ARGENTINA: los vuelos de la muerte
16 de diciembre de 2018
Los vuelos de la muerte
Imagen: Helen Zout
Con
la promesa de ser trasladados a una cárcel común, los
detenidos-desaparecidos eran vacunados y luego subidos a una avioneta o
helicóptero de la Fuerza Aérea. Pero en realidad estaban siendo dopados
para ser arrojados en pleno vuelo con más facilidad. El mecanismo fue
depurándose sobre la marcha: con el tiempo los asesinos comprendieron
que era mejor amputarle las extremidades y quitarles la ropa para
dificultar aún más la posibilidad de que sean reconocidos. Por las
dudas, también los ataban con sogas o alambres.
El primer militar que reconoció la existencia de los vuelos de la muerte fue Adolfo Scillingo, quién se entregó en España y allí fue condenado a mil años de prisión. Otros pilotos cometieron el descuido de comentarlo ante personas que los acusaron en la justicia, como les sucedió Emir Sisul Hess, Julio Poch o el Colorado Ormello. Fueron los primeros indicios fehacientes “desde adentro” sobre la existencia de un plan sistemático de desaparición de personas a través de esa siniestra operatoria.
Según reconstruyó el fiscal Federico Delgado tras escuchar a más de 600 testigos, los vuelos de la muerte eran realizados con aviones de la Fuerza Aérea, desde los cuales se arrojaban a “hombres y mujeres, siempre encapuchados o tabicados, esposados entre sí, con ropas sucias, en estado conciente; caminaban en fila ayudándose mutuamente y tenían aspecto muy deteriorado”.
De ese modo los cuerpos desnudos y mutilados fueron cayendo en distintas partes, desde el Delta del Paraná hasta aguas uruguayas, aunque las corrientes de los ríos y del océano devolvieron a muchos de ellos a la superficie. Así aparecieron uno tras otro en distintas localidades balnearias no sólo de Argentina, sino también de Uruguay. Todos fueron enterrados como NN en tumbas sin mojonear, o incluso en fosas comunes. Algunos fueron identificados. La pregunta es cuántos falta encontrar.
El primer militar que reconoció la existencia de los vuelos de la muerte fue Adolfo Scillingo, quién se entregó en España y allí fue condenado a mil años de prisión. Otros pilotos cometieron el descuido de comentarlo ante personas que los acusaron en la justicia, como les sucedió Emir Sisul Hess, Julio Poch o el Colorado Ormello. Fueron los primeros indicios fehacientes “desde adentro” sobre la existencia de un plan sistemático de desaparición de personas a través de esa siniestra operatoria.
Según reconstruyó el fiscal Federico Delgado tras escuchar a más de 600 testigos, los vuelos de la muerte eran realizados con aviones de la Fuerza Aérea, desde los cuales se arrojaban a “hombres y mujeres, siempre encapuchados o tabicados, esposados entre sí, con ropas sucias, en estado conciente; caminaban en fila ayudándose mutuamente y tenían aspecto muy deteriorado”.
De ese modo los cuerpos desnudos y mutilados fueron cayendo en distintas partes, desde el Delta del Paraná hasta aguas uruguayas, aunque las corrientes de los ríos y del océano devolvieron a muchos de ellos a la superficie. Así aparecieron uno tras otro en distintas localidades balnearias no sólo de Argentina, sino también de Uruguay. Todos fueron enterrados como NN en tumbas sin mojonear, o incluso en fosas comunes. Algunos fueron identificados. La pregunta es cuántos falta encontrar.
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