La Revolución de las Mujeres de Kurdistán
La Revolución de las Mujeres de Kurdistán
El 9 de enero de cumplieron 10 años del crimen de Sakine Cansiz, fundadora y máxima dirigente del Movimiento de Mujeres de Kurdistán y dos compañeras más que fueron asesinadas en Paris por los servicios de inteligencia turcos. No es casualidad que una década después y a días de recordar esa fecha dramática, los mismos servicios masacraran a Evîn Goyî junto a un artista y un activista kurdo. Sin embargo, la rebeldía y la belleza de la Jineolojî (ciencia de las mujeres), pilar fundamental de la revolución que llevan adelante las mujeres de Kurdistán, sigue viva en cada grito que clama por la libertad de las comunidades ancestrales, las guardianas de la tierra y del Buen Vivir.
Este 23 de diciembre de 2022, fue asesinada en Paris Emine Kara (Evîn Goyî en el Movimiento de Mujeres de Kurdistan), junto con Mir Perwer, un artista kurdo, y con el activista Abdullrahman Kızıl. El asesino hirió también a otras tres personas que pertenecen a la comunidad kurda de París. Emine Kara era representante del Movimiento de Mujeres de Kurdistan en Francia. El crimen fue consumado en los días previos a la realización de las actividades que conmemoraron la Masacre de Paris realizada 10 años atrás. “No importa quién haya apretado el gatillo, nosotras conocemos a los verdaderos asesinos”, dicen desde el Movimiento de Mujeres de Kurdistan, apuntando más allá del autor material directo, a los servicios de inteligencia de Turquía, apañados por la impunidad que les ofrece el gobierno de Francia.
A pesar de las balas, la Revolución de las Mujeres de Kurdistán sigue desparramando belleza, ternura, rebeldía, y un modo de vida -basado en el Confederalismo Democrático y en un sistema de ideas que nombran como Jineolojî, (ciencia de las mujeres)- que contrasta con las sociedades grises machistas, racistas, capitalistas, que en nombre de la “civilización” siembran muerte, egoísmo, destrucción de la naturaleza y de todas las formas de vida.
Genocidios, ecocidios, epistemicidios, feminicidios, son nombres que hablan de la política de muerte con la que se defienden mundialmente los privilegios de unos pocos poderosos, a través de distintas violencias. Conocemos demasiado en nuestro continente, que las masacres, las guerras, las invasiones, los golpes de estado, así como los crímenes selectivos, los feminicidios territoriales y políticos, son parte de las lógicas perversas de los gobiernos fascistas, e incluso de algunos gobiernos que se presentan como democráticos, pero que funcionan al servicio del capital transnacional. Sabemos que ellos no respetan ni las fronteras ni las normas del llamado derecho internacional -que crearon para sostener sus privilegios-, a la hora de realizarlos. Sicarios, oficiales de inteligencia, gozan de la impunidad de los estados aliados en el dominio del mundo, y esperan recibir premios, monumentos y nombres en las calles, a cambio de sus balas.
Si algo puede detener a estos asesinos seriales, a estos criminales mundiales, son las mujeres y los pueblos todos movilizados, visibilizando estos crímenes, y levantando la exigencia de Justicia, de Ni Una Menos, de Nunca Más, aunque cada día se descrea más de los Tribunales al servicio de los poderosos.
No se puede matar a una leyenda
Diez años atrás, el 9 de enero de 2013, se segó la vida de la líder legendaria del Movimiento de Mujeres de Kurdistan Sakine Cansiz (Sara), fundadora y dirigente del Partido de los Trabajadores de Kurdistan (PKK) y del Movimiento de Liberación de las Mujeres de Kurdistan, asesinada junto a Fidan Doğan y Leyla Şaylemez, dos jóvenes dirigentes del Movimiento. Ambas masacres, señalan desde el Movimiento de Liberación de Kurdistan, fueron organizadas por la inteligencia turca (MIT). La primera la llevó a cabo el asesino a sueldo del MIT, Ömer Güney, en la Oficina de Información de Kurdistán ubicada cerca de Gare de Nord (Estación del Norte), y la segunda la hizo William Malet, frente al Centro Cultural Kurdo en el Strasbourg Saint, distrito de Denis.
Los golpes son duros, dolorosos. Pero no se puede matar a una leyenda. Sara lo era. El crimen todavía despierta ira y rebelión entre las nuevas generaciones, que se suman a la lucha revolucionaria en Kurdistan. También conmueven en otros rincones del mundo, donde se sigue respirando el deseo de Revolución.
Los Servicios de Inteligencia turcos, que prepararon y ejecutaron el asesinato, son poderosos, saben disparar, pero no saben cómo funciona el corazón de las mujeres y de los pueblos en revolución. Los gobiernos y los tribunales que encubren los crímenes, e intentan hacerlos pasar por “actos desenfrenados de loquitos sueltos” (¿un guión conocido, ¿no?), saben mentir, pero no saben cómo esas mentiras hieren la confianza en ellos, en su sistema político, en su justicia, frente a los ojos de quienes creen que construir un mundo basado en la muerte y en la mentira, no es opción válida.
Los feminismos, que nacieron bajo el signo del internacionalismo, y que tienen en su andar ejemplos como el de Rosa Luxemburgo, asesinada en Alemania en los comienzos del siglo 20, o de Berta Cáceres, asesinada en Honduras en los comienzos del siglo 21, sienten a Sakine y a todas las compañeras asesinadas, como una herida que solo puede sanar en la realización de las revoluciones mundiales que nos faltan.
¿No está muy lejos la Revolución de las Mujeres de Kurdistán? ¿Podemos aprender de su experiencia, en el mundo que apesta de Bolsonaros, y de todos los machofachos militaristas, golpistas, y asesinos, que mejor ni nombrar? ¿Podremos unir fuerzas, energías, para detener los intentos de doblegarnos, con la fuerza de las mujeres gritando después de tantos siglos de silencio, con la furia travesti, con la rebeldía lesbiana, con la radicalidad disidente, con la marea plebeya que inunda los caminos, con su Ya Basta?
A 10 años del crimen de Sakine su ejemplo se multiplica. Las combatientes guerrilleras, las luchadoras por un pensamiento nuevo, las organizadoras de comunas libres, la recuerdan con amor, y repiten una y otra vez con admiración la actitud indoblegable que tuvo Sakine en tiempos de prisión, soportando estoicamente las torturas más crueles, y escupiendo en la cara del verdugo. También hablan de las vidas libres de compañeras como Nagihan Akarsel, académica del Centro de Investigación de Jineolojî, asesinada a tiros en la calle en Sulaymaniyah, Región Autónoma del Kurdistán en Irak. Nagihan fue una gran pensadora, artista, filósofa, creadora. Antes hubo otros crímenes, como mencionan en una declaración de la oficina de relaciones con las Mujeres Kurdas (REPAK) y “muchas guerrilleras kurdas, integrantes de las Fuerzas de Autodefensa han sido martirizadas como consecuencia de la represión y de los ataques de invasión transfronteriza del Estado fascista turco contra el Kurdistán del Sur (norte de Irak) y el noreste de Siria”.
Las autoridades francesas son responsables de ocultar la verdadera razón del asesinato del 9 de enero de 2013, abriendo el camino de la impunidad para esta segunda masacre. Es por eso que la lucha contra la impunidad y la exigencia de Justicia, recorre numerosos territorios. No llama la atención que en Paris, cuando salieron a la calle con esta demanda, las y los manifestantes recibieron palos, gases, balas. Sin embargo las movilizaciones se suceden en distintos rincones del planeta. La consigna creada por el Movimiento de Mujeres de Kurdistan, resuena desde nuestro encendido Abya Yala, hasta Kurdistan: “Jin Jiyan Azadî - Mujer, Vida, Libertad” se repite como un compromiso.
La Revolución de las Mujeres no será detenida con balas. Está tejida con hilos fuertes, coloridos, listos para soportar los embates del fascismo, pero sobre todo, con la belleza que enamora y contagia coraje, sonrisas, esperanza firme, y crea puentes entre quienes están cambiando el mundo de un lado y del otro de los océanos, con la rebeldía necesaria para no dejarse ganar por la pereza de la resignación. Sakine, Rosa, Berta, son contraseña de las revoluciones que vendrán.
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