CUBA: En una vida sexual satisfactoria no cabe la violencia de género

De la redacción / Foto: SEMlac

Ellos, “insaciables”; ellas, siempre “dispuestas”, aunque digan NO. Sobre esta creencia de las sexualidades masculinas y femeninas se ha construido, históricamente, uno de los mayores mitos que sostienen la violencia de género, articulada entonces en el imaginario de la “virilidad masculina” y que ha servido durante siglos como justificación para pasar del deseo al control del cuerpo de las mujeres. Sobre esas creencias, sus vínculos con la violencia y la sexualidad para el disfrute de una vida plena, abunda la Doctora en Ciencias Psicológicas, investigadora titular y presidenta de la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad (Socumes), Beatriz Torres Rodríguez.

¿Cuáles son los mitos asociados al deseo sexual?
Prevalecen varios, como que la mujer tiene menos deseo sexual y debe aceptar, perdonar y justificar las infidelidades y los actos de violencia, porque sabe que “él la quiere”. Esta es una visión predominantemente masculina, aunque una parte de estos imaginarios es compartida por algunas mujeres.
Prevalece además una doble moral que otorga ciertas libertades a los hombres, no así a ellas, lo que ha llevado a una aceptación y reforzamiento de la masculinidad y ha marcado estereotipos tradicionales de género que indican para ellos una sexualidad orientada a la búsqueda del placer y la satisfacción del deseo sexual y a la mujer de la ternura.
Otro de los imaginarios tiene que ver con la idea de que las mujeres siempre tienen que estar dispuestas a captar las peticiones masculinas, como una forma de mostrar sus sentimientos hacia ellos.

¿Cómo se construye lo masculino y lo femenino desde el deseo sexual?
Al hombre se le reconoce biológicamente con mayor deseo sexual que a la mujer, lo que justifica las infidelidades, que deben ser aceptadas y perdonadas, mientras es censurado socialmente si estuviera dispuesto a perdonar la infidelidad femenina. Este último elemento tiene una importante significación, pues la desconfianza acerca de la fidelidad de la mujer constituye una de las principales excusas de violencia por parte de la pareja. Dichos mitos prevalecen con cierta frecuencia todavía entre las y los jóvenes, de acuerdo con varios estudios realizados.

¿Cuáles son las problemáticas más frecuentes que vinculan sexualidad y violencia, según su experiencia en la atención a parejas?
Los estudios reconocen que más de un tercio de las mujeres no tiene deseo sexual y una de cada cuatro no puede conseguir el orgasmo. Sin embargo, se estima un porcentaje afectado mayor, pero la mayoría no acude a consulta.
Como fenómeno reciente he vivenciado mayor afluencia de mujeres a consulta, lo que puede interpretarse por el aumento de los problemas de este tipo en las parejas o por una toma de conciencia en las filas femeninas, apoyadas en patrones de la contemporaneidad. Me adscribo a este último criterio, aun cuando ello no signifique una ausencia del primer elemento.
Al indagar en los malestares de la vida en pareja, en especial los trastornos más frecuentes de las mujeres en el área sexual, llama la atención el proceso prácticamente silenciado de la violencia de género.
No obstante, en los últimos tiempos se impone la presencia de mujeres preocupadas por su satisfacción sexual y afectiva, como derecho personal y generalmente vinculado al proyecto de pareja; síntoma que muestra la independencia ganada por la mujer, aunque todavía predomine en nuestra sociedad el ejercicio de una masculinidad hegemónica.
Hasta hace pocos años era utópico que una mujer se preocupara por el orgasmo, por sus deseos sexuales o porque su relación tuviera el elemento de pasión, además del de seguridad. Ahora, tanto las mujeres como los hombres se preocupan por lograr relaciones sexuales satisfactorias, acompañadas incluso por el vínculo emocional que la enriquece.
Por ello, decidimos indagar sobre si la violencia de género es un factor sustentador o precipitante, que se presenta como causa frecuente para que las mujeres sientan dañado el disfrute de una relación de pareja y sexual. Muchas mujeres, al inicio de la entrevista, no identificaban la violencia como causa de insatisfacción en la vida en pareja, o elemento que provocara pocos o nulos deseos de disfrutar un encuentro sexo-erótico. Pero después comenzaban quejas como: tener que abandonar o no priorizar planes y proyectos por dejar espacio para la pareja o la familia, asumir muchas tareas y no necesariamente las que más le motivaran; la llamada doble jornada y el rol de cuidadora familiar, que agota a la mujer y deja poco espacio para el placer.
También identificaron otras insatisfacciones de alcance más psicológico, dadas por mandatos de poder y culturales, como afectaciones en la autoestima, especialmente en las mujeres de la edad mediana, presionadas por desear parecer jóvenes y atractivas bajo las pautas de un modelo de belleza difícil de mantener a esas edades y muy relacionadas con la imagen proyectada en los medios de comunicación. Ellas sienten exigencia de una figura corporal que afecta su autoestima; además de las presiones familiares que las ubican en la disyuntiva de vivir una vida sexual satisfactoria u optar por una relación de estabilidad o compromiso, como si no pudieran conjugarse.

¿Qué disfunciones sexuales predominan en la pareja?
Las más frecuentes y vinculadas directamente con la violencia fueron los trastornos por falta de deseo o su disminución, especialmente en mujeres con relaciones de pareja de larga duración.
Nos llamó especialmente la atención una mujer de edad mediana que nos comentó: “No sé si es más doloroso haber tenido muchos años de relaciones sexuales plegadas a la frecuencia y mandatos de mi pareja, o haber sufrido una vez una violación”, lo cual muestra la intensidad del sufrimiento de esta mujer.
También hay que tener en cuenta qué percepción tienen hombres y mujeres sobre el hecho de que ellas pueden no tener deseos de relaciones sexuales y por ello no están en la obligación de aceptar o ceder a la relación; sin sentirse culpables, o dejar que pongan en duda sus sentimientos. Esto cada vez es más visibilizado como violencia por las mujeres, no así por los hombres.
Como terapeutas y consejeros, necesitamos trabajar con las parejas, educando y orientando sobre las diferentes expresiones de violencia, sus implicaciones y centrándonos en la mujer violentada, a veces ultrajada. Pero también en su pareja, para lograr el progreso de habilidades sociales como la empatía, la asertividad, la negociación, la toma de decisiones conjuntas y una buena comunicación. Mostrándoles las diferentes alternativas de solución, pero buscando que solo ella y su pareja tengan el poder de escoger el camino a seguir: la disolución del vínculo o desarrollar nuevas estrategias en esta esfera de relación, sobre la base del respeto mutuo.

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