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ARGENTINA: Paula Martínez, víctima de una violación grupal y de la justicia machista

La madre cuenta el caso y lo que pasó después

La terrible historia de Paula Martínez, víctima de una violación grupal y de la justicia machista

Paula sufrió el ataque cuando tenía 18 años y fue permanentemente revictimizada por el acoso de los abusadores y sus familias y por el maltrato de una justicia sin perspectiva de género. El juicio empieza en abril, pero ella no lo verá. Se suicidó a los 23, en diciembre de 2021.

Sandra Zapata, la mamá de Paula, continúa la lucha contra los que agredieron a su hiija. (Fuente: Sandra Cartasso)
Sandra Zapata, la mamá de Paula, continúa la lucha contra los que agredieron a su hiija.. Imagen: Sandra Cartasso

“La violencia deja marcas, no verlas deja femicidios”, afirma el juez de Garantías, Diego Agüero, titular del Juzgado Nº 6 de Florencio Varela, en el fallo que elevó a juicio la causa en la que al menos cinco hombres violaron a Paula Martínez en diciembre de 2016, cuando tenía 18 años. La víctima --que vivió un infierno por las amenazas de los familiares de los violadores y no contó con una asistencia eficaz del Estado-- atravesó varios intentos de suicidios y estuvo internada en el hospital psiquiátrico Melchor Romero. Antes de que se conociera la fecha de ese juicio que tanto esperó, y que se realizará el próximo 4, 6 y 7 de abril, Martínez se suicidó, a los 23 años, el 26 de diciembre de 2021. 

Cuatro de los violadores, Diego Domínguez, Gustavo Carbonel, Cristian Chávez y Rubén Chávez, están detenidos. Pero hay un prófugo, Mauro Nair Goncalves, imputado también por el delito de abuso sexual con acceso carnal agravado por la participación de dos o más personas, y una recompensa de 4 millones de pesos para quien pueda aportar información sobre su paradero.

A los 42 años, Sandra Zapata, la mamá de Paula, sabe que la lucha continúa para que su hija tenga la justicia que no llegó a tiempo. “Estamos buscando a un prófugo y necesitamos que la sociedad se comprometa, que donde lo vean lo denuncien para que no le quede hueco por donde esconderse. Quiero que el prófugo y los detenidos paguen por lo que hicieron. Y, si es posible, que salga a la luz quiénes más estuvieron esa noche, porque Paula vio más siluetas que no pudo identificar”, dice Zapata a Página/12.

Cuando la invitaron a una fiesta enfrente de su casa en Florencio Varela, Paula dijo que no quería ir. Entonces trabajaba en la concesionaria Autos del Sur, se levantaba temprano y tenía dos hijos chiquitos. Pero le insistieron tanto que terminó aceptando. Ese 10 de diciembre de 2016, en la fiesta, un joven le dio una bebida que tenía burundanga, una droga que provoca “un estado de sumisión ante cualquier orden”, como explica Agüero en el fallo que elevó a juicio la causa. Paula empezó a sentirse mal, muy mareada. En un momento salió de la casa, la subieron a una Traffic blanca y la llevaron a la habitación de otra casa cercana, donde la violaron más de cinco hombres. Aunque la filmaron, nunca se secuestraron los celulares. Cuando fue a la comisaría a hacer la denuncia, no se aplicó el protocolo para víctimas de violencia sexual.

La sociedad machista y la víctima

“Siempre luché al lado de mi hija. Yo necesito honrar su memoria buscando justicia por ella. No estoy sola, tengo a todo un equipo acompañándome que creyó en Paula. Eso es lindo porque Pau se chocó con que nadie creía en ella; hasta que llegó acá, al juzgado, en una de sus marchas, y se encontró con que había gente que sí le creyó: el doctor Diego Agüero y Martín Grizzuti, el secretario. Gracias a ellos hubo allanamientos y detenciones”, repasa Zapata desde el Juzgado de Garantías N°6 de Florencio Varela. “Esta es una sociedad machista donde lo primero que se mira es a la víctima; me duele mucho que no se juzgue al victimario porque tiene la apariencia de una vida sana o buena, cuando en realidad son los peores perversos que hay; dan asco cómo someten a las chicas”, reflexiona Zapata y agrega que lo primero que criticaron de su hija fue “cómo va a una fiesta si es madre”. “Paula inició su lucha sin el apoyo de la sociedad --recuerda--. Las víctimas siguen solas, se las deja sin trabajo, sin asistencia, sin apoyo, sin contención; es muy difícil sobrellevar un abuso y más un abuso en manada”.

Paula convivió con el hostigamiento permanente de los violadores y sus familiares, vecinos de Florencio Varela. “El hombre que vive al lado de mi casa es el tío de Chávez, uno de los violadores. En estos cinco años construyó en un terreno baldío tres casas él solo; no sé cómo hizo porque yo no puedo cambiar un vidrio. Los vidrios de mi casa todavía están rotos de cada crisis que tuvo Paula; rompía un vidrio y se cortaba, rompía un vidrio y se cortaba… El hostigamiento hacia Paula fue total. Más allá que la mató lo que le hicieron, lo que más la mató fue el hostigamiento”. 

Zapata confiesa que tiene miedo de que la maten porque es la testigo principal de la causa de su hija, “que incluye trata, narcos, policía, políticos, gente muy poderosa”, aclara. “Me amenazaron que van a matar a mis hijos y a mí y que van a decir que yo los maté y me maté. Eso me generó mucho más miedo del que ya de por sí tengo. Aunque todo encaje en un suicidio, todavía no puedo decir si mi hija se suicidó”, duda la madre de Paula.

Los tiempos de la justicia

Al mes de la violación grupal, Paula fue a ver a la fiscal. La atendió en la ventanilla de la fiscalía Gustavo Rodríguez, jefe de asistencia a la víctima que se presentó como secretario de la fiscal Claudia Brezovec, la primera que tomó la causa, y le dijo: “la fiscal no te cree”. Ese día empezó a cortarse, a tomar pastillas; luego decidieron medicarla. 

“Paula estuvo internada en el Melchor Romero y también en un centro; recorrimos mil y una guardias psiquiátricas; estuvo internada por cortarse, por tomar pastillas, por ataques de nervios…”, enumera Zapata ese calvario íntimo y cuenta cómo encontró a su hija muerta en el living de la casa donde vivían. “Como se colgó con una cadena de un ventilador, a mi hermano, que fue el primero que la vio, le pareció que ella estaba parada porque tenía un pie apoyado en el piso, el otro en una silla y la mano sobre la mesa. Cuando entré, también pensé que estaba parada porque no veía la cadena. La abracé, pero ya estaba muerta. Esta vez no la pude salvar; llegué tarde”.

“Los tiempos de la justicia a Paula la angustiaban muchísimo, como a todas las sobrevivientes --plantea Romina Doncel, abogada especialista en género--. La víctima tiene que hacerse una pericia y quizá está ocho horas esperando a que la atiendan y la tratan mal. La justicia no tiene la voluntad de ser expedita, respetuosa y tener perspectiva de género. No les creen en muchos casos y se toman demasiado tiempo, y eso no tiene que ver con avasallar los procesos judiciales, sino con entender que una sobreviviente no puede estar cinco años esperando un juicio. Es muy angustiante”, define Doncel. 

“A las sobrevivientes las dejan sin asistencia económica, sin asistencia habitacional, sin asistencia psicológica y sin recursos; tienen que estar convenciendo todo el tiempo de que fueron víctimas de un abuso y no les permiten ponerse fuertes; hay que ser una víctima ideal, mostrarse débil y destruida. Si te mostrás fuerte y sos sobreviviente, estás mintiendo. Eso es muy revictimizante”, advierte la abogada.

La madre de Paula coincide. “No nos podemos mostrar fuertes porque entonces no te duele. Mi hija, por más que estaba mal, subía fotos en sus redes sociales y se mostraba fuerte. Eso es de una guerrera que sabía que toda una sociedad la juzgaba porque una persona violada tiene que estar destruida. Paula estaba destruida, pero se puso fuerte y empezó a mostrar fortaleza. Paula deja una huella muy grande, aunque también un dolor muy grande”, concluye Zapata.

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