MUSICA:Mariana Carrizo se ríe del machismo de mujeres y hombres

MUSICA

Risa contra el machismo

Entrevista Mariana Carrizo. La coplera conquistó Cosquín en 2004 y aún hoy es de las preferidas. Las mujeres la aman.
  • 28.01.2011 | Por Marta Platía.Clarin

De los ojos oscuros saltan chispas cuando se recuerda, “coplera”, en el Tren de las Nubes: “Es difícil explicárselo a alguien que no lo vivió. Pero yo cantaba con mi cajita de vagón en vagón, mientras que por las ventanas pasaban los cerros de los que habían nacido esos versos. Era todo uno, y yo era feliz”, dice, amarrada con las dos manos a su gruesa trenza negra.
Da vértigo al revés charlar cara a cara con Mariana Carrizo, la coplera salteña que se robó el corazón de Cosquín ni bien llegó en 2004: pequeñísima, de apenas un metro cuarenta y dueña de una timidez muy difícil de sortear, no hay quien no se sorprenda al conocerla en persona. Y las razones son claras: sobre el escenario es otra. “Ahí arriba veo el mundo de otro modo. Me transformo, me animo. Me pongo pícara. Digo cosas que yo creo que le ayudan a las mujeres liberarse por un rato”.
Nacida en Angastaco, un pueblo de los Valles Calchaquíes, Mariana creció en el enclave de San Carlos: “Nadie me enseñó a cantar, canté desde siempre. Cuidaba ovejas y cantaba. Iba a la escuela y cantaba. Creo que a los 8 años fue la primera vez que una maestra me dejó cantar para todos”. Y de allí a la imagen de Mariana, corriendo al viento, “porque traía la música de Pavarotti, o de Edith Piaf”, que ponían con altavoces en el pueblo. O la de su tesón, haciendo dedo de pueblo en pueblo, para recopilar coplas aún cuando su papá la quería monja. La joven que crió sola a sus dos hijos. La coplerita, durante ocho años, del Tren de las Nubes “haciendo diez funciones por día, porque eran diez vagones”.
Cosquín, tres de la madrugada del lunes. Una mínima Carrizo sin tacos, sube al escenario de la peña de Los Manseros Santiagueños. Cuando se prepara para dar el primer golpe a su caja, un hombretón de rostro envilecido se para frente a ella, a todos, y lanza dos sonoros bostezos. Hay sorpresa y bronca en el público. La artista es la única que no se inmuta.
Y canta:

“El doctor me ha recetado, un mozo que tenga 30. 
Conseguí dos de quince, 
sólo así me da la cuenta.”

“A los hombres hay que quererlos y no darles de comer, 
porque comiendo se olvidan, muertos de hambre quieren bien.”
 

De allí directo a los versos que dedica a los hombres “cuando la naturaleza los abandona”, a los yuyos “mágicos” como la muña-muña; y a los “pata de lana”.
Las mujeres atronan el lugar con sus carcajadas. Son risotadas estentóreas de brujas malvadas. Burlonas. Hay tipos que hasta se tapan la cara ante el fuego cruzado que se ha desatado, sin preaviso, desde arriba y abajo del escenario. “¡Que bajen a esa chiquita!”, grita uno que se anima, antes que su propia compañera le pegue con la palma abierta en un brazo.
“El machismo ha hecho que nuestra gente se defienda así -dice-. Los hombres son muy machistas, pero a veces la mujer lo es más. Pero este arte no está hecho sólo de eso. Nosotros contamos nuestra vida, nuestros pesares, las picardías y las historias de los que ya no están. Somos como periodistas, pero en coplas”.

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