CHILE: la masacre contra los Portuarios de Valparaiso(12 demayo de 1903)



“Historias Okultas” La Masacre contra los Portuarios de Valparaíso (12 de mayo de 1903), y donde “El Mercurio” fue protagonista






Una de las matanzas menos conocida de comienzos del siglo XX fue la que ocurrió en Valparaíso el 12 y 13 de mayo de 1903, resultado de la insensibilidad social y la represión política con que la oligarquía nacional respondió al profundo malestar obrero por la decadencia de sus ya muy precarias condiciones materiales. Es importante recordar que la economía chilena de la época era extremadamente dependiente de las exportaciones de salitre, que se veían seriamente afectadas con las cíclicas crisis económicas internacionales como la que afectó al mundo en la primera década del siglo pasado.
En concreto, los eventos que antecedieron a la masacre comenzaron en abril de ese año con peticiones bastante moderadas efectuadas por los trabajadores portuarios que laboraban para la compañía inglesa Pacific Steam Navigation Company (PSNC): “Pretendían mejores salarios; una jornada tolerable; limitar el peso de los bultos y sacos; mayor plazo para el almuerzo; y que existiera una ‘matrícula’, es decir, no se pudiese contratar sino estibadores inscritos como tales” (Gonzalo Vial. Historia de Chile (1891-1973), Volumen I, Tomo II; Zig-Zag, Santiago, 1996; p. 887).
Sin embargo, la compañía rechazó todo lo solicitado y el 17 de abril se declaró la huelga: “Los ingleses mantuvieron su terca negativa: no aceptaban nada, ni conversar siquiera con el comité de huelga, ni admitían las gestiones ofrecidas por las autoridades locales. Esto hizo extenderse el conflicto. Cada gremio adherente -estibadores de la Sudamericana (de Vapores), lancheros, operarios que trabajaban en los pontones (‘chatas’) y muelle fiscal, etc.- iba agregando peticiones particulares. Las empresas, de su parte, emulaban la tozudez británica” (Ibid.). De este modo, “para el 20 de abril, la actividad del puerto cesó, mientras el número de huelguistas llegó a los 4.000, casi toda la mano de obra comprometida en las labores de carga y descarga” (Peter DeShazo. Urban Workers and Labor Unions in Chile, 1902-1927; The University of Wisconsin Press, Madison, 1983; p. 104).

ACUSAN A UN ALMIRANTE
Mientras tanto, los empleadores “rechazaron firmemente entrar en una negociación colectiva y sabotearon los esfuerzos de las autoridades marítimas estatales, de otras organizaciones laborales y de políticos de establecer un comité de arbitraje” (Ibid.; p. 105). A su vez, el director del territorio marítimo, el almirante Arturo Fernández Vial, manifestaba su inquietud ante esa inflexible actitud de los empresarios. En respuesta, El Mercurio de Valparaíso lo acusó el 19 de abril de ser “instigador y amparador de los huelguistas” (Fernando Ortiz Letelier. El movimiento obrero en Chile 1891-1919; Edic. Michay, Madrid, 1985; p. 151). Finalmente, ante la presión empresarial y comunicacional, Fernández Vial fue removido de su cargo por el gobierno (de Germán Riesco) y se acogió a retiro.
La situación se agravó con el reclutamiento de rompehuelgas entre los desempleados de Valparaíso y estibadores de otros puertos. Así, las actividades de estiba se reiniciaron el 27 de abril “con la policía protegiendo a los 100 rompehuelgas que el contratista había reclutado. Las autoridades marítimas ayudaron especialmente a las compañías navieras permitiendo que zarparan con tripulaciones menores que las legalmente permitidas. La policía y los trabajadores se enfrentaron por primera vez el 27, cuando los huelguistas trataron de impedir que los esquiroles entraran a la aduana” (DeShazo; p. 105).
Sin embargo, pareció que los huelguistas estaban siendo derrotados, a tal punto que “el 1º de mayo todos los diarios informaron de un aumento en la actividad del puerto y predijeron que la huelga sería pronto quebrada (…) La moral de los huelguistas empezó a flaquear sensiblemente, pero los anarquistas le inyectaron nueva vida a la huelga durante una concentración el 4 de mayo, en la cual (Magno) Espinoza fue el orador de fondo. El urgió a los trabajadores a adoptar tácticas de acción directa para obligar a los empleadores a entablar una mesa de negociaciones. Pese al comportamiento crecientemente agresivo de los marineros liderados por los anarquistas, las compañías fueron capaces de reclutar más rompehuelgas, y los intentos de los sindicatos de establecer un comité de arbitraje se comprobaron infructuosos. Hacia el 9 de mayo la huelga parecía condenada a un total fracaso” (Ibid.).
En un último intento pacífico, “el día 11 de mayo (…) los huelguistas entregaron al intendente de la provincia (…) José Alberto Bravo, un pliego de peticiones, que él se negó a atender, fundado en que la autoridad no podía mezclarse en los conflictos de esta clase” (Domingo Amunátegui Solar. La democracia en Chile; Edic. de la Universidad de Chile, Santiago, 1946; p. 324).

