El peronismo feminista es todavía un oxímoron.






La posverdad del peronismo feminista, por María del Carmen Feijoó
Artículo publicado en el número 1 de la revista Movimiento: http://www.revistamovimiento.com/
“Ni una menos”, “me too”, “vivas nos queremos”… Ahora es fácil –y casi obligatorio– el besamanos más o menos convincente a la causa de las mujeres con una fuerte interpelación de contenido feminista. Hemos llegado a ver en las redes sociales una foto de la Evita militante –que las mujeres peronistas de mi edad tuvimos en nuestras casas– con el pañuelo verde de la campaña nacional por el aborto legal, seguro y gratuito. Pero esto estuvo lejos de ser siempre así. Por el contrario, fue muy difícil ser peronista y feminista. Más bien ha sido un problema sin resolución. Instalar el ícono de un peronismo feminista no ayuda a entender nuestro pasado y la deuda que el peronismo –al igual que otros partidos políticos, pero la deuda que me importa es la del peronismo– tiene con la causa de las mujeres.
Se trata de un cruce sin resolución entre dos identidades: la de peronista y la de feminista. Es un cruce en el sentido literal, casi una colisión, porque una identidad se cruza con la otra no como articulación, sino como dilema. Esto no implica desconocer el hecho de que la acción del peronismo significó un fuerte empoderamiento de las mujeres: son hitos incuestionables el sufragio femenino, la primera aplicación del cupo –con frecuencia olvidada– en las elecciones de 1951, la vice presidencia primera de la Cámara de Diputados en 1953 en cabeza de una mujer (Delia Degliuomini de Parodi), la legislación de protección a las mujeres en el mundo del trabajo o el mejoramiento de las condiciones de vida para el conjunto de la clase trabajadora. Así como son hitos la incomprensión que muchas mujeres feministas de clase alta tuvieron acerca de lo que implicaba el peronismo. Baste recordar a Victoria Ocampo cuestionando el proyecto de ley de sufragio femenino, al plantear que las mujeres argentinas se negaban a recibir esa ley de manos que llevaran armas…. las del general Perón.
Pero todos esos avances se encuentran lejos de configurar un pensamiento feminista, tal y como lo entendemos ahora. El peronismo originario no puso en cuestión el papel de la mujer en el interior del hogar. Formuló un discurso de carácter ambiguo que no se centraba en la subordinación de la mujer en la familia, mientras la presentaba como garante de su dinámica cotidiana y generacional. Por supuesto, podría entablarse una guerra de citas, seguramente empezando por La Razón de mi Vida y siguiendo con producciones de carácter conservador dentro del peronismo.
Las mujeres peronistas y feministas manejamos estas contradicciones como pudimos, según el grado de maduración de nuestra sociedad en cada momento histórico y en nuestras fuerzas políticas. Hoy tal vez estemos en el momento más innovador. Estamos en mejores condiciones para discutir en este proceso de avance colectivo con el conjunto de las mujeres. Pero antes que realizar generalizaciones banales sobre cómo se desarrolló, vale la pena revisar su desarrollo en el tiempo largo de la historia.
El punto de mayor condensación de los límites del peronismo histórico para entender el rol de la mujer en la sociedad y sus probabilidades de romper los confines de ese tradicionalismo opresor se expresa en la política demográfica del peronismo: su alineación con posturas natalistas que sacrificaban sin ningún tipo de debate los derechos de las mujeres que iban más allá de la participación política y la mejora de sus condiciones de vida, y dejaban fuera el personalísimo derecho de las mujeres a tomar decisiones sobre su propio cuerpo. Hay una amplia tradición en los movimientos populares anticolonialistas del Tercer Mundo que considera que el potencial demográfico es un arma de lucha contra el imperio. Por ejemplo, en la actualidad, el caso de Palestina en el marco de la resistencia al dominio del Estado de Israel. Otro ejemplo es el debate de los décadas del 50 y el 60 alrededor de las políticas de control de la natalidad en la región: se las consideraba inextricablemente asociadas con el modelo desarrollista modernizador. Aunque también vale recordar que, tal como fueron aplicadas en algunos países de América Latina y el Caribe, estaba ausente el derecho al cuerpo, que era intervenido por acciones sin consentimiento, como el caso de las ligaduras de trompas, o la difusión indiscriminada de anticonceptivos, o el establecimiento de tamaños de familia “ideal” para promover el cambio social. Frente a estas acciones violatorias de los derechos humanos, hay un coro monocorde que señala que cualquier intervención de esas características es sólo una estrategia imperialista, e igualando los derechos con las violaciones de los derechos, cuestiona también la lucha actual por el aborto voluntario. En algunas de las redes sociales virtuales peronistas de las que formo parte en la actualidad, esta lucha aparece anatemizada desde la doctrina con viejos argumentos, que postulan por ejemplo que el derecho al cuerpo es sólo parte de las estrategias de penetración imperialista.
