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ARGENTINA: Primer encuentro de quienes no fueron ni secuestradxs ni exiliadxs

El Insilio: La nueva voz que emerge entre las y los sobrevivientes de la última dictadura

La palabra “insilio” no existe en el diccionario, pero para un grupo de mujeres militantes de los 70 y golpeadas por la última dictadura, define las secuelas que les dejó el terrorismo de Estado: "Parecía que estábamos viviendo, pero era todo una mueca". El rescate de la historia de una reconstrucción en nueva clave.

El lanzamiento de "Insilio", en el Archivo de la Memoria de Córdoba.
El lanzamiento de "Insilio", en el Archivo de la Memoria de Córdoba.

La búsqueda de “insilio” en el diccionario arroja cero resultados. Sin embargo, para un grupo de mujeres, todas militantes de los 70, todas golpeadas por la última dictadura cívico militar eclesiástica –algún hermane, algún sobrine o compañere secuestrade, detenide, desaparecide–, es la palabra que define las secuelas que el terrorismo de Estado dejó en sus propias subjetividades, en lo más íntimo de aquellos días de angustia, de miedo, de despersonalización, y el nombre que le pusieron a una iniciativa que busca amplificar sus historias y las de quienes vivieron lo mismo. “Ésta es una sociedad que tiene en su seno miles y miles, no sabemos cuántos, de sobrevivientes que sufrimos el insilio en el más absoluto silencio y aislamiento. Queremos encontrarnos, abrazarnos, compartir lo que vivimos”, dice María del Carmen Torres, una de las impulsoras.

Maricarmen comparte con otras siete mujeres la tarea de la comisión de Prensa de la regional cordobesa de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, especialmente en la elaboración del periódico sobre juicios de lesa humanidad que publican, “Será Justicia”. El puntapié lo dieron Bety Argañaraz, la secretaria de Prensa, y Olga Acosta, que falleció el año pasado, antes de que la Covid impidiera los encuentros, y rápidamente acaparó la atención de la comisión. “Nos dimos cuenta de que nuestra preocupación durante años fue la de darle voz a quienes no la tienen. Pero nunca nos pusimos a hablar de nosotras mismas”, apuntó Argañaraz, que habló con Página|12 del “descubrimiento” que realizaron de “un hilo invisible” que las une, “un hilo hecho de silencio y dolor”.


Postpandemia retomaron el camino, que las llevó a un proyecto de socialización de la experiencia, de sistematización y de visibilización: “Queremos conocernos, contarnos, hablarnos y organizarnos si es la necesidad”, aclaró la secretaria. Imaginan la conformación de un nuevo colectivo vinculado con las violaciones a los derechos humanos de la última dictadura que de alguna manera “complete” el proceso de Memoria, Verdad y Justicia porque “le falta una parte, la nuestra, la de los insiliados”, añadió Torres. El lanzamiento de “Insilio” se llevó a cabo el jueves pasado en el Archivo de la Memoria de Córdoba, junto al proyecto de Investigación “Historia oral e historia reciente de Córdoba. Prácticas, experiencias, teoría, metodología”, del Centro de Investigaciones María Saleme de Burnichon de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC). Invitan a sumar experiencias a través del contacto con este correo electrónico: insilio1976@hotmail.com

Un bolsito, dos pasajes y a La Rioja

La familia de Bety Argañaraz está “llena de militantes revolucionarios”. Entre mediados de los 70 y el fin de la última dictadura, perdió a siete de elles: un hermano muerto en Villa María, su esposa secuestrada en Córdoba capital, una hermana y su compañero caída en la Noche de las Corbatas, embarazada –María de las Mercedes y Tomás Fresneda–, entre otres. “Cuando le allanaron la casa a mi suegro dijo basta. Yo estaba en la Unidad Penal 1, visitando a mi hermano preso. Cuando salí me estaba esperando con mi compañero y con mi hijo, de menos de un año. Un bolsito, dos pasajes y nos tuvimos que ir a La Rioja”, resumió.

La familia pasó un tiempo allí, de casa en casa, “con muy pocos recursos”, y luego fue a Catamarca. “El insilio no se parece en nada al exilio interno”, definió, y ejemplificó con su caso: “Caían muchos compañeros, tenía a la familia muerta o perseguida, la sensación de la muerte en la nuca y todo ese dolor infinito debió ser silenciado”.

Ese silencio le imposibilitó “forjar pertenencia” y “vínculos” en los lugares en donde tuvo que vivir hasta que “todo aclare”, algo que “marcó mi vida y la de todos los insiliados”, dijo. “No poder vincularte desde la verdad con el mundo es muy difícil. Parecía que estábamos viviendo y sin embargo todo era una mueca”. Bety define al insilio como “una escisión entre un afuera muy hostil y un adentro lastimado. Y cuando volvimos, la cosa fue igual de dolorosa. Porque apareció la pregunta: ‘¿y vos por qué estás viva?”.

La vigilancia

Julia Soulier tenía 15 años y militaba en el centro de estudiantes de su colegio Nuestra señora de Loreto y hasta que terminó el secundario tuvo que “soportar” que la preceptora y la vicerrectora le preguntaran por su hermano Luis y su novio de entonces, Miguel. Ambos habían sido secuestrados. También su otro hermano Roberto, y su cuñada. Todos fueron desaparecidos en La Perla. “Durante años me sentí vigilada en el colegio. Años después supe que el profesor de Filosofía era el que pasaba los nombres de estudiantes militantes al Arzobispado de Córdoba”, apuntó.

Vivió su insilio sin moverse media cuadra de su casa, adonde militares acudieron durante los tres años que siguieron al secuestro de sus hermanos a extorsionar a su papá. “Le pedían plata con la promesa de que los iban a cuidar y cuando lo dejaron en la ruina lo amenazaron con que me iban a llevar a mí. Durante años caminé las calles de mi barrio sin que mis amigos supieran el terror que tenía de que me secuestraran”.

Volver al pueblo

María del Carmen Torres era psicóloga, vivía en Córdoba Capital y militaba en el PRT junto a su compañero, Daniel Carigliano, delegado en el frigorífico Mediterráneo. Después de que Daniel “cayó” en marzo del ‘76, Maricarmen debió “esconder toda una vida de militancia” muy adentro suyo. “Perdí todo vínculo con la organización y me fui de Córdoba. Estaba embarazada y tenía un hijo de tres años, que vivía más con sus abuelos que conmigo, porque hasta el parto estuve de casa en casa, los parientes me miraban con cara de mucho miedo”, relató.

Después de tener a su segundo hijo, volvió a su pueblo natal "a hacer una vida completamente escindida de lo que había sido hasta ese momento. Yo, que militaba desde hacía diez años, de repente estaba dando clases, siendo otra frente a todo el mundo. Es como borrarte del mapa”.

Un DNI adentro de una lata de leche

Lo primero que contó Ana Guillaume a Página|12 fue que, cuando se fue, su mamá enterró su DNI en el fondo de su casa, adentro de una lata de leche Nido. “Sabía que iba a poder volver a usarlo en algún momento”. Es que para ella, lo más difícil del insilio fue tener que vivir con otro nombre.

Ana militaba desde 1971 en Vanguardia Comunista. Se quedó en Córdoba capital hasta 1978, cuando cayó casi todo el comité central del partido en Buenos Aires. Y hacia allí, justamente, se fueron con su compañero. “Ya teníamos un bebé, nos instalamos en González Catán, en dos cuartitos de un barrio precario desde donde continuábamos haciendo el periódico del partido. Fueron años de no dormir, de temor a que nos cayera un operativo rastrillaje”, contó Ana. Sin embargo, lo que recuerda con mayor angustia es su vida bajo el nombre de Mónica: “No me quedó nada. No pudimos compartir nada verdadero de nuestras vidas, nuestras ideas, con nadie. Conocimos gente hermosa que nunca supieron quién era yo realmente, que me conocieron como Mónica”. Dice que el miedo se le fue por completo cuando comenzaron los juicios de lesa humanidad en Córdoba.

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