del catedrático en su despacho. Lo mismo que las otras dos denunciantes.

El catedrático Santiago Romero, hoy jubilado, en una imagen de archivo.
El catedrático Santiago Romero, hoy jubilado, en una imagen de archivo.

A las tres les hizo la vida imposible. "Vivía bajo amenazas, me vetaba para acceder a proyectos y me aisló profesionalmente", recuerda. La situación empeoró aún más cuando la denuncia se formalizó. Entonces, añade, "pasó un documento a varias universidades pidiendo que nos vetaran".

Fueron las consecuencias de ir contra el sistema establecido, un status quo en el que se daba por sentado que había que tolerar los abusos porque "él es así y si querías trabajar allí, era lo que había. O te sometías o te ibas".

Cuando llegó el momento de decidir si dar la batalla en el Constitucional, Laura tuvo que decidir, entre otras cosas, si seguía dedicando parte de sus recursos a una guerra que parece eterna y que ha consumido, además de parte de sus energías, parte de su economía. "Durante muchos años no he podido viajar y el recurso supone que no podré viajar con mi hija durante dos o tres años más, pero, ¿cómo le iba a decir que no lo había hecho para ir de vacaciones?".

De momento, las sensaciones que llegan desde el TC son buenas. Ha admitido el recurso porque considera que reviste especial trascendencia constitucional y puede dar lugar a aclarar o incluso cambiar su doctrina, al tiempo que abre la puerta a valorar cambios normativos para incorporar la perspectiva de género.

Su hija, de la que estaba embarazada cuando se celebró el juicio, está siempre presente y alienta sus pasos. Y para Laura no hay mejor reconocimiento que el que le dijo su pequeña que sentía tras su última hazaña. 

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