Pero además de esto, está el desconocimiento de los deseos y las prácticas de las mujeres y las parejas en una sociedad como la argentina, en la cual se venía registrando una sistemática disminución del número de hijos. Como en tantos lugares, el aborto habrá sido una estrategia sistemática de reducción de la fecundidad. Pero además de esa hipótesis, poco es lo que sabemos de esas mujeres peronistas de las décadas del 40 al 60, entre otras cosas, porque nunca les fue preguntado qué pensaban sobre su posición en la sociedad, y porque Evita habló por todas. Lo que pasaba en el interior del hogar era considerado parte de una vida “privada” que se resolvía dentro de la pareja. El canon seguía planteando: “siempre al lado del hombre, nunca adelante”. No estaban dadas las condiciones para la implantación de un feminismo que hablara a la mujer como un sujeto social con problemas e intereses propios, además de los de su pertenencia al conjunto de la clase trabajadora. De ahí proviene seguramente el intento actual de utopía reparadora de una Evita con el pañuelo verde.
Por supuesto que estas restricciones no fueron suficientes para que las mujeres no se embarcaran activamente en la resistencia barrial tras el golpe militar del 55 y mantuvieran su accionar en distintos gremios y organizaciones de base, o fueran a la cárcel por haber votado leyes, las que eran legisladoras. Pero vistas desde la perspectiva actual, eran mujeres incompletas, porque la dimensión de su vida privada –habría mucho que investigar al respecto– no estaba presente o estaba silenciada. Más probablemente, pasaban las dos cosas.
Pero los 60 fueron cambiando el escenario, tanto para las mujeres de las capas medias como para las de sectores populares. En esos 60, que fueron un laboratorio de lo que pasaría en las décadas siguientes, se fue produciendo un deslizamiento hacia la individuación, también a partir de procesos que la facilitaron: cambios en la moral social, o avances científicos como la pastilla anticonceptiva, piedra filosofal que ponía por primera vez el derecho a su cuerpo en sus propias manos. Los 70 fueron un estallido notable de militancia, y con ella de protagonismo femenino y de organizaciones de mujeres más disruptivas que la vieja rama femenina. Aún en ese activismo más consciente, estábamos lejos de pensar en una unidad sobre la base del género. “Mujeres, mujeres, / mujeres son las nuestras, / mujeres peronistas / las demás están de muestra”, era una forma de expresar esas fracturas.
El cambio más radical, como se ha dicho tantas veces, se produjo durante y después de la dictadura del Terrorismo de Estado. Las que estábamos en el país fuimos testigos de un modelo represivo ensañado con las mujeres, especialmente en su condición de madres. El movimiento de las Madres de Plaza de Mayo resistió con un accionar antiautoritario centrado en la condición de madres, quintaesencia de la condición femenina. Las que se exilaron entraron en contacto con la realidad que encontraron en sus países de destino y vivieron un corrimiento del velo sobre la condición de género. Cuando volvieron eran otras, porque habían incorporado a sus prácticas el reconocimiento de su condición de mujeres a partir de la lectura de sus problemas de género, habían superado esa contradicción entre clase y género, entendiendo que una dimensión retroalimentaba a la otra en la forma de configurar nuestros problemas. Las que nos quedamos también habíamos hecho procesos similares, acorraladas en la vida privada ante un espacio público denegado e inexistente. En mi caso particular, me dediqué a la investigación histórica y en ella fui encontrando respuestas a cosas que me pasaban y que no podía nombrar más que como malestares, sin saber todavía que se trataba de cuestiones de género. No me pasaban a mí sola: no eran personales, eran colectivas. Es imposible enumerar a todas las que hicieron diferencias en cada grupo.
A continuación, a riesgo de ser injusta, mencionaré solamente a unas pocas.
