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TUVALU se hunde

Piratas

El ministro de Relaciones Exteriores de Tuvalu grabó un mensaje con el agua hasta las rodillas para alertar que su país puede desaparecer.
El ministro de Relaciones Exteriores de Tuvalu grabó un mensaje con el agua hasta las rodillas para alertar que su país puede desaparecer.

De todo tipo, de todo color y laya son los piratas actuales. Antes, al menos en la ficción, se los podía reconocer por la pata de palo y el parche en el ojo y quizá hasta un loro en el hombro. Hoy en día las cosas se nos complican al máximo y los hay hasta totalmente invisibles. Esos son los piratas informáticos.

Después están los otros, los de aire inocente que arrasan con el planeta y hacen desmanes que envenenan las aguas y los aires. De éstos últimos sobre todo trata la presente reflexión. Y también trata de lo que podríamos llamar prudencia aunque quizá sea solo miedo, puro y simple. Hoy, sin ir más lejos, apareció en mi bandeja de Recibidos un mail dirigido a “Queridos amigos y amigas” firmado por Kausea Natano,
Primer ministro de Tuvalu. Es un pedido de socorro: su pequeño país insular está a punto de quedar bajo el agua a causa del progresivo calentamiento global y las subsecuentes crecientes de mares y océanos por tanto glaciar, iceberg y demás hielos continentales en tren de licuefacción, entre otras atrocidades que le vamos infligiendo a diario a nuestro ecosistema, nosotros, los ávidos seres humanos que en lugar de disfrutar de la bella y ubérrima madre naturaleza la diezmamos sin piedad.

En el presente caso se trata de un mensaje lógico que despierta mi inmediata empatía. Pero ¿qué tal si es una trampa? La desconfianza, mal que nos pese, siempre está al acecho. Cierto es que el firmante del mensaje no solicita número de cuenta bancaria o algo por el estilo, como solían hacerlo aquellos que supuestamente escribían desde un remoto rincón del África pidiendo albergue para varios millones de dólares necesitados de salirse de madre. Este nuevo mensaje sólo nos piden una simple firma, clic y ya está. Pero ¿qué tal si en ese clic se nos va la vida? Es decir la vida laboral, económica, personal, todo lo que el vientre de nuestra computadora (solo inocente en apariencia) alberga. Un mínimo de privacidad aún nos queda, con suerte, y clic ahí se va por el simple hecho de firmar con la mejor de las intenciones.

Aquí firmaríamos en contra de, por ejemplo, los combustibles fósiles que están diezmando la capa de ozono. Una firmita electrónica no es nada comparado con esas jóvenes temerarias que en grandes museos de Europa se pegan a cuadros famosos luego de, por ejemplo, embadurnarlos con sopa de tomate. Pero ¿firmar, así, sin pensarlo dos veces, y toda todita mi información que creía encriptada vuela a Tuvalu o donde fuere?

¿Y dónde queda Tuvalu? Un poco de turismo internetario no viene mal. Y allí zarpamos, vía Google dejando de lado, de ser posible (nunca se sabe), nuestra más valiosa información, ese alimento de los antes mencionados y tan temidos piratas informáticos que intentamos mantener a raya.

Y llegamos fácilmente a Tuvalu que ¡oh sorpresa! existe. Entre la Polinesia y la Melanesia, por aquella región que alguna vez exploramos porque se nos antojó ir desde Nueva Zelanda a Vanuatu, distinguido archipiélago vecino de Tuvalú según parece, en pos de las máscaras de Malacula. ¿Tendrá máscaras Tuvalu? Es lo de menos, porque se están hundiendo, pobres islas perdidas, con sus casi 12.000 habitantes, que ni para ciudad chica alcanzan y sin embargo es su hogar y el mar les avanza desde todos los flancos.

Voy a firmar, caiga quien caiga y vaya a donde vaya mi información bancaria y amorosa y demás temas que una prefiere mantener a la sombra aunque ya no tengan razón de ser. Pero antes me doy un respiro para investigar un poco más. La curiosidad me puede, el turismo de ojito se ha hecho carne en mí durante la pandemia. Y me entero de datos poéticos, dignos de ser consignados acá. Por ejemplo, que Tuvalu (que se escribe igual en castellano, inglés y tuvaluano, su idioma de origen) significa “ocho de pie juntos”, aludiendo a las ocho islas del archipiélago habitadas hasta entonces. Es conmovedor pensarlo: de pie sí, pero con el agua a los tobillos. De todos modos sus principales referentes son los peces, no solo en materia de alimentación sino también de cosmovisión. Al fin y al cabo el mito dice que las islas fueron creadas por te Ali y te Pusi. Es decir que Ali, la plantija, prima menor de la raya, dio origen a los chatos atolones, y la esbelta Pusi, la anguila, se encargó de crear los enhiestos cocoteros imprescindibles para la vida comercial de tuvaluanos y tuvaluanas, llegados milenios atrás en canoas provenientes de otras islas del Pacífico Sur.

¿Firmo o no firmo? ¡Tuvalu existe y se está hundiendo! Y con ellos la humanidad en pleno. Un pasito más y oprimo Enter.

Veamos primero, ya que estamos en esto del googlear, como será su dirección de mail. Su extensión de dominio en el universo punto com. A ver de dónde se origina el extraño mensaje que firma un ignoto Primer Ministro. Por lo pronto ya averigüé que Tuvalu se independizó en 1978 del Commonwealth, esa “riqueza común” que, como es sabido, resulta común solo para la corona inglesa. Por lo cual Kausea Natano merece respeto. Y entonces me entero de que ese diminuto país-archipiélago tiene por lógica “extensión de dominio”, su sigla digamos, las letras tv, concedida por la Unión Internacional de Telecomunicaciones. ¿Les suena? Los de la televisión se ofuscaron, por obvias razones, pero muchísimo más se ofuscaron los jerarcas de los canales porno. Hasta que una empresa estadounidense (porno por cierto) logró comprarle su extensión a Tuvalu por lindos 50 millones de dólares pagaderos en 12 años. Las arcas tuvaluanas sonríen mientras los pacatos locales se estremecen ante ese dinero que consideran impuro. Y yo aprovecho la volada y decido firmar, y sin más hago clic y me entero de que fue Avaaz que mandó el mensaje personalizado, y asisto al raudo desfile de guarismos que indican el número de firmas que se van cosechado instante tras instante.

 

Y me preocupo por haber dudado. Por haberme dejado obnubilar por amedrentamientos y temores, por sucumbir a las campañas que muchas veces son de odio pero otras veces de manera más solapada se las arreglan para entorpecer la acción. Hay piratas y piratas, algunos ni necesitan asomar sus narices. ¿Dónde irán a parar, entonces, nuestros mejores y más instintivos impulsos humanitarios?

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