SE DESATA LA MASACRE
De este modo, el 12 de mayo en la mañana “los huelguistas se dirigieron a los muelles a fin de impedir que trabajaran los rompehuelgas. Obligados por la policía a retirarse se dirigen a la Plaza Echaurren, detienen el carro 42; el subprefecto de policía Washington Salvo dispara y mata al obrero Manuel Carvallo, la policía hiere a dos más. La tormenta se desencadenó. Los obreros repelen a la policía que huye ante las pedradas del pueblo. El intendente pide a Santiago se le envíen tropas. La marinería, ese mismo día, desembarca, pero se niega a disparar contra los huelguistas. Los obreros incendian el edificio de la CSAV (Compañía Sudamericana de Vapores) y el gerente huye por los tejados (…) El Mercurio es defendido por los empleados de ese periódico que disparan sobre la muchedumbre, siete cadáveres quedan frente al diario (…) tratan también los huelguistas de asaltar la casa de los principales accionistas de las intransigentes compañías y la casa del almirante Jorge Montt (reemplazante de Fernández Vial); en todas ellas los moradores se defienden a balazos. Casas de préstamos, despachos, el malecón son asaltados” (Ortiz; pp. 152-3).
La ciudad quedó entonces a merced de la multitud ya que las unidades militares llegaron de Santiago hacia la medianoche. A través de una feroz represión restablecieron el orden en la tarde del día 13: “Cerca de cien personas murieron durante los disturbios, y varios centenares más quedaron heridos. Pocos policías o personas de extracción socio-económica alta fueron lesionados y ninguno muerto, pero los cuerpos sin vida de trabajadores a veces decapitados, quedaron tirados por las calles y cerros de Valparaíso” (DeShazo; pp. 105-6). Esta cifra de muertos fue respaldada por Simon Collier y William Sater (ver A History of Chile, 1808-1994; Cambridge University Press, New York, 1996; p. 196); y por Fernando Ortiz (Ibid.; p. 153). Además, este último especificó que hubo ocho oficiales heridos y veinte soldados. Sin embargo, ¡los muertos “sumaron tres, según la versión oficial”! (Vial; p. 888).
Paradójicamente, “la huelga marítima terminó exitosamente para los trabajadores” (DeShazo; p. 106). Así, luego de convenir en un sistema de arbitraje, como producto del desastre, éste determinó que “los salarios fueran incrementados para todos los trabajadores entre 10% y 20%, el pago de horas extraordinarias fue concedido a algunos, y se estableció una jornada menor para los estibadores” (Ibid.).
Sin embargo, hubo una notable falta de reacción de los medios de comunicación, de las autoridades y los partidos políticos oligárquicos frente a la tragedia del puerto. De partida, no hubo ninguna investigación oficial de las muertes por parte de los poderes públicos, ni menos alguna sanción a quienes se excedieron en su labor represiva.

LA PALABRA DE “EL MERCURIO”
A su vez, El Mercurio (de Santiago), en su editorial del 13 de mayo, planteó de modo ominoso que “el momento no es para reflexionar, porque se trata simplemente de restablecer por cualquier medio el orden”; y añadía que “a la hora que escribimos estas líneas aún no sabemos si las tropas enviadas de Santiago a Valparaíso llegarán a su destino en tiempo para salvar las muchas otras propiedades de nacionales y extranjeros amenazadas”. Y se condolió exclusivamente por la “venganza” y “barbarie” que representaban para Chile las pérdidas materiales: “Lo que ocurre representa una de las más grandes vergüenzas porque pueda pasar este país. En dos o tres días más llegarán los huéspedes brasileros, que las ciudades esperan con ansiedad para demostrarles su simpatía. Ellos hallarán en Valparaíso un montón de escombros de los edificios incendiados y se preguntarán a qué extremos de barbarie ha descendido Chile” (El Mercurio; 13-5-1903).
Sintomáticamente, el mismo diario que ni se preocupó de consignar el centenar de muertes obreras de Valparaíso, registraba el 19 de mayo (seis días después) del mismo puerto lo siguiente: “Anteayer a las 9 de la mañana se encontraban en el malecón frente a la gobernación marítima un piquete de tropa de la marinería del blindado O’Higgins. El grumete Juan B. Contreras estaba examinando su rifle cuando se le escapó un tiro que fue a herir mortalmente al marinero 2° del mismo buque Alejandro Clavero, el cual dejó de existir momentos después” (El Mercurio; 19-5-1903).
A su vez, El Diario Ilustrado, en lugar de manifestar algún pesar por la gran pérdida de vidas e interrogarse por las tremendas injusticias sociales que estaban en la raíz de la revuelta, se limitó a expresar un pánico social frente a los trabajadores: “Si simultáneamente los obreros de la Mancomunal de Iquique, los de Valparaíso, los de la Maestranza y Ferrocarriles de Santiago, los de Viña del Mar, Concepción, Lota, Coronel y Talcahuano se hubieran alzado contra el orden constituido, ¿de qué medios habría echado mano la autoridad para mantenerlo? ¿Con qué tropa de línea habría contado para restablecerlo?” (15-5-1903).