En ese contexto de la transición democrática volvimos activas al peronismo, del que nunca nos habíamos ido. Volvieron las viejas mujeres de la resistencia peronista, las de la estructura formal del partido, las de historias de militancia incuestionables. Y con ellas aparecieron otras, como Olga Martín de Hammar, regresada de su exilio en Suecia, quien empezó sin temores a difundir la necesidad de la organización feminista de las mujeres, sin cortar sus vínculos con el partido y acercándose al sindicalismo. En los 80 vino la Renovación Peronista, de la mano de Antonio Cafiero, un dirigente tradicional pero con una visión y una apertura al cambio extraordinarias, que promovió un proceso de acercamiento de las mujeres que culminó con el triunfo de la Renovación y la apertura del primer organismo provincial que fue el Consejo de la Mujer de la Provincia de Buenos Aires, creado en parte a partir de los aprendizajes de sus similares de Brasil. Ese consejo también estuvo dividido por las tensiones internas entre las que eran sólo mujeres peronistas y las que éramos feministas y peronistas, pero en todo caso esas rispideces no bloquearon iniciativas tan revulsivas como la creación de las Comisarías de la Mujer que se ocupaban de la violencia, tema que Monzón puso en el foco de la atención pública con el asesinato de Alicia Muñiz. Cafiero siempre acompañó, ayudándonos a mover los miles de obstáculos para lograr ese objetivo, en una policía bonaerense que era todavía la de Camps. Ya con Menem en el gobierno se creó el Consejo Nacional de la Mujer, parte de cuya acción estuvo garantizada por Virginia Franganillo en su dirección. También se aprobó la Ley de cupo en 1991, fogoneada por las numerosas mujeres del PJ Capital.
Mientras tanto, en el ámbito de las ideas, la revista Unidos entre 1983 y 1991 daba cuenta de la intervención de una nueva oleada generacional en el viejo peronismo. Esa revista, innovadora desde muchos puntos de vista, era totalmente masculina, y en ese sentido era fiel al silencio impuesto a las mujeres en el movimiento. Al punto tal que tardíamente dio lugar al tímido nacimiento de Unidas, en cuya creación tuvo mucho que ver Liliana Chiernajowsky, entre otras muchas compañeras. También, la revista Mujeres del PJ Metropolitano de fines de la década de los 80 colaboró en la construcción de este campo. La visión feminista y peronista surgía como apéndice de los medios masculinos. Aún hoy, y aunque la Biblioteca Nacional reeditó la revista Unidos, encontrar Unidas ha sido –al menos para mí– una difícil misión, y esa ausencia marca el silencio que hay que superar para constituir una historia coral del peronismo que involucre a todas y a todos los participantes.
Mientras tanto, el mundo académico y de investigación realizaba una auténtica recorrida sobre los problemas de las mujeres, e iba poniendo a disposición de la opinión pública muchos de esos hallazgos. Se produjo también un desarrollo organizativo de grupos feministas, como la Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer (ATEM), Lugar de Mujer, o la orientación de género del Servicio Universitario Mundial (SUM). Se producía así un circuito francamente virtuoso que iba dando lugar al nacimiento de un feminismo latinoamericano y transversal, uno de cuyos hitos más importantes fue la creación del Encuentro Nacional de Mujeres en 1985. Después vinieron los Encuentros Nacionales de Mujeres, que hoy van por el número 32, los que, con la asunción del tema de parte de la izquierda y sus organizaciones y las colectivas de disidencia sexual, constituyen eventos masivos. Al de 2017 asistieron 60.000 mujeres, con una agenda que se profundiza día a día y no teme ser parte de una estrategia de penetración imperialista. Mucho más recientemente y en el marco del Instituto Juan Perón, debe consignarse la aparición de la revista Género y Peronismo, dirigida por Ana Zeliz, que a partir de 2008 realizó una contribución relevante para suturar la brecha a la que se refiere esta nota.
Todo ello no impidió la orientación conservadora del gobierno de Menem, que –en la paradójica forma en que el peronismo consolida su agenda– se movió desde la ley de cuotas parlamentarias hasta las reservas realizadas por el país en la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo de El Cairo, en 1994. En ella, la Argentina realizó reservas frente a conceptos tales como el de salud reproductiva, lo que nos colocó junto con regímenes políticos teocráticos y el propio Vaticano. Estas reservas fueron levantadas en la reunión de la Comisión de Población y Desarrollo de CEPAL, en Puerto Rico en 2004, en el marco de una batalla que enfrentaba internamente a sectores del gobierno kirchnerista.
Ahora, un feminismo propio se expande en el mundo de los sectores populares, especialmente fogoneado por las chicas jóvenes, estas chicas que pudieron verse liberadas de las batallas que nos tocó dar a las que no somos jóvenes. Es una experiencia vivificante, una forma de sufrir y gozar los problemas de las mujeres, sin ningún complejo de que esas luchas las estén apartando de algún canon político. Es una manera de vivir el mundo en el entrecruzamiento entre género y clase, entre ideología feminista y pensamiento peronista. Como intentamos argumentar en este artículo, este objetivo es una deuda pendiente. Esa fusión no está hecha todavía, está en construcción. No es sencilla, ya que el peronismo ha sido centralmente un partido de hombres, y su transformación en uno de iguales es otra expresión más de la lucha contra el patriarcado. El peronismo feminista es todavía un oxímoron. Pero lo que es una realidad tangible son los cientos de miles de compañeras feministas y peronistas que no tienen temor a ninguneos, ni a dedos acusadores de la ortodoxia.

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