URUGUAY: Gorriones en las calles
Un ruidito de talones o del chancleteo de unas zapatillas, recorren las calles de la ciudad, a toda prisa y a toda hora, sin horizontes y sin rumbos.
El lustrabotas, con su cajoncito con betún, franela y cepillo, saca lustre a zapatos aburridos, hasta que su rostro se retrata en ellos y, enseguida, se borra entre la muchedumbre.
Unas piernitas flacas o pantaloncito raído, siempre el mismo, que guarda de recuerdo la comida de ayer, reclamada hoy por el estómago ruidoso, indiscreto e intransigente.
La camisa ya no recuerda su color de origen. La cabellera, una mata desgreñada, reñida con el peine y el jabón, o escondida por una gorra de visera.
Sus manitos, ya rudas, empuñando un lampazo se apresuran, en bandada, para limpiar los vidrios de los autos, antes de que el semáforo dé la luz verde del escape.
Te miran sin mirar y, si lo hacen ¡¡cuántos mensajes envueltos en sus ojos!!. Prefiero que me ignoren.
A veces, enarbolan diarios y revistas, sin que su clarín despierte el alba. Seguimos dormidos.
Otras veces pregonan golosinas o chipas, callando su dolor y rebeldía. Se siembra el rencor y la revancha.
En el ómnibus, interrumpen la abstracción o la conversación del pasajero, salvo la de los autistas que hablan con su celular.
Distribuyen estampitas o pedidos de ayuda para la madre o el hermano desahuciados, o lanzan al aire rancheras mejicanas o tristísimos canciones inventadas.
Por la noche se vuelven a sus casas donde los espera el drama cotidiano; la miseria, el padre ausente o sumido en los vahos del alcohol.
Si la calle es su hogar, duermen en cualquier sitio, o se agrupan bajo un puente o en alguna casa abandonada, a merced de la cola de zapatero, la pasta base o de adultos inescrupulosos, explotadores, que asesinan a la infancia en su capullo.
Es la parte de la sociedad que duele; es la herida que no se cura con cataplasma, esa limosna que tranquiliza algunas conciencias.
¿Sabes tú el remedio?
Selva
(Desde Uruguay. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)
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