SILENCIO OFICIAL
Notable fue también el parte enviado por el prefecto Alberto Acuña al intendente de Valparaíso. Luego de un pormenorizado registro de las propiedades comerciales e industriales del plano de la ciudad que fueron dañadas o amenazadas (incluyendo su nombre, dirección y propietario), respecto de las propiedades de los cerros señalaba: “Como en el territorio de ésta los negocios son de menor importancia, no me detendré a seguir en el detalle precedente para no alargar demasiado este informe”. Luego de los heridos indicaba: “Como es natural en sucesos de esta clase han resultado muchos heridos y contusos de una parte y otra, cuya relación, dada la premura del tiempo, no siempre exactos del primer momento, no alcanzo a hacer hoy” (El Mercurio; 18-5-1903). De las personas muertas, el informe no decía una palabra…
Por otro lado, la tragedia de Valparaíso no fue siquiera tema para las sesiones de la Cámara de Diputados del mes de mayo. Recién el 9 de junio aludió a ella el diputado conservador Eulogio Díaz Sagredo, pero solo para manifestar su preocupación por una información periodística que señalaba que el Departamento de Marina de Estados Unidos había ordenado que varios buques de guerra se dirigieran a Valparaíso “en previsión de que se puedan reproducir en ese puerto los últimos sangrientos sucesos”; y que “la escuadra del almirante Sumner se concretará únicamente a defender los intereses americanos que pueden ser amenazados con esos desórdenes” (Boletín de Sesiones de la Cámara; 9-6-1903).
Posteriormente, el 19 de junio, a raíz de los sucesos de Valparaíso, los diputados radicales presentaron una tímida propuesta para que se nombrara “una comisión especial encargada de estudiar el problema obrero, y de presentar un proyecto de ley relativo al trabajo, al arbitraje, al desarrollo del ahorro, a la indemnización en caso de accidentes y a mejorar la condición intelectual de los obreros” (Boletín de la Cámara; 19-6-1903). Al fundamentarla, el diputado Fidel Muñoz Rodríguez expresó que “el pueblo que durante más de veinte días había pedido a la autoridad que facilitara un arreglo con los patrones, acosado por la miseria y viendo que su trabajo no era efectivamente remunerado y que la autoridad no hacía nada para mejorar su situación, se lanzó a los excesos (…) y la ciudad se encontró sin defensa ante los revoltosos, el alto comercio se vio entregado al pillaje de la chusma y el pueblo enfurecido porque no se proporcionaba alivio alguno a su triste situación” (Ibid.) La propuesta fue rechazada al día siguiente por 36 votos contra 12.

LA DERECHA POLITICA
Al fundamentar su rechazo, el diputado liberal Guillermo Rivera Cotapos señaló que “en Chile no hay otra cuestión social económica que la constante depreciación de la moneda que ha traído una disminución efectiva de los salarios (…) El problema social económico que existe en Europa de exceso de oferta de brazos sobre demanda, no existe ni puede existir en un país como éste, que tiene inmensos territorios despoblados y riquezas naturales sin explotar” (Boletín; 19-6-1903).
A su vez, el diputado conservador Eulogio Díaz planteó que “aquí está pasando un fenómeno singular: nos estamos asustando con la cuestión obrera, con una cuestión que en realidad, como muy bien lo decía ayer el honorable Diputado por Quillota (Rivera), no existe en Chile, porque en verdad no puede decirse que se haya producido en Chile el problema o la cuestión obrera que es causa de preocupaciones en Europa” (Boletín; 20-6-1903).
Es decir, la insensibilidad social oligárquica y su voluntad de usar los medios más crueles y sanguinarios para “mantener el orden” se vieron paradójicamente fortalecidas con la masacre de Valparaíso. De este modo, se volverían a producir en los años siguientes terribles nuevas matanzas contra los sectores populares: Santiago en 1905; Antofagasta en 1906; y la más horrorosa de todas en 1907: la matanza de la escuela Santa María, de Iquique.

FELIPE PORTALES (*)
(*) Este artículo es parte de una serie que pretende resaltar aspectos o episodios relevantes de nuestra historia que permanecen olvidados. Ellos constituyen elaboraciones extraídas del libro del autor, Los mitos de la democracia chilena, publicado por Editorial Catalonia.
(Publicado en “Punto Final”, edición Nº 836, 21 4 de septiembre, 2015